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García Rodero, con su inseparable Canon, esta semana en Málaga. Marilú Báez
Cristina García Rodero: «Fotografiar algo es como decirle al tiempo: ¡Aguántate!, te he ganado»

Cristina García Rodero: «Fotografiar algo es como decirle al tiempo: ¡Aguántate!, te he ganado»

Primera española en ingresar en Magnum, sigue trabajando (y recibiendo premios) a sus 75 años: «El tiempo es mi enemigo. Sé que se me agota»

Domingo, 15 de diciembre 2024, 00:11

Fue la primera firma española en acceder a Magnum, la icónica agencia de reporteros gráficos fundada entre otros por Robert Capa y Henri Cartier-Bresson. Fue Premio Nacional de Fotografía en 1996, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2005 y Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo en 2014, entre una cascada imparable de reconocimientos a los que acaba de sumar el Premio de Periodismo Ciudad de Málaga. Este año ha inaugurado una exposición en La Malagueta, se ha estrenado un documental sobre su vida ('La mirada oculta', producido por Wanda y disponible en Movistar) y ha reeditado 'España oculta', el colosal trabajo sobre fiestas y tradiciones populares que la catapultó como una leyenda viva de la fotografía en Europa. Pedro Almodóvar ha elegido una de sus imágenes como decorado central en su última película y los Reyes confiaron en ella para encargarle un álbum familiar. Pero Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) se lleva las manos a la cabeza cuando la llaman poderosa. «¡Ay, hijo!», exclama como si viviera ajena a su propio mito. A sus 75 años, viene de México y prepara ya sus dos siguientes destinos: Portugal e India. Para seguir haciendo fotos. No es momento de descansar. «Porque el tiempo», repite, «es mi enemigo».

–¿Cómo estás?

–Cansada, estoy cansada. Llevo tres años sin parar. Soy consciente de que me queda muy poco tiempo para poder seguir trabajando al nivel que lo hago y en los países a los que voy. Sé que mi tiempo se agota y estoy intentando cerrar todos los proyectos que tengo pendientes. Quizá en ciudades tranquilas pueda trabajar durante más tiempo, pero en lugares como los del Kumbh Mela (la celebración hindú), a los que van millones de personas, en los que tienes que luchar por abrirte paso entre toda esa gente durante kilómetros y kilómetros, cada vez me resulta más complicado.

–¿Cómo llevas ese paso del tiempo, saber que las piernas no van a responderte siempre?

–Creo que lo llevo bien. He tenido la suerte de encontrar mi vocación, de hacer lo que me gusta, así que me levanto con ilusión cada mañana. Sigo pensando en la cantidad de cosas que me quedan por hacer, por ver y por fotografiar.

–¿Cuándo sabes que una foto es la buena?

–Creo que es cuestión de experiencia, conocimiento y educación, de la cantidad de imágenes que hayas visto de los grandes fotógrafos de la historia pero también de gente a la que ni siquiera conoces. Disparar es fácil, pero luego hay que elegir y editar. Cada vez que salgo fuera me traigo veinte o treinta mil fotos que tengo que ver una por una. Eso me lleva mucho tiempo, semanas de trabajo.

–Una cosa que llama la atención de ti es que, a pesar de tu experiencia, de los premios que te han dado y de todo lo que has hecho, no vas por la vida como si estuvieras de vuelta de todo.

–Estar cerca de la gente, en la calle, te pone los pies en la tierra. Ves la realidad de personas de todas las clases sociales. Yo he sido autodidacta. Sé que siempre puedo aprender algo. Ir de sobrada me parece poco inteligente.

–¿Pero sabes que eres una leyenda viva de la fotografía?

–(Risas). Sé que soy la del medio de una familia de muchos hermanos, una mujer independiente que ha trabajado sola casi toda su vida. He trabajado tanto, tantísimo… Y he tenido la suerte de que haya gente a la que le gustan mis fotos.

–Porque lo tuyo, al final, no fue más que el deseo de una chica manchega de volar lejos de casa y de conocer su país, ¿no?

