Carliyo el nervio genio
Carlos García es uno de los 'tiktokers' más importantes del país: 1,3 millones de seguidores en Tiktok y 632 mil en Instagram. Paseamos con él por su barrio, la Colonia Santa Inés, para descubrir quién se esconde detrás de este fenómeno viral
Carlos García no es nadie o, mejor dicho, podría ser cualquiera. Un chico más de la Colonia Santa Inés que estudió en el CEIP Luis Buñuel, que tocaba bien el balón y que traía de cabeza a sus profesores porque era «bastante malo». Pero Carliyo 'el Nervio' sólo hay uno, y es irrepetible. En este caso, son la misma persona. Cuando la luz roja del móvil se apaga, cuando deja de grabar, se nos presenta ante nosotros el verdadero Carlos. Al otro lado de la pantalla se quedan millones de seguidores y un buen puñado de videos virales. Hemos quedado con este chaval de 27 años que más que nervio, tiene ingenio y creatividad a raudales, y una cabeza muy bien amueblada.
El campo de juego no es neutral, es el Bar Avilés, un clásico de su barrio, pero es que a Carlos hay que analizarlo sobre el terreno, en su hábitat natural. «Yo he crecido aquí, hace poco me tuve que mudar, pero bueno, soy coloniero de toda la vida», dice de corazón. Sin campañas promocionales de por medio, sin monetizar, Carlos desayuna un pitufo mixto con su batido de chocolate. Le gusta venir a su peluquero de siempre, pasear por las calles de la Colonia, pasar junto a su colegio y asomarse al patio con añoranza, saludar a los vecinos. «Si voy al centro o al Plaza Mayor, la gente me para más. Aquí no me saludan porque son mis amigos, mi gente, me conocen de siempre».
«Me considero 'tiktoker' por encima de todo». Las cifras marean: 1,3 millones de seguidores en Tiktok y 632 mil en Instagram. Lo cuenta un creador de contenido que empezó «a tener suerte» hace dos años y medio, pero que antes había trabajado de socorrista, comercial de Procono y hasta en TacoBell. «Me fui un verano con 19 años a Londres y estuve trabajando en el McDonald's, pero lo que es inglés no aprendí», dice entre risas. Es graduado en Terapia Ocupacional y estuvo dos años con niños con autismo. Si todo va mal, hay plan B: «Retomaría mi profesión, me gustaba mucho». Pero hay muchos frentes abiertos, porque en todo este tiempo ha aprendido a marchas forzadas sobre Márketing y Publicidad y tampoco descarta pasar al otro lado de la cámara: « Quién sabe si el día de mañana me dedico a algo parecido a lo que estoy haciendo, pero ayudando a otros».
«No descarto volver a la Colonia. Esta es mi casa, soy coloniero. Le tengo mucho cariño a este barrio»
Lo que Carlos García llama «suerte», en realidad fue un viaje a Tailandia. A muchos les sirve para reencontrarse a ellos mismos. A él le sirvió para que el mundo conociera a Carliyo. Desde allí comenzó a subir vídeos, siendo él mismo, con sus bromas y su espontaneidad: «Pero se los mandaba a mi madre por WhatsApp o los subía a 'mejores amigos' de Instagram». Y tras un mes allí, se dio cuenta de que su estilo gustaba, «y mira que contaba lo que estaba comiendo o lo que hacía la gente por la calle». Decidió empezar a subirlos a TikTok y, de la noche a la mañana, se encontró con 50.000 seguidores. «Me dije: Oye, pues si sigo subiendo vídeos contando mi día a día, a lo mejor funciona… ¡Y salió!».
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«Mira, en aquella azotea me subía con mis colegas a tirar globos de agua», dice camino de su casa, una casa mata de las de toda la vida en Colonia Santa Inés. Es cierto que Carlos García no parece nervioso, pero debe serlo; su madre, Rosa María, siempre se lo decía de chico. «¡Es que no paraba! Nadie me llamó nunca Carliyo, pero ella siempre me decía que era un nervio», añade. Antonio, su padre, es quien abre la puerta de la casa, de donde Carlos se mudó hace ya algún tiempo. Nos recibe el perro, el gato anda por ahí escondido. En su habitación, que lejos de ser un santuario se ha convertido «en un almacén de trastos», recuerda cuando les dijo que iba a dejar el trabajo para subir vídeos: «Mi madre pensó que vaya decepción de hijo, que era el peor error de mi vida», pero el tiempo le ha dado la razón a Carlos. Rosa María y Antonio no salen en los 'reels' de Carlos, quizá alguna vez en un 'storie'. «No me gusta exponer a mi familia y que, si me equivoco, que me equivocaré, los juzguen por lo que hace su hijo», dice con sinceridad. «Sí tienen cuenta de TitTok para decirme cuándo no tengo gracia o si me he pasado con una broma sobre algo», matiza.
