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Manuel Calderón y la mentira moral

CRÍTICA ·

Un acordeonista del metro cuenta a un periodista culto un pasado de deportado en Siberia

IÑAKI EZKERRA

Sábado, 21 de agosto 2021, 00:18

La historia del farsante que se crea una biografía heroica tiene un reciente antecedente español en 'El impostor', la novela en la que Javier Cercas buscaba la verdad de Enric Marco. Detrás de la farsa había un pobre ser humano necesitado de admiración que impedía moralmente al novelista la libre fabulación y exigía la biografía real en la que derivaba el libro. Es ese el obstáculo que sortea Manuel Calderón en 'El músico del Gulag' al tomar a un personaje ficticio que a su vez ficciona su propia biografía. De este escritor nacido en Córdoba en 1957, formado durante su juventud en Barcelona y dedicado al periodismo cultural en Madrid desde hace más de 25 años, conocíamos dos novelas en las que ya estaban presentes dos temas que aborda ahora: el arte y la impostura.

En 'El músico del Gulag', la impostura viene de la mano de un acordeonista del metro madrileño que asegura llamarse Gregori Makarov y poseer una apasionante biografía que habría hecho de él un héroe emblemático del siglo XX. De niño había tenido la oportunidad de mostrar sus habilidades con ese instrumento ante el propio Stalin, y de joven había pertenecido a la Banda Central Militar del Ministerio de Defensa de la Unión Soviética. Pero ese futuro prometedor en la Rusia comunista se había torcido en algún momento y había acabado siendo deportado a Siberia, viviendo una historia de amor con la hija de un coronel y sufriendo las consecuencias de un intento de huida en el Gulag al que se refiere el título del libro. Como sucedía en 'El hombre inacabado', Manuel Calderón se sirve de la figura de un hombre de la prensa para establecer la mediación entre ese potente personaje y el lector, así como para dar la vuelta al conmovedor relato del músico enamorado en el que alguien, una traductora de ruso, halla indicios de plagio al propio Solzhenitsyn cuando el periodista y narrador en primera persona lo publica como reportaje en un periódico de la capital de España llamado con ironía 'Diario del Atardecer'.

De este modo, lo que iba a ser una historia digna del Pulitzer se convierte en un escarnio para el intrépido reportero y el argumento da un brillante giro hacia una galería de personajes que lindan con los de una trama policíaca a la vez que nos adentra en un laberinto de lúcidas reflexiones metaliterarias que responden a lo que Kundera llamó «la sagrada ambigüedad de la novela». En el fondo subyace una dialéctica entre la verdad objetiva y la verdad de la literatura, entre los hechos irrevocables a los que nos condena la existencia y el ansia de buscar una absolución en la invención de otra vida; entre la necesidad de una búsqueda de la verdad y la aceptación de la mentira del otro por una mera cuestión de compasión humana.

Cuando el rastro de Makarov nos lleva a un sórdido contrabando de libros en Sarajevo, el texto salta de 'La broma' kunderiana al De la Rovere de Montanelli. Pero, además del logro de ese juego que se trae el protagonista y narrador con el músico impostor, consigo mismo y con el propio lector, hay que señalar en esta obra el inusual logro del estilo, de una elaborada e inteligente textura literaria que va más allá de la pulida sintaxis y que alcanza a la concentración de sentido en cada subordinada, en cada matiz, en cada intencionada vacilación a la hora de hacer un juicio de valor sobre el personaje 'biografiado' o sobre la legitimidad ética de una falsificación que en el fondo tiene mucho de tácito y mutuo autoengaño.

Entiéndase, la historia fraudulenta que cuenta el periodista no es la de un adulterio entre dos famosos, que tendría como objetivo vender más periódicos, sino el sueño de un hombre que no interesa a nadie, que toca el acordeón en el metro y que merecería tener una biografía tan bella como la que se inventa para el periodista incauto o como la que ese periodista no tan inocente fingió creer porque estéticamente le conquistaba y éticamente le redimía. En realidad, la falsa historia de Gregori Makarov es la alegoría de una necesidad de belleza moral en un tiempo saturado de decepción y envilecimiento.

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