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José Antonio, un líder ingenuo y mesiánico

El historiador Joan Maria Thomas disecciona con exhaustividad la figura del fundador de Falange, que creía tener la receta mágica para España

ÁLVARO SOTO

Sábado, 18 de febrero 2017, 00:54

Manipulada hasta la náusea por el franquismo y degradada sin límites por sus enemigos, la figura de José Antonio Primo de Rivera (Madrid, 1903-Alicante, 1936) necesitaba una «aproximación académica y objetiva». A este propósito de discernir entre realidad y mito ha consagrado el historiador Joan Maria Thomas su nueva obra, 'José Antonio' (Editorial Debate), un exhaustivo y brillante estudio sobre el hombre que quiso traer el fascismo a España.

Para entender bien a Primo (Thomas lo llama así para distinguirlo de otros miembros de su familia) hay que acercarse también a su padre, el dictador Miguel Primo de Rivera, que gobernó los destinos del país entre 1923 y 1930. «Primo quiso emular a su padre y tenía su misma pulsión mesiánica, pero superándolo porque creía que el proyecto paterno había sido insuficiente», explica Joan Maria Thomas, investigador ICREA Academia y profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Rovira i Virgili. «José Antonio estaba convencido de que tenía la solución, la receta mágica, para los problemas de España», agrega.

El momento de José Antonio llegó en 1933. Convertido en diputado y subido en la ola de los fascismos que tomaron el poder en Alemania e Italia, en octubre de ese año funda la Falange, y comienza a jugar un papel clave en la «brutalización» de la política que entonces asola el país. Y sin embargo, ahonda el autor del libro, además de mesiánico, Primo era «un ingenuo». «Cuando ve que los primeros muertos son suyos, a él le cuesta asumirlo y de hecho, frena atentados espectaculares que estaban preparando sus compañeros de Falange», asevera.

José Antonio, que ya había estado en la cárcel en dos ocasiones, ingresó de nuevo en prisión, en la Modelo de Madrid, el 14 de marzo de 1936 por posesión ilícita de armas, y el 5 de junio fue trasladado a la cárcel de Alicante. Desde allí conspiró para la sublevación, pero su papel fue secundario respecto a otras fuerzas de derecha y ultraderecha como la CEDA, los monárquicos o los carlistas.

Estalla la Guerra Civil, que José Antonio consideraba como «un fracaso», y aquí aparecen de nuevo esas dos características del personaje, la ingenuidad y el mesianismo. «Quería la reunificación del país y sabía que una guerra era la partición total». Por eso intenta una solución. Desde la cárcel se ofrece para mediar entre los bandos y propone que se forme un gobierno «que acabe incluso con sus propias milicias, las falangistas, para traer la paz». Pero no solo fue ignorado, sino que, por aquellos días, su situación en la cárcel empeoró: su juicio se aceleró y fue fusilado el 20 de noviembre de 1936. En su testamento dejó escrito: «Que sea la mía la última sangre española vertida en discordias civiles».

En puridad, José Antonio fue un «líder político de importancia menor». De hecho, se presentó a tres elecciones para diputado, y únicamente en una ocasión, en 1933, logró el acta por la circunscripción de Cádiz, y solo gracias al apoyo que le brindaron los caciques locales. Aún más: el partido que José Antonio creó, la Falange, consiguió un ridículo 0,7% de los votos en las elecciones de 1936. Si se le conocía era «por ser hijo de quien era y por ser la imagen del fascismo en España». Y pese a todo, se convirtió en un héroe. «El franquismo exaltó la figura de José Antonio hasta el ridículo de compararlo incluso con Jesucristo, con el que compartía haber muerto a los 33 años. «La paradoja es que mientras mitificaba su figuraba, el régimen se alejaba de la Falange y la Falange aceptaba su sumisión al régimen».

De una familia inmejorable, buen orador, atractivo... Y sin embargo, José Antonio nunca contrajo matrimonio. Su primera relación seria fue en 1927 con una dama de la más antigua nobleza de sangre cinco años más joven que él, María del Pilar Azlor de Aragón y Guillamas, primogénita y heredera del duque de Villahermosa y de Luna y nieta de los marqueses de la Romana. La joven le correspondía, pero no su padre, que había sido enemigo del padre de José Antonio. La relación, clandestina, se rompió en 1933. Poco después comenzó su otra relación más conocida, con una aristócrata inglesa, la princesa consorte Elizabeth Asquith, esposa del embajador rumano en Madrid. En este amorío imposible se basa el musical 'Mi princesa roja'. Finalmente, en la última etapa de su vida, mantuvo «una o dos relaciones» con militantes «sin abolengo aristocrático» de la Sección Femenina o del SEU.

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