Costa del Show es un colectivo de siete bailarines de distintas nacionalidades que pertenecen a Círculo Breaking, uno de los primeros clubs de break que se crearon en Andalucía. Blanca Duque

Jesús Mora: «No estamos mendigando, estamos ofreciendo arte»

Espectáculo. El Contenedor Cultural apuesta por el grupo de break dance Costa del Show, que trae energía y denuncia a los escenarios

BLANCA DUQUE SERRANO

Martes, 20 de abril 2021, 00:05

Una chica de pelo negro se balancea al ritmo del show. Está prohibido levantarse para bailar, pero aprovecha al máximo el espacio de su silla para expresar corporalmente las buenas vibraciones que el espectáculo le hace sentir. Son las 19.00 de la tarde y el cielo está teñido de gris. Los focos rosas y morados de la actuación se niegan a perpetuar la rutina aplastante de la monotonía del Bulevar Louis Pasteur. Las buenas sensaciones se transmiten. Entre gritos y aplausos comienza un show que nunca antes había subido a los escenarios.

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La lluvia no logró frenar su actuación, algo que quizás no hubiese podido ser en la calle. Al igual que las inclemencias del tiempo no actúan igual, el espectáculo no es el mismo que el que realizan al aire libre. Su significado se transforma dependiendo del contexto y el lugar en el que se encuentre. «Un extintor en un edificio es un extintor simplemente, para usar por si hay un fuego. Un extintor en un museo es una obra de arte. Pues, el break dance en la calle es callejero y en los teatros es más contemporáneo», explica Frederic Cruz Hidalgo, uno de los componentes del equipo.

Costa del Show es un colectivo de 7 bailarines con distintas nacionalidades, que pertenecen a Circulo Breaking, uno de los primeros clubs deportivos de break que se crearon en Andalucía. Su actuación, Street Show, pisó por primera vez una sala el pasado 14 de abril. El Contenedor Cultural apostó por un grupo que agotó todas las entradas de su aforo reducido. «Creo que ahí detrás quedan dos asientos», comentaba una de las organizadoras a las dos últimas asistentes que entraron.

Alejandro Morales: «Hemos sobrevivido porque estamos acostumbrados a buscarnos la vida»

«Espíritu, reivindicación, emoción, chavales, innovación, pasión y fuego» son las palabras con las que cada uno de los integrantes del grupo definen su actuación. Según comentan, es el resultado de la fusión de todas sus culturas y estilos lo que crea un espectáculo único. «Es una cosa novedosa, viene de un baile callejero puro. No solo entrenamos en la calle sino que hacemos esos shows en ella. Interactuamos con las personas y les gusta bastante. ¡Hoy la gente se ha quedado loquísima!», comenta Jesús Mora con alegría.

Un 'Air Flare', 'Windmill', 'Baby Freeze' o 'HandHop' no son palabras habitualmente conocidas pero capaces de dejar boquiabierto a quien las contempla. Estos conceptos se refieren a los espectaculares movimientos que realizaron los bailarines. La complejidad es extrema y consiguen ofrecer un baile que oscila entre lo acrobático y lo artístico. «La gente siempre se levanta, quieren conocernos, nos aplauden y nos agradecen haber llevado un poco de alegría a las calles», cuenta Konstantin Lupasco, un joven de Rusia que fundó el grupo en 2019 junto a Jesús Mora y Ubaldo Gutiérrez.

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El trabajo en la calle

«¿Qué haces en mi sitio ilegal de mierda?», exclaman durante su show para presentar la lucha y los problemas de quienes trabajan del arte callejero. El ambiente estaba impregnado de una 'buena onda' que no venía solo de sus alucinantes posturas. La obra recreaba el día a día de ellos. Las conversaciones que mantenían simulaban situaciones reales que ponían en evidencia las condiciones duras ante las que trabajan. El bailarín ruso inundaba de risas toda la sala con sus guiños y bromas sobre los prejuicios y trabas que se le ponen a los sin papeles en las calles.

