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Antonio Javier López
Jueves, 6 de octubre 2016, 01:07
El actor Joaquín Núñez llegó con el Goya debajo del brazo, el doctor Ángel Rodríguez Cabezas confesó su alma melómana con un violín, la cantante Diana Navarro optó por su último disco y el abogado José Manuel Cabra de Luna desplegó sobre la mesa sus coloridas corbatas marca de la casa... «A cada uno le pedí que trajera el objeto que quisiera. Para mí es una herramienta muy últil, porque me ayuda a que la persona se olvide de que le están haciendo una foto», habla Pepe Ponce, que, cuando el Ateneo de Málaga despertó, él ya estaba allí. Más de medio siglo al otro lado del visor.
El montaje ofrece un retrato coral de la cultura malagueña, entendida esta en un sentido amplio y generoso. Intelectuales, artistas, médicos, informadores, académicos, gestores culturales y demás mentes inquietas van desfilando frente al objetivo de Ponce, que usa la cámara como puente, no como muro. «Dejo de lado los equipos grandes y los sistemas de iluminación, prefiero usar una cámara pequeña, que no intimide, para que fluya la conversación con la persona retratada. A menudo, cuando me preguntan Bueno, Pepe, ¿cuándo hacemos la foto? les respondo Ya está hecha», argumenta el veterano fotógrafo malagueño. Su entusiasmo y cierto espíritu anárquico amplía el catálogo de la muestra hasta los 53 retratos. «Es una ración de 50, pero bien servida», bromea Ponce, que junto a su cámara ya forma parte del paisaje cultural y sentimental de la ciudad.
«La gente me ve en los actos, haciendo las fotografías de posado y quizá tienen una imagen de mí que no se corresponde del todo con la realidad. Por eso creo que esta exposición puede sorprender», avanza el autor. Porque en 50 imágenes por la cultura en libertad no hay atisbo de Aquí te pillo, aquí te retrato. Al contrario, las salas del Ateneo de Málaga se convierten en el hábitat por el que Pepe Ponce y sus retratados pasean en busca de un rincón, de una luz que les haga sentirse cómodos. Sin prisas.
«Ese juego es donde yo disfruto y donde creo que la otra persona también», aboga Ponce. Ahí está la nariz de mimo de Ángel Baena junto a dos bustos blanquecinos, el barítono Carlos Álvarez con un diapasón, el artista Enrique Brinkmann como un chaval rebelde con gorra y gafas de sol, el rector Ángel Narváez con el rinoceronte naranja que heredó de Adelaida de la Calle y el redactor de SUR Ignacio Lillo con un ejemplar del periódico y la mirada cómplice de Fernando González, editor gráfico de esta casa.
Y como en casa se siente Pepe Ponce en el Ateneo, donde presenta hasta el próximo día 31 una selección de retratos que combinan el realismo con guiños al esteticismo de imágenes seriadas o efectos de color en medio del blanco y negro. Eso sí, todas las instantáneas ofrecen una cualidad compartida. Sigue Ponce: «La fotografía, la imagen, es como un espacio arqueológico que da información sobre cuándo y cómo se hizo esa imagen. Una fotografía nunca deja de dar información. En este caso, siempre hay imágenes dentro de las imágenes que forman parte de la exposición».
El aviso de Ponce sirve al espectador atento para ir en busca de algunas de las sorpresas que encierran las instantáneas creadas por el autor. Sin ánimo de desvelar demasiadas sorpresas, sí conviene alertar sobre cierta fantasmagoría junto a Jacinto Esteban, sobre la filigrana en la imagen Juan Ceyles elaborada a partir del perfil del propio Ceyles o sobre el barquito de cartulina amarilla que acompaña a José María Luna y que transporta en su interior una historia íntima y esencial. Como sucede en cada fotografía de Pepe Ponce.
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