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A Rousseau, defensor del apego del bebé a la madre durante los primeros meses de vida, un panfleto anónimo le deja en evidencia acusándole de haber abandonado a sus cinco hijos a la asistencia pública. El intelectual acude entonces a la residencia de Voltaire para descubrir quién está detrás de esas calumnias. Un encuentro imaginario que Jean-François Prévand reconstruye sobre supuestos reales, hilvanando frases de la correspondencia entre ambos y de sus escritos. El resultado es 'Voltaire / Rousseau. La disputa', la obra que Josep Maria Flotats hace suya en el 36 Festival de Teatro de Málaga, una pieza sobre dos filósofos –que no filosófica– que habla de educación, teatro, religión y censura desde dos ideologías muy dispares. El actor y director llega hoy a Málaga recién cumplidos los 80 años.
La obra 'Voltaire/ Rousseau. La disputa', de Jean-François Prévand. Traducción: Mauro Armiño.
Dramaturgia y dirección Josep Maria Flotats
Intérpretes Josep Maria Flotats y Pere Ponce.
Fecha Hoy, 20.00 horas
Entradas Entre 9 y 24 euros.
–Decía su compañero y paisano José María Pou, en una entrevista con este periódico, que le gustaría bajar el ritmo, pero que le cuesta decir que no. ¿Es también su caso?
–No hace mucho que lo hablé con Pou. Le dije que una cosa es lo que deseas y otra cosa es lo que harás, y seguro que no lo hará. A mí no se me pasa por la cabeza. Digamos que controlo el esfuerzo que hay que hacer. Intento no cansarme fuera del trabajo. No soy de los que van por ahí de copas con los amigos por la noche. Es incompatible. Hay que tener un régimen un poco severo, pero compensado por el trabajo que haces.
–Imagino que a estas alturas, el teatro es su forma de vida.
–Totalmente. Es mi vida, es mi manera de estar, de pensar y de compartir con los demás.
–¿Qué alicientes le ofrecía esta obra?
–A los que han leído un poco a Voltaire y Rousseau no es necesario que les cuente lo que contiene, pero los que no han leído nada encontrarán en ese enfrentamiento de dos conceptos de sociedad distintos, pero igualmente honestos y honrados, temas que son los candentes del día. La educación, la civilización, la cultura, el teatro, la censura, el racismo, la religión, la tolerancia... Son diálogos brillantes, divertidísimos, inteligentes, ingeniosos y con mala idea a menudo para el bien del ser humano. Son dos enciclopedistas de la mitad del XVIII, casi 30 años antes de la Revolución Francesa, pidiendo la separación de la Iglesia y del Estado en una época en que la monarquía es un poder absoluto y la religión es la Inquisición. Son dos ejemplos de seres humanos defendiendo sus ideas, de intelectuales comprometidos con la sociedad.
–Y ¿fallamos como individuos o todo es culpa de la sociedad?
–Rousseau dice en un momento que no somos culpables o inocentes, que es la sociedad la que nos hace culpables en la medida que nos ha formado. Pero Voltaire le contesta que, antes de ser culpables o inocentes, somos sobre todo responsables. La gran inteligencia de Jean-François Prévand es que la obra en ningún momento es maniquea y que el público a veces está con Rousseau y otras veces está con Voltaire.Queda muy nítido que somos los herederos de la Enciclopedia y que, en realidad, estamos divididos en dos: somos una parte de Voltaire y una parte de Rousseau.
–Si Voltaire y Rousseau levantaran la cabeza, ¿se asustarían?
–Dirían «¡Dios mío! ¡Tanto que hemos luchado para cambiar la sociedad y en algunas direcciones no lo ha hecho, o no todo lo que esperábamos». Claro que la sociedad es muy distinta, claro que aquí ya no hay hogueras de la Inquisición; pero en el planeta Tierra sigue habiendo hogueras, están degollando a gente por cuestiones religiosas. La intolerancia es el pan de cada día en nuestro mundo. Y esos son los enciclopedistas los que intentan cambiar la mentalidad.
–Se nota su admiración hacia ellos.
–Necesitaríamos unos cuantos Voltaire. Soy de Rousseau a nivel literario, porque me encanta su escritura, pero no comulgo con su concepción de empezar de cero en el mundo. Es fantástico defender todo aquello que admiras y poder decirlo en voz alta para que la gente lo oiga.
–Hacer esta obra, ¿es una especie de militancia?
–Todo buen teatro es una forma de militancia. No soy de los que creen que el teatro puede cambiar el mundo, pero sí civilizarlo. Aunque solo sea por oír pensamientos serios y profundos que no implican, insisto, diversión y distracción en el buen sentido del teatro. Una buena novela es siempre un placer y además aprendes cosas, de ti y de los demás. Encima del escenario nos comunicamos con el público en directo, y eso siempre es mejor. La prueba es que los políticos, que saben bien esas cosas, no hacen los mítines por la tele, sino en directo.
–¿Hay que diferenciar entre obras de teatro y de divertimento?
–No quiero hacer una división. Para mí hay una sola cosa, que es el teatro. Ahora, como en todas las artes, hay unas mejores que otras. Pero hay un teatro de diversión que también puede ser muy inteligente, ingenioso, agudo y nada vulgar. Claro que sí.
–A usted nunca le vemos en productos 'comerciales'.
–He hecho alguna comedia, pero dentro de un teatro clásico... Yo escojo los textos que a mí me interpelan. Es el teatro que me ha formado, lo que llaman equivocadamente el teatro de texto, como una forma de decir 'teatro serio'. Pero yo me lo paso pipa leyendo 'Guerra y paz' de Tolstoi; no sé si es serio, pero es apasionante, conmovedor, distraído.
–¿La televisión nunca le ha interesado?
–No me divierte tanto. Prefiero verla, no hacerla.
–La obra habla de censura. ¿En esto también resulta actual?
–Nuestra sociedad está con esos trámites y, a veces, son censuras que no son ni ideológicas. Son de mercados, de 'merchandising', de grupos financieros que no les interesa que algo se denuncie. Yo hago teatro por pasión, en libertad y por la libertad. No hago teatro de encargo.
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