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Médico de familia de profesión y escritor de vocación, Juan Manuel Jiménez Muñoz está de estreno con la que es su segunda novela 'Sangre de sierras bravas', publicada por Ediciones del Genal, en la que ofrece un retrato muy exacto de la Málaga del siglo XIX. En la novela, que se presenta hoy (19.00 horas) en la Sociedad Económica de Amigos del País, se entremezclan los hechos reales con otros de ficción. La trama está envuelta en un misterio que atrapa la atención del lector hasta la última página. 'Sangre de sierras bravas' se desarrolla en Málaga y en Canillas de Aceituno, pero sin olvidar el contexto nacional.
–¿Le ha costado más o menos trabajo escribir 'Sangre de sierra bravas' que su primera novela: 'La flor de los celindos'?
–Me ha costado menos esfuerzo. La primera me supuso un mayor trabajo técnico; tuve que hacer muchas correcciones. A 'Sangre de sierra bravas' ya he llegado aprendido.
–¿Qué es lo que espera de su segundo libro?
–Sé que mi primera novela gustó mucho. Esta segunda, a mi juicio, desde un punto de vista técnico, está mejor escrita. La esperanza que tengo es que 'Sangre de sierras bravas' guste y que, al mismo tiempo, haya gente que al leerla querrá leer también 'La flor de los Celindos'.
–¿Por qué ha elegido el título de 'Sangre de sierras bravas'?
–El título lo tuve claro desde el principio y guarda relación con la trama de la novela. Aparte de la sangre que se derrama, y que no voy a desvelar el porqué, creo que el título es una alabanza al carácter de labradores y obreros de la Axarquía. Era una gente rebelde y recia para trabajar.
–¿Qué parte de la novela está basada en hechos reales y cuál es pura invención literaria?
–Por un lado, está la historia de unos clanes de un pueblo; por otro, los hechos relacionados con la familia Larios y luego los acontecimientos que sucedieron en España en ese periodo. En el círculo de la nación, salvo alguna licencia que me he tomado, el 90 por ciento es real; la historia de los Larios es casi toda verídica, con algunas pincelados de recreadas. En el apartado de Canillas de Aceitunas he procurado basarme en hechos contrastados, pero incluyendo aspectos literarios.
–En la trama están muy bien recreados los usos, costumbres y la forma de vida del siglo XIX. ¿Cómo se ha documentado para ser lo más fidedigno posible?
–Me he documentado consultando varios textos que me han servido de mucho en mi trabajo creativo. Así, me ha ayudado la lectura de las novelas de Benito Pérez Galdós para recrear cuestiones que tienen que ver con la ropa y las costumbres. También ha sido muy importante un ensayo escrito por mi hermano José Luis, que es filólogo, sobre la historia de Canillas de Aceituno y de la Axarquía. Además, he revisado obras históricas para confirmar datos, entre de ellas la enciclopedia editada por SUR sobre la historia de Málaga, que fue coordinada por Juan Antonio Lacomba.
–Su novela ofrece mucha información sobre cómo era la Málaga del siglo XIX. ¿Cree que ese periodo histórico es un gran desconocido pese a que fue apasionante?
–Soy de la opinión de que el siglo XIX es un gran desconocido en general. La gente que nos hemos interesado por la guerra civil nos hemos ido dando cuenta que los orígenes de esa guerra están en el siglo XIX. Como mínimo hay que entender el periodo isabelino, la I República y la restauración borbónica para saber por qué se llegó a la II República y a la guerra civil. El siglo XIX fue apasionante. En el caso de Málaga, llegó a ser la segunda provincia en producto interior bruto, con una etapa de esplendor económico, que se mantuvo hasta la llegada del sexenio revolucionario (1968-1974).
–Elija un momento clave en esa época de prosperidad económica de la Málaga decimonónica
–En mi novela hablo de la siderurgia de los Heredia, de la empresa textil de los Larios, de la finca de La Concepción de los Loring, que fue punto de encuentro de las clases pudientes de la Málaga de la época, pero si tengo que elegir el punto cumbre de la pujanza de Málaga, me quedo con la exposición comercial que se celebró en 1862 y que inauguró la reina Isabel II. Lo comparo, salvando las distancias, con lo que supuso para Sevilla la Expo 92 o los Juegos Olímpicos para Barcelona.
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