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antonio Arco
Domingo, 3 de enero 2021, 00:30
Hay un recuerdo que a Rafael Argullol (Barcelona, 1949), filósofo, novelista y catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, le acompaña como una placentera brisa de alivio durante estos meses de pandemia: el de la contemplación en vivo, en el Milán ya sin apenas turistas de finales de enero último, de la Piedad Rondanini de Miguel Ángel, cuya profundidad espiritual interrogó al protagonista del libro ' Las pasiones según Rafael Argullol' (Acantilado), un compendio de treinta y cuatro conversaciones mantenidas con Félix Riera.
– ¿Qué le ha llamado más la atención en estos últimos meses?
– De repente, por un lado, han aparecido las impotencias de la ciencia, aunque es cierto que, por otro, si se confirma la fiabilidad de la vacuna, habrá logrado un hallazgo extraordinario en un plazo de tiempo muy corto. Y también he estado pendiente de la fragilidad y fortaleza de la ciencia, de nuestros conocimientos sobre el mundo. La pandemia nos ha puesto ante el espejo, y nos hemos visto reflejados en él mucho más frágiles de lo que creíamos, si bien se ha visto una capacidad de lucha en el terreno del conocimiento que es interesante y elogiable.
También me ha llamado la atención la escasa importancia de la religión en esta crisis porque, prácticamente, no ha habido una respuesta religiosa a la misma. Las ha habido de tipo científico; de tipo político, que en general han sido muy deficitarias; de tipo comunicacional, que también han sido irregulares. Recuerdo que al principio de la pandemia la información era delirante. Pero tampoco podemos trasladar toda la responsabilidad a políticos y científicos; muchas veces, la autorresponsabilidad de la ciudadanía ha dejado mucho que desear.
– ¿Es reticente a ponerse la vacuna en cuanto pueda hacerlo?
– No. En cuanto tengamos un grado elevado de fiabilidad, y parece que ahora se confirma que lo tenemos, soy partidario de ponérmela. Creo que todo el trayecto de las vacunas en la historia es importantísimo, y que esta puede también serlo, si bien tampoco hay que verla como la panacea.
– ¿Y todos estos movimientos antivacuna, incluso negacionistas?
– Todos estos movimientos forman parte de la psicopatología de nuestra época. El modelo que se ofrece en nuestra época es el del paranoico, y no es de extrañar por tanto que se den este tipo de movimientos, como tampoco lo es que en uno de los países más potentes de la Tierra, Estados Unidos, haya habido cuatro años de presidencia de un señor que claramente será estudiado en el futuro como un paranoico. No me extraña que, ayudados además por el clima de sospecha generalizada que han creado las redes sociales y las nuevas tecnologías, abunden este tipo de movimientos; siempre han existido, pero ahora tienen un caldo de cultivo favorable. Y son muy peligrosos.
– ¿Le ha sorprendido el papel del Papa Francisco en esta crisis?
– Me ha sorprendido negativamente, porque esperaba que tuviera más cintura, más capacidad de intervención. Me ha dado la impresión de que se han cerrado en sus reductos, sin prácticamente dar ninguna orientación a los cristianos. Y el Papa, en concreto, ha estado muy rezagado en cuanto a intervenciones públicas. Han sido mucho más importantes las intervenciones de Angela Merkel que las del Papa, de eso no hay ninguna duda. Lo que sí se ha producido ha sido una dependencia casi enfermiza de las opiniones de los biólogos y de los distintos científicos que han ido interviniendo, a mi modo de ver también de un modo caótico. Los científicos han venido a cubrir el antiguo papel de los sacerdotes.
– ¿Qué actitud es más necesaria?
– Tengo una novela, 'La razón del mal' [Premio Nadal en 1993], en la que planteo una epidemia de tipo espiritual y en la que el surgimiento de estas corrientes paranoicas de las que hablamos se anticipa. Desde el principio de la pandemia, yo hablaba de un triple frente que se debía asumir como actitud: coraje, compasión y espíritu critico. La necesidad del coraje es evidente, la compasión es deseable y, en cuanto al espíritu crítico, creo que es muy importante porque cuando salgamos de esta pandemia lo haremos siendo menos libres que antes. En este sentido, yo haría un paralelismo con lo que sucedió tras el 11-S: después de los ataques a las Torres Gemelas, los sistemas de vigilancia en el mundo se endurecieron y se restringió la libertad. Entonces de dijo que era provisionalmente, pero estos sistemas se han quedado. Y si ahora nosotros no vamos con un poco de cuidado, los nuevos sistemas de restricción de libertad y de vigilancia que se han impuesto a través de la pandemia van a quedar, con lo cual nos encontraremos con el panorama de una sociedad, por ejemplo la europea, mucho menos libre que en la propia época de la caída del Muro de Berlín.
– ¿A qué ha estado más atento?
