Ángelo Néstore, artista no binaria
«Izquierda o derecha, hombre o mujer... Todo debe tener una etiqueta y eso es terrible»El poeta de origen italiano, afincado en Málaga y disidente de género, se atreve con la novela en 'Leche cruda', una historia de reencuentros en tiempos de polarización
En 'Actos impuros' (Premio Hiperion, 2017) describía así el momento del baño diario infantil: «El agua fría me trae a mi cuerpo, / escondo el pene entre las piernas. / Mamá, ¿a quién me parezco?». Otro de aquellos poemas arrancaba con una cruda convicción: «Si mi madre supiera que su hijo quiere ser madre / cogería el primer vuelo para España». Ahora, casi una década de escritura y disidencia de género después, desempolva estos últimos versos para cambiar «hijo» por «hija».
Porque Ángelo Néstore (Lecce, 1986) lleva años abriendo huecos donde otros se empeñan en arrojar cemento, mostrando las grietas de lo que parecía uniforme. Y lo hace con la mano tendida más que con el puño en alto: «Todo debe tener una etiqueta: izquierda o derecha, hombre o mujer... Y eso es terrible. El no binarismo, para mí, es una forma de ver el mundo». En 'Leche cruda' (Reservoir Books), su primera incursión oficial en la novela tras años de exitosa travesía poética, teje una dura pero hermosa historia de conflictos y reencuentros familiares que le ha servido para reconciliarse con su Italia natal, «un ex al que le he enviado un whatsapp para tomar café», y para entender que no es necesario comprender a alguien para quererlo.
La entrevista discurre en un banco del jardín botánico de la Universidad de Málaga, donde imparte clases de Traducción e Interpretación.
–Mira, tenemos hormigas. En el libro, al final de un capítulo, escribes sobre ellas.
–Sí, digo que los restos de muchos son el alimento de otros.
–¿Tenías algún propósito con esta novela?
–Quería contar la crudeza de lo que significa vivir una infancia desde la disidencia de género en una pequeña ciudad en el sur de Italia en los años noventa.
–Es ficción pero con una carga autobiográfica poderosa.
–Bueno, eso es lo más real de la novela junto a la historia de la gata. Yo también convivo con una gata que se llama Cavalli, que llegó a casa desde el cementerio de San Miguel, cerca de donde vivo. Pero sí, la parte autobiográfica se refleja en cómo las infancias 'queer' obligan a menudo a imaginar otros mundos a través de la música, la literatura o el cine. Por eso hay tanta presencia de las divas italianas en el libro, como Mia Martini, Mina, Patti Bravo. La novela también es un homenaje a ellas, que fueron mis referentes.
–No se trasluce rencor en la historia, pese a esa crudeza de la que hablas.
–No, porque en realidad la posibilidad de crear un imaginario más amplio me parece hermoso, aunque sea desde la disidencia, desde la incomodidad. Porque los cuerpos 'queer' son cuerpos incómodos. Estás incómodo dentro y fuera de casa, pero de esa sensación también surge la belleza porque se trata de encontrar una postura para sobrevivir. Lo digo de manera metafórica pero también literal.
«Los cuerpos 'queer' son incómodos, pero de esa sensación también surge la belleza. Se trata de encontrar una postura para sobrevivir»
–El otro día te escuchaba decir que prefieres vivir con la mano tendida más que con el puño en alto.
–Sí, eso es fundamental para mí y tiene que ver con el subtexto de la novela. Porque también las personas que vivimos desde la disidencia podemos tender la mano a quienes no hablan como nosotros, a quienes tienen otros referentes o no tienen la capacidad o la posibilidad de entendernos. Que nos puedan querer a pesar de que no sepan exactamente qué es una persona no binaria. Y no pasa nada por no entenderlo. Creo que, de nuestra parte, hace falta tender esa mano y no obligar al otro a que hable como nosotros.
–Diría que esa es, de hecho, la parte medular de la novela. ¿Es posible amar a alguien sin comprenderlo?
–Para querer a alguien no hace falta comprenderlo, y eso está representado en la novela de varias formas. Desde la incomprensión de la lengua, por ejemplo; el lector se enfrenta a una incomprensión real cuando encuentra diálogos escritos en italiano sin traducción. También está representado a través de la gata; podemos querer a un animal aunque no compartamos lenguaje. Eso genera rabia en la protagonista, que se pregunta cómo es posible que su madre y la gata puedan quererse si no se comprenden y, en cambio, la relación entre madre e hija haya sido tan complicada pese a compartir idioma.
–Es un anhelo doloroso ese.
–Sí, hay mucho dolor porque, al fin y al cabo, no consigues comunicarte con alguien que amas, con tu propia madre. Es el gran tabú y lo quise presentar desde el principio.
–La novela arranca así, de hecho, con la confesión de la protagonista, que sabe que socialmente no se puede odiar a una madre y por eso ella lo hace a escondidas.
–Pero lo hace porque quiere parecerse a ella, porque quería ser como ella.
–¿Pero no crees que la generosidad de intentar comprender es también una forma de querer? ¿La falta de comprensión no genera en cierto modo un déficit en la relación que la padece?