–Sí, mi deseo era conocer mi país, su cultura, su gente, y conocerme también a mí misma en ese camino. Me asombraba cada pueblo que descubría, el olor a pan, a leña… Era emocionante. Sabía que algo podía hacer ahí.

–En aquella época era rarísimo ver a una mujer sola haciendo fotos, buscándose la vida.

–Recuerdo que tenía que llamar al panadero, a la guardia civil, al alcalde, al sacerdote, al taxista, a quien fuera, para que me dijeran dónde se celebraban las fiestas… Y a las telefonistas; tengo un recuerdo muy bonito de ellas. También los camioneros y los mendigos me ayudaron mucho, muchísimo. Compartíamos el fuego y era bonito oír sus historias.

–Porque tú, como escribió Tennessee Williams, siempre has creído en la bondad de los desconocidos, ¿no?

–Ay, sí. Hay mucha más gente buena que mala, muchísima más. Aunque la gente mala hace daño y más ruido.

«Estar cerca de la gente te pone los pies en la tierra. Ir de sobrada me parece poco inteligente»

–¿Y qué haces cuando te encuentras con una marabunta?

–Ya no se trata de luchar contra mí misma y ser rápida, sino de luchar contra toda esa masa de gente. A veces abrirte paso cuesta cuarenta minutos. Eso me ha ocurrido ahora en México; había tanta gente en el Día de los Muertos, tantísima, que tuve que pelearme por encontrar un huequecillo. Porque yo lo tengo claro: si no estás delante de lo que ocurre, no puedes hacer buenas fotos. Y además soy pequeña; necesito estar cerca de lo que fotografío.

–¿Ser fotógrafo es compatible con ser obediente o cobarde?

–No, no. Pero eso lo vas aprendiendo por el camino. La fotografía documental te enseña a luchar, a hacer la foto que sueñas, a darlo todo. Y se supone que estás ahí porque has querido estar, no vas a dejarlo a medias porque estés cansado o tengas miedo. Y te ponen tantos problemas, tantas barreras, que no puedes ser obediente. Mis amigos siempre me dicen que soy la primera en llegar y la última en irme.

–¿Tienes la sensación de que las administraciones cada vez ponen más difícil el trabajo de los fotógrafos y periodistas, como si solo quisieran que se publicara aquello que les interesa?

–Sí, este fin de semana estuve en Sevilla por la Magna y me sorprendió la cantidad de normas y prohibiciones que había. Yo tenía derecho a estar allí como fotógrafa de Magnum y no me dieron permiso. Se pasan. Antes teníamos mucha más libertad para hacer fotos.

–¿Y qué haces cuando no te dejan pasar?

–No aceptarlo. (Risas). Yo decidí pagar mis propios reportajes porque quise ser libre. ¿Voy a ser cobarde o sumisa? Claro que no. Doisneau decía que un buen fotógrafo tiene que ser rebelde. Yo también lo pienso. Y antes la fotografía era bienvenida, ¿no? Era un momento de felicidad, algo para recordar. Ahora se ha convertido en un arma. Hay compañeros, por ejemplo, que han decidido no fotografiar niños para evitar problemas. Yo me niego a perderme eso. La infancia es la época más feliz, un momento mágico.

–¿Siempre te has movido por emociones?

–Siempre, siempre. Es lo que me mueve: curiosidad y emoción.

Marilú Báez

–¿Hay algo que no fotografiarías?

–El dolor, por ejemplo, es algo que me cuesta. Nunca quise ver entierros… hasta que fui a Georgia. Ahí aprendí a estar en un velatorio, que solían durar entre cinco y siete semanas para que hubiera tiempo para que llegaran todos los familiares. Los hombres, a un lado. Las mujeres, al otro. Pero aprendí a compartir ese dolor. La gente te da muchas lecciones. Siempre. Con su comportamiento.

–¿Y la intimidad?

–Me cuesta mucho.