Entre los que vitoreaban y aclamaban su obra había jóvenes, adultos e incluso niños, pero no todo es siempre así. Para las familias aceptar este oficio es a veces más complicado. Jesús Mora cuenta cómo en su casa los primeros consejos giraban en torno a buscar alguna formación más segura, más oficial, con la que acabase teniendo un respaldo o una garantía el día de mañana. Es un trabajo que no está bien visto socialmente. «Mucha gente nos ve como que estamos mendigando. No estamos mendigando, estamos ofreciendo arte. Nosotros reivindicamos la figura del artista callejero que es tan importante como el que está normalmente en los teatros. En las artes escénicas se suele coger más a los bailarines del conservatorio, a los clásicos o los que son de escena, pero la danza urbana tiene mucho que decir todavía. Reivindicamos que nos cojan, que nos llamen. Es la primera vez que bailamos en un teatro y queremos que esto se repita una y otra vez».

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Las críticas y los obstáculos que se les presentan en el camino los solventan con su pasión por este arte. Para Yosbani Rodríguez el breakdance es una forma de vida. «Significa todo: cómo te expresas, el conocimiento, la cultura, como conoces a la gente».

Entre el barullo de quienes hablaban tras el espectáculo Miguel Mateos confiesa: «Mucho del show es improvisado. Nosotros en la calle tenemos 15 minutos, aquí nos han dado más tiempo». Viven de las rápidas actuaciones que hacen en las terrazas y las plazas. Las primeras suponen un esfuerzo físico mayor porque han de ir de un establecimiento a otro, pero las segundas tienen el reto de captar la atención de los transeúntes y conseguir que decidan dedicar su tiempo en pararse a verlos. Por este motivo trabajan en los puntos más turísticos, algo que los hace más fáciles de localizar. Aún así, para no dejar tanta incertidumbre sobre sus próximas representaciones invitan a todos a seguirles en su cuenta de Instagram: costa_delshow.

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Ellos han conseguido mantenerse arriba en el escenario más complejo: el que trajo la pandemia del Covid-19. «Esto de no tener trabajo y no tener una estabilidad laboral es algo que nos ha hecho quedarnos igual. Hemos sobrevivido porque estamos acostumbrados a buscarnos la vida», sentencia Alejandro Morales. Cada uno de ellos tiene una situación distinta, viven del breakdance pero no solo de esos shows. Hay quienes han estudiado las carreras de Historia del Arte, INEF o Antropología de la Danza, y quienes no han tenido otra formación que la del baile. Algunos son profesores, otros trabajan precariamente en los puestos que se les ofrecen, aunque siempre buscan nuevos caminos sin abandonar su estilo.

Sobre el suelo negro de la sala se tumban cinco personas, dos mujeres del público y tres de los integrantes. Con los brazos pegados al cuerpo y una postura recia y encogida esperaban el gran momento: un salto con voltereta que necesitaba prácticamente todo el ancho del espacio del que disponían. Carrerilla, un impulso y una técnica impecable concluían en un salto que consiguió motivar más todavía a un público que quedaba asombrado desde el primer minuto.

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Con el potencial físico y creativo de este arte, el tema de las Olimpiadas no pasa por alto, ya que se ha incluido el breakdance a las competiciones de 2024. Este cambio de plataforma se traduce en nuevas oportunidades para quienes se dedican a ello. Miguel Mateos, uno de los componentes del grupo, estuvo hace un par de semanas representando a España en uno de los campeonatos, concretamente el primero de modalidad olímpica a nivel nacional. «Se pone en valor lo que nosotros hacemos a nivel institucional. El gobierno al fin nos toma en serio, empieza a haber más ayudas, más subvenciones... pero al fin y al cabo es solo otro camino que se puede elegir o no, otra vertiente. La variante deportiva está muy bien, pero no es solo algo físico, requiere estudio y es algo también muy mental».

Una hora de risas, baile, posturas alucinantes y alabanzas del público culminan con un generoso aplauso que ellos agradecen infinitamente. Finalizan explicando la vergüenza que pasan en la calle al pedir dinero, pero detrás del artista están sus necesidades y por eso buscan transformar sonrisas en billetes y monedas, según afirman. Se apagan las luces, despiden a todos y el Bulevar Louis Pasteur vuelve a su rutina. Ellos recogen y dejan un mensaje claro: «Es más difícil pedir dinero que sacar los movimientos del baile».

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