– Al comportamiento de los ciudadanos. Aunque mucha gente haga hincapié en los déficits de los políticos, que han sido evidentes, y en los errores que se estaban cometiendo en la planificación de la respuesta a la crisis, a mí lo que me ha llamado más la atención es la gestión de los ciudadanos de su autorresponsabilidad, que en definitiva es la piedra angular de todo. El hecho de que los ciudadanos muchas veces tuvieran comportamientos decepcionantes hay que situarlo formando parte de una sociedad que, en general y desde antes de la pandemia, tiene comportamientos decepcionantes. También es verdad que se han producido movimientos de fraternidad y de solidaridad elogiables.
– Se refería antes a Europa...
– Siempre me he declarado europeísta, incluso digo que mi patria es la cultura europea. Sigo creyendo que es la única solución tanto para España como para casi todos los países europeos. Lo ideal sería ir disolviendo los elementos de mayor egoísmo local e ir buscando un proyecto de futuro europeo muy engarzado, a su vez, a un nuevo proyecto de futuro de todo el planeta. Filosóficamente, podríamos hablar de la necesidad de aspirar a un nuevo humanismo, de aspirar y de reivindicarlo, que ya no puede ser ni el griego antiguo, ni el renacentista, ni el ilustrado, sino un humanismo fruto de una Humanidad que ha visto, a raíz de Hiroshima, cómo podía autodestruirse. Y hablo de una Humanidad que en cien años ha destruido 50 millones de especies. Por tanto, lo que se precisa es un humanismo en el cual el hombre tiene que dejar de considerarse el rey del universo y tener la generosidad y la humildad de confrontarse con el resto de lo vivo. Insisto en la conveniencia de ir hacia la disminución máxima del egoísmo, cosa que en Europa pasa por un proyecto colectivo y en el planeta por una consideración de todo el futuro de lo vivo, no solo de nuestro futuro. El cambio climático, y todo cuanto pueda suceder al planeta, no solo es importante para la especie humana, sino para todos.
– Consuelo, belleza y verdad.
– Silenciosamente, siempre están presentes y siempre se manifiestan. Una de las consecuencias de la pandemia es que la crisis pueda desatar unas fuerzas de renovación creativa y de renovación moral importantes. Si cada vez hay más gente que entiende que el único futuro posible es este del que hablamos, porque de lo contrario no hay futuro, esto tendrá consecuencias para el arte, para la política y para todo. No se puede ser muy optimista, pero tampoco fatalista.
– ¿Usted dónde ha encontrado consuelo?
– En varias facetas. Una que era muy importante para mí, pero que ahora está interrumpida, es la de viajar. Para mí, era una renovación continua, sobre todo por la posibilidad de ver desde otro mirador. He estado escribiendo mucho en estos últimos meses, un libro a largo plazo que he emprendido, y también eso ha resultado consolador. Pero, fundamentalmente, el consuelo radica en la posibilidad de encontrar cosas bellas, no bonitas, sino bellas en su profundidad. El último viaje que hice, a finales de enero, fue a Milán, donde ya entonces había un clima inquietante. Allí pude contemplar la Piedad Rondanini de Miguel Ángel. Y la disfruté prácticamente solo. Esa visión me ha acompañado extrañamente a lo largo de estos meses, porque es una obra extraordinaria en su profundidad espiritual. Y hacia esa profundidad espiritual es donde creo que debería redirigir en parte sus pasos la Humanidad; es necesario un mayor grosor espiritual, que en estos momentos no procede de la religión, de las iglesias.
– ¿Partidario de la eutanasia?
– Si es con delicadeza, refinamiento, inteligencia y moral. Evidentemente, la eutanasia no puede ser una medida tomada a lo loco, tiene que ser una medida muy cauta y contar con contrapesos. Soy partidario en el sentido de que si uno voluntariamente quiere hacer cesar sus sufrimientos, tenga libre derecho a hacerlo.
– ¿Qué ha aprendido?
– Lo principal de todo es que vale la pena vivir. Y vivir siempre yendo en el tren de ida, nunca considerando que ya estás de vuelta. Y algo fundamental: la columna vertebral de la vida es la ilusión, el deseo, el anhelo; sin eso, se sobrevive pero no se vive. Es necesario siempre, en cualquier edad y en cualquier momento, tener esa capacidad de exploración, de descubrimiento...; esa capacidad de ilusión que es la que hace que vivamos más allá de la supervivencia. La vida es extraordinaria, pero solo si tú la habitas explorando continuamente el mundo que te rodea y también tu propio mundo interior.
– ¿Y el amor?
– Ilusión y utopía van muy juntas, porque la ilusión es la utopía que nos vamos dando particularmente cada uno de nosotros en cada momento. Las ilusiones, luego se cumplen o no, igual que las utopías, que son horizontes que nos arrastran aunque luego no se materialicen. Y el amor es la principal de las utopías, la más grandiosa porque viene a prometer la plenitud, y la más humilde porque está al alcance de todos. El más modesto de los seres humanos puede desear amor, puede proponerlo y puede amar. Para ir hacia adelante explorando necesitas amar, y si llegas a la conclusión de que no estás en condiciones de amar, o de que no quieres hacerlo, entonces lo mejor es retirarse. Sin ilusiones no me levantaría de la cama.
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