–Creo que no hace falta hablar el mismo idioma, también metafóricamente, para comprender al otro. Y hay algo muy bello desde la incomprensión porque te obliga a moverte, a dar un paso, a que haya voluntad. Un paso a ciegas, porque no te comprendo pero me acerco. Siempre he confiado en la bondad de los otros. Si tenemos una mente abierta, podemos acercarnos al otro aunque no lo comprendamos. Muchos de los discursos de odio nacen precisamente de no comprender a quien no habla nuestra lengua o no comparte nuestra cultura o nuestro género. Por eso es importante aprender a querer sin comprender. Porque, además, hasta con la persona más cercana, la más amiga, hay siempre algo de incomprensión. Y eso no nos impide estar ahí.
«Es importante aprender a querer sin comprender. Porque hasta con la persona más cercana hay siempre algo de incomprensión»
–Me interesa cómo tratas los grandes conceptos, como el amor o el odio, desde ese prisma no binario.
–El no binarismo, para mí, es una forma de ver el mundo, de estar en el mundo. Y eso va más allá del género. Ver las escalas de grises ayuda. Y a mí me ha pasado desde el género pero también desde el idioma e incluso la profesión, porque quien traduce está en tránsito entre un idioma y otro. Y estar siempre en esa zona de tránsito me ha ayudado a pensar que todos los sentimientos son también escalas de grises, que no hay sentimientos totalitarios o totalizantes.
–Pero vivimos etiquetados y etiquetando.
–Sí, todo debe tener una etiqueta: izquierda o derecha, hombre o mujer, montaña o playa… Y eso es terrible. Los discursos más conservadores consiguen trasladar ese lenguaje a las redes sociales, y por eso la gente joven se está radicalizando pese a que navegaríamos mucho mejor en la escala de grises, acercándonos con amabilidad y empatía al otro.
–En el libro citas a Walt Whitman: «Claro que me contradigo. Contengo multitudes».
–La contradicción es maravillosa. Con los años parece que debes tener una manera definida de ver el mundo, unas ideas, y que tienes que seguir por ahí y no puedes contradecirte. Pero contradecirse significa escuchar al otro, abrir la puerta a que nos pueda modificar.
–Que el otro pueda intervenir en el yo.
–Exacto. Y eso entra en conflicto con la idea de tolerancia, que puede ser bella pero bastante reduccionista. Porque cuando toleras a alguien lo miras desde otro lugar, no estás dejando que entre: yo te tolero, pero mantente fuera de mi círculo. Perlongher, hablando de la disidencia de género, decía: yo no quiero que nos toleren, quiero que nos deseen.
–Estos días tienes un montón de entrevistas y presentaciones programadas y siempre surge la pregunta del género. ¿No te cansa hacer divulgación del tema?
–Es bonito porque con cada persona es diferente y en cierto modo tengo la sensación de estar siempre construyendo pensamiento, que es algo vivo. Y estamos en un momento político, histórico y social en el que es importante hacer hincapié en esto.
–Alejandra Pizarnik decía que se sentía extranjera en todas partes. Leyendo el libro he pensado que tú también has tenido que arrastrar esa sensación.
–Sí, me he sentido extranjero hasta en mi propio cuerpo. Pero quiero sacar a la luz la belleza de esa extranjería. Si todos fuéramos extranjeros, todos seríamos iguales. Dependemos unos de otros, pero es paradójico que cuanto más dependemos de los demás, más parece que se acentúa el yo. Las redes sociales contribuyen además a ver al otro como capital social, como un adorno que nos valida. Y creo que hay que romper esa burbuja, entender la importancia de la cooperación. Porque todos somos más parecidos de lo que creemos.
–También reflexionas sobre la incapacidad del padre de decir 'te quiero' a su hija, ese muro que contrasta luego con su empeño por enseñarle a pescar.
–Esa parte también es biográfica. Mi padre murió cuando yo tenía once años. Durante un tiempo creí que no me quería porque nunca consiguió decírmelo, pero luego he entendido que todas las veces que se ponía conmigo para enseñarme matemáticas, todas las veces que me llevaba a pescar, eran su forma de decir 'te quiero'. Es deseable que un padre le diga a sus hijos que los quiere, pero debemos ser capaces de entender que hay formas de amar distintas a las nuestras. Y quizá si yo lo hubiera comprendido antes tendría otro recuerdo suyo.
–Hablas de olvidar como forma de protegerse.
–Sí, en mi caso fue olvidar el italiano. Pero es como odiar a una madre: no se puede. No puedes odiar tu lengua materna. Pero yo me construí políticamente a través del español. Y este libro es una forma de reconciliarme con el italiano.
–¿Sentías que tenías una deuda?
–Sí. Creo que las lenguas son como exnovios. A veces te peleas, luego te reconcilias, te entran ganas de mandarles un whatsapp y decirles: «Oye, ¿te apetece un café?». Y ahora, viéndolo todo con perspectiva, siento que le he pedido a mi idioma materno tomar un café.
–Te has reconciliado con tu ex pero ¿vas a dejar Málaga, que podríamos decir que es tu pareja actual?
–No, no, me quedo en Málaga. Es como tener una relación poliamorosa.
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