Desde que es 'influencer', Carlos García no camina solo. Va de la mano de Natalia Palacios. «Yo creo que es una suerte muy grande tener una pareja que te comprende en todo, es una niña ideal». Y es que esta malagueña, 'Nataliaxpr', necesita tan poca presentación como Carliyo: suma a la pareja otros 1,3 millones de seguidores en TikTok y 736 mil en Instagram. «Estoy seguro de que nos dedicáramos a lo que nos dedicáramos, estaríamos juntos. Se preocupa por mí y está dispuesta a tener conversaciones a veces que son incómodas, pero necesarias». Una dupla de oro que este mismo verano se casa, ya tienen un hogar y que últimamente centra sus vídeos en amueblar su vivienda y preparar la gran celebración, despedidas de solteros incluídas.
«He tenido la suerte de haber encontrado a Natalia: me comprende en todo, es una niña ideal»
El plan vital es no renunciar a las raíces. «En Málaga se vive muy bien, no me iría a Andorra y ni siquiera a Madrid», nos cuenta mientras se cruza con un grupo de chavales que salen a practicar deporte con sus profesores de Educación Física. Tantos abrazos, selfies y gritos de ánimo justifican la respuesta. La admiración de un barrio, Carliyo 'el de la Colonia'. Podría tener «más oportunidades de curro fuera», reconoce, pero aquí tiene a su familia, a los amigos, el clima y el fútbol, por supuesto. «Los camperos también», reconoce entre risas. Se tuvo que ir de la Colonia un día, «por los precios de la vivienda», pero sueña con volver: «No lo descarto. Esta es mi casa y así lo siento. Le tengo mucho cariño a este barrio».
Si Carlos García no hubiera sido 'tiktoker', bien podría haber ido para futbolista. Nos lleva a una pista de fútbol-sala, de esas de cemento, de las muchas que pueblan los barrios de Málaga. «Veníamos aquí a sudar y a liarla, un vasito de agua en casa y a seguir jugando». Allí se crió con sus colegas en torneos triangulares hasta las tantas de la noche. «Cuando chico estaba federado con el Puerto de la Torre, fútbol once, y era más o menos bueno de centrocampista», confiesa. Toca el balón como invocando a su yo más pequeño y en una de las que está haciendo 'picaditas' le pega un soberano balonazo a la valla. Suena un ruido atronador. «Así convocábamos a la gente cuando no había móvil: mis colegas lo escuchaban y bajaban, y ya se organizaba el partido», explica.
No se entiende a Carliyo sin el fútbol, mucho menos sin el Málaga de sus amores. «Siempre que puedo voy a La Rosaleda, pero ahora me invitan a ver partidos que yo en mi vida no había imaginado». Pero su afición por este deporte, le ha llevado por caminos curiosos. Como cuando estaba en el instituto, donde se recuerda como un «trápala». «Tenía un contacto chino que compraba camisetas de fútbol y yo las vendía a mis compañeros y, con el dinerillo que me juntaba, me pagaba el abono del Málaga o me pagaba mis viajes». Muchas veces pegado a una camiseta del Málaga en muchos de sus retos virales, ya era temido por quienes le conocían antes siquiera de que TikTok existiera. «En una excursión del colegio a Isla Mágica, mi profesor me pidió que por favor no se la liara en el viaje». ¿Qué hizo? Tuvo la ocurrencia de pedir a todos sus compañeros llevar la camiseta del Málaga en su viaje a Sevilla. «Aparte de la bronca, aquella excursión no fue nada cómoda para nosotros». Y sin grabación de por medio.
«Yo siempre llevaba la pelota en la mochila y en los recreos jugábamos también», dice señalando a los niños que justo en este momento están saliendo con sus bocadillos. En la puerta del CEIP Luis Buñuel, su colegio de toda la vida, repasa mentalmente la lista de sus amigos «los de toda la vida», con los que ha crecido: «Hemos pasado por distintas novias, distintos trabajos, pero siempre nos hemos tenido los unos a los otros». Enfrente hay un quiosco, de donde su abuelo le traía chucherías justo al sonar la campana. «Nostalgia de la buena, me gustaría volver a entrar ahí de otra forma, siendo el que soy hoy». Y se detiene a hacer una reflexión en la que solo Carliyo 'el Nervio' sería capaz de caer: «Ya tengo 27 y lo de Carliyo está bien, pero a ver si me va a pasar como 'el Niño' Torres, que cuando sea grande ya no me va a pegar el nombre», dice entre risas.
Estando donde está, frente al patio del recreo, es inevitable pensar qué le diría a un Carlos García con 7 u 8 años: «Que disfrutara, que haga lo que le guste, que le dedique su tiempo a algo que le apasione que, si sale bien, puede llegar a ser muy feliz». Y, como si se hubiera escuchado a sí mismo, Carlos (o Carliyo) ha cumplido punto por punto ese plan, porque siempre lo tuvo muy claro. Porque más que un nervio, es un genio que ha sabido encontrar en TikTok una lámpara maravillosa con la que cumplir todo lo que, de momento, se ha propuesto.
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