–Pero tienes el culo pelado de fotografiar festivales eróticos.

–(Risas). Tanto como el culo pelado… Más bien, me ha tocado luchar contra algunos hombres. Es el trabajo de mi vida, todo lo que he hecho: por un lado está la fe, la religiosidad, las tradiciones… Y por otra parte, el cuerpo, el placer...

–El cielo y la tierra.

–Exacto. Entonces, fotografiar la religiosidad me parece fácil. Pero el cuerpo ya es algo más complicado. ¿Dónde voy? Pues a los festivales eróticos, donde hay culto al cuerpo. A las 'love parade'. Eso también me ha permitido trabajar en grandes ciudades, que me apetecía después de recorrer tantos pueblos pequeños, aunque siguen siendo mi debilidad. ¡Allí la gente te invita a su casa y no te deja salir hasta que meriendes con ellos!

–Me hizo gracia que nos contaras que las actrices te protegían en esos festivales eróticos.

–Claro, porque yo me pongo delante y algunos hombres quieren quitarme y ellas les gritan: «¡Deja en paz a esa señora, que lleva todo el día trabajando!». (Risas).

«Doisneau decía que un buen fotógrafo tiene que ser rebelde. Yo también lo pienso»

–Antes hablabas de tu libertad como reportera. ¿Cuántas veces te ha ofrecido un contrato?

–No creas que muchas. Ni siquiera se han atrevido a intentarlo. Yo he vivido de la enseñanza primero y de mis fotografías después. Y he vivido humildemente, a costa de trabajar los fines de semana y las vacaciones. Por eso he aprendido a disfrutar de lujos como ahora, que estoy en un hotel precioso. Pero no es algo que necesite.

–Pero tienes una casa en Elviria.

–Con los años he podido permitirme algunos lujos. Elviria fue la venta de una exposición y algunos ahorrillos… Bueno, y una hipoteca de diez años. Pero me da tanta paz y tanta alegría levantarme por las mañanas y ver esa luz por todas partes… Mi casa en Madrid mira hacia el norte y aquí, en Málaga, hacia el levante sur. Me siento una privilegiada. Además, tengo un árbol muy viejo, un alcornoque, delante de mi terraza, y un montón de macetas que me encanta ver cómo van creciendo.

–Eres medio malagueña.

–Sí, soy medio malagueña ya. Digamos que si me pierdo en algún lugar, que me busquen en Málaga. Vengo desde pequeña. Mi abuela siempre nos traía a Málaga. Recuerdo Pedregalejo, los Baños del Carmen, el mar... Me encanta.

–Creo que tu familia dice que tienes un ángel de la guarda.

–(Risas). Eso dicen mis hermanas, que tengo un ángel de la guarda. No entienden que no me hayan ocurrido más cosas, con todos los riesgos que tomo. Aunque me roban muchísimo. Hace poco me han robado el equipo otra vez.

–Tienes pinta, si me lo permites, de ser un poco desastrosa con el dinero, en cualquier caso.

–Soy un desastre. Pero porque soy muy confiada. Absolutamente confiada. Lo he sido toda mi vida.

–¿Te la han jugado muchas veces?

–Muchísimas. Me roban con mucha facilidad.

«Mis hermanas dicen que tengo un ángel de la guarda. No entienden que no me hayan ocurrido más cosas»

–Debes de haber hecho sufrir a tu familia con esos viajes.

–Mucho, sí. Sobre todo a mi madre. No entendía que tuviera que irme tan lejos. Siempre me preguntaba: «Hija mía, ¿por qué tanto esfuerzo?, ¿por qué vas a tal sitio si ya has estado?». Pero nunca me prohibió ir. Jamás. Y si era necesario, me prestaba dinero.

–¿Qué aprendiste de tus padres?

–A ser honesta y a trabajar. También la bondad, la generosidad... Nunca nos dijeron lo que teníamos que hacer, siempre nos respetaron. No les hizo ninguna gracia que primero quisiera ser pintora y luego fotógrafa, ninguna, pero siempre me respetaron.

