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María teresa lezcano
Domingo, 19 de marzo 2017, 01:07
Tal día como hoy nacía Wyatt Earp, quien se convertiría en leyenda del Oeste americano, y moría Clemente XI, que, mientras heretizaba a todo jansenista viviente se dijo, pues ahora voy a condenar un poco las costumbres chinas y malabares de mis jesuitas de Asia.
Wyatt Earp. De 10-3-1848 a 13-1-1929
Diecinueve de marzo de 1848. Nace en Monmouth, Illinois, Wyatt Berry Stapp Earp, quien se convertiría en leyenda del Oeste americano y protagonista de numerosos westerns. Earp, que antes de marshall fue cowboy a trato y cazador de búfalos, entró en la policía en 1878 y poco después conoció a Doc Holliday, dentista reciclado en jugador de póker y pistolero que se convertiría en su amigo más fiel. Habida cuenta que Wyatt y sus hermanos Morgan y Virgil se habían ganado la enemistad de los Clanton y los McLaury por unas mulas que nunca estaban donde debían, todos acabaron a tiro limpio en el arizoniano O.K. Corral, donde murieron dos McLaury y un Clanton, tras lo cual se celebró un juicio en contra de los Earp y de su colega Doc Holliday, del que los acusados salieron absueltos por falta de méritos en el cargo de homicidio. Cabreados como las mulas desencadenantes del conflicto, los McLaury y los Clanton dijeron pues ahora os vais a enterar, forasteros, fuck off en idioma O.K. Corraleño, y les dispararon por la espalda a Virgil y a Morgan Earp, dejando el primero malherido y el segundo tan bienherido que quedó fiambre al instante, ocasión que no desestimó Wyatt para iniciar su famosa cabalgata homónima, durante la que dio caza y liquidó uno a uno a los asesinos de su hermano, tras lo cual le entró la fiebre del oro y se marchó a Alaska, donde abrió un saloon tan típico del far west que casi parecía del desierto almeriense y, tras enriquecerse cabalgando lento sobre el multivicio minero, se fue a morirse a California, que en Alaska a Earp se le estaban congelando los ears... Once upon a time in the west.
Clemente XI. De 23-7-1649 a 19-3-1721
Ciento veintisiete años antes del nacimiento illinoisano de Wyatt Earp, moría, no en la Roma texana sino en la italiana, Clemente XI, Papa número doscientos cuarenta y tres de la Iglesia Católica cuyo evento administrativo más memorable fue la publicación, en 1713, de Unigenitus, una bula y una burla papal en la que condenaba a los jansenistas por andar difundiendo que la predestinación y no la acción era la que otorgaba al siervo de Dios la gracia, la desgracia y, si se terciaba, la perspicacia. Verbigracia, claro está. Mientras iba heretizando a todo jansenista viviente, Clemente se dijo, pues ahora voy a condenar un poco las costumbres chinas y malabares de mis jesuitas, las cuales no consistían en que los religiosos de la Compañía de Jesús se entretuvieran volteando pelotas o equilibrando varas en extática habilidad psicomotriz sino que los siervos jesuíticos afincados en Asia, deseosos de ser aceptados por los seguidores de Confucio, habían desarrollado un modo de evangelizar con la mano derecha mientras eran confucionados por la izquierda; es decir, yo te muestro mi Dios y tú me muestras los tuyos, y aquí paz y después gloria o nirvana, ya se verá.
Y así hasta que Clemente puso el grito desconfucionista en el cielo, literal y metafóricamente, a mí me van a venir éstos con ritos chinos, mientras los misioneros intentaban atemperar la pontificia irascibilidad, no nos seas intransigente, Clemente, que tampoco es para tanto y mira que hay muchos chinos y no queremos cabrearlos; y Clemente que no quiero ritos chinos y no quiero ritos chinos y si me desafías te excomulgo... Hasta que al emperador chinesco Kang Hi se le hincharon los malabares y dijo, pues ahora os vais todos a tomar viento de Manchuria, y rompió un par de jarrones de la Dinastía Yuan y destruyó un par de misiones de la pedanía Yesus, tras lo cual se quedó como Dios, aunque sin jesuitas. Como bien dijo Confucio: lo más difícil de todo es encontrar un gato negro en una habitación a oscuras, sobre todo si no hay gato... No digamos ya si es el de Schrödinger.
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