–¿Qué recuerdas de aquella infancia, entre tantos hermanos?

–Creo que ser familia numerosa tiene sus ventajas. Ahora apenas hay familias así por los sueldos y las condiciones y los problemas para encontrar casa. Pero para mí ha sido muy importante tener hermanos. Te quita la tontería, juegas con ellos, os peleáis, os reconciliáis, os ayudáis…

–¿Cómo llevas las injusticias?

–Se me revuelven las tripas. Lo que está pasando en Palestina, por ejemplo, es algo insoportable. ¿Cómo no lo han parado ya?

–¿Nunca te ha tentado ser fotógrafa de guerra?

–No, nunca, aunque me ha tocado estar en situaciones de guerra. Pero no quiero ver morir a nadie. Quiero ver feliz a la gente.

–¿Y alguna vez has pensado en tirar la toalla?

–No, no.

–¿Ni una sola vez en todos estos años?

–Hay veces que estás ya tan agotada, tan agotada, después de tantos kilómetros, con los pies llenos de ampollas, el peso de la cámara, el sol, el calor, las pocas condiciones higiénicas que hay en algunos sitios… que te dan ganas de irte, ¿no? Pero no te lo permites porque sabes que eso que estás fotografiando no vuelve a suceder. Entonces no. No me lo permito. Un fotógrafo tiene que saber aguantar. Y también comportarse.

«Nunca he pensado en tirar la toalla. No me lo permito»

–¿Y cómo has gestionado el estrés, la ansiedad?

–No lo he gestionado de ninguna manera. Creo que he llevado mala vida en el sentido de que he tenido mucho estrés por la cantidad de trabajo que me he echado encima. Soy libre pero esclava de un calendario, aunque esclava porque yo quiero. Porque lucho contra el tiempo. El tiempo es mi enemigo. Así que cuando fotografío algo es como si le dijera al tiempo: «¡Jódete, tiempo!». Ay, eso no lo pongas. Pon: «¡Aguántate, tiempo! Te he ganado, te he ganado. Ese momento que fotografío me lo llevo para mí, es mío y se lo voy a dar a todo el mundo. Te lo he quitado, tiempo. Te lo he quitado y no va a morir».

Marilú Báez

«¿Poderosa yo? ¡Ay, hijo! Nunca me he sentido poderosa»

–Decía Chavela Vargas que, a menudo, el precio de la libertad es la soledad. ¿Tú también lo has pagado?

–Sí, a veces. Me he sentido muy sola, pero la soledad y yo nos llevamos bien. No somos enemigos. La soledad te enseña muchas cosas. Pero tener amigos de verdad y compañeros tan buenos como los que yo tengo es una suerte.

–¿Y crees que para los hombres ha sido difícil estar con una mujer tan poderosa como tú?

–¡Ay, hijo! Es que yo nunca me he visto poderosa. En la vida.

–Por tu talento, por tu carácter.

–Nunca, Alberto, nunca. Nunca me he visto poderosa. Yo más bien he sido tímida.

–¿Sí?

–Con los años he aprendido a discutir, a hacer amigos, a contar mi vida… ¿Pero yo poderosa? Jamás. Lo que sí veo es que hay gente que valora mis fotos, que entiende mi trabajo y se emociona con lo que hago. Eso es bonito, aunque habrá gente también a la que no le guste lo que hago. Es normal.

–La cámara, para una tímida, debe de haber sido un refugio.

–Absolutamente. Ha sido un escudo. Me ha dado muchísima fuerza. Yo era la fotógrafa, no Cristina. A veces me he preguntado: «¿Qué hago yo aquí, si tengo vértigo?, ¿cómo me he subido a este tejado?». Cuando ves clara la foto, te sale el valor por todas partes. Pero cuando las has hecho dices: «¡Ay!». Conozco mis limitaciones, jamás podré sentirme poderosa, pero con la cámara siempre se me han ido los miedos.

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