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Alba Tenza y Víctor Rojas
Martes, 10 de enero 2023, 09:56
Un nuevo país, muchas nacionalidades diferentes, un idioma que no es el materno, una vida independiente e incluso idílica, degustación de la mejor cerveza nacional y un conjunto de aprendizajes al que muchos prefieren llamar: Erasmus. Desde Europa hasta el otro lado del charco, la Universidad de Málaga oferta 27 destinos europeos y otros fuera del continente. 1.244 estudiantes de la UMA están realizando su movilidad internacional por todo el mundo, lo que supone una cifra récord desde el curso 2013/14. En Europa destacan Italia con 203 alumnos; Polonia, que cuenta con 179; y Portugal, con 98, mientras que en Corea del Sur se encuentran 75 estudiantes, 19 en México y 13 en Canadá.
Ya es septiembre. Ya ha llegado el día marcado en rojo en el calendario. La cuenta atrás ha terminado. Con un pie puesto en el avión, las emociones empiezan a aflorar. «No asimilaba lo que realmente estaba viviendo, sabía que me iba de Erasmus pero al principio era la sensación de irte de viaje», narra Isabel Arroyo, una estudiante de Filología Hispánica que actualmente reside en Pisa (Italia). «Recuerdo las caras de mis padres y de mi hermano y el abrazo de despedida con mi abuela el día anterior», relata desde Brno (República Checa) Pablo Blanca, estudiante de Derecho y ADE.
Los nervios se hacían notar desde la noche anterior. El estudiante de Ingeniería Industrial Julián Núñez cuenta desde Skovde (Suecia) que se sentía «como un niño la noche de Reyes». Una madrugada que también estuvo llena de sentimientos encontrados para Andrés del Águila, quien está en Coímbra (Portugal) estudiando Ingeniería de Organización Industrial: «Pensaba que después de un proceso de más de 10 meses y más de 100 correos enviados, por fin, iba a comenzar mi aventura». Y comenzó.
Son los primeros días, los de más incertidumbre, la habitación aún sin decorar, fría; en la cocina, solo un tenedor, y el baño, compartido con personas que, ahora, son extraños pero que, en unos días, se van a convertir en familia.
Las primeras conversaciones surgen por el instinto natural. En un parque, en la entrada de la residencia o en el supermercado. «¿Cómo te llamas?, ¿de dónde eres?, ¿qué estudias?» son las preguntas que más se escuchan, a veces, en inglés y, otras, en español o en la lengua del país de destino. Así surgen las primeras amistades, las primeras confidencias y los primeros brindis. Y, de ahí, los primeros viajes.
«Lo que más me está gustando es conocer Europa y viajar con mi grupo de amigos con los que he creado un vínculo muy fuerte en poco tiempo», desvela Blanca.
Los prejuicios no entran en el equipaje, todas las banderas se funden en un mismo color, el idioma no es ninguna barrera y las agujas del reloj no paran de girar. «Estar dispuesta a conocer a la gente sin juzgarla previamente», así define Lola Pons, estudiante de Química en Brno, una de las mayores enseñanzas en lo que lleva de Erasmus.
La estudiante de Periodismo Alexia Taylor defiende esta idea después de estar viviendo desde septiembre en Ankara (Turquía): «Al irme a un país con unas costumbres más retrógradas, pensaba que iba a estar mucho más insegura a la hora de salir o de vestirme, pero aunque tenga un poco de inseguridad no es la sensación que yo tenía en mi cabeza antes de venir».
El idioma, en muchas ocasiones, puede suponer una barrera, pero en esta experiencia supone todo lo contrario, en una misma conversación se puede hablar en diferentes idiomas, pero prevalece el lenguaje universal de querer entenderse. «Mi principal aprendizaje está siendo este, pensaba que me iba a dar mucha vergüenza», asegura la estudiante de Arquitectura Ana González, que se encuentra en Szczecin (Polonia).
Sin embargo, la dificultad con el idioma llega en situaciones cotidianas como ir al supermercado. Para Taylor, el no saber turco le causa un problema a la hora de comprar: «En Ankara muy poca gente habla inglés y todo está en turco, no entender que pone en una simple bolsa de comida y no poder comunicarte bien con el dependiente es frustrante». Una situación parecida a la que vive en su día a día Paula Carmona, estudiante de Relaciones Laborales y Recursos Humanos en una ciudad cerca de Seúl (Corea del Sur): «Un ejemplo muy sencillo es cuando voy a un restaurante y no puedo quitarle la cebolla a la hamburguesa porque no me entiendo con los camareros, que solo hablan coreano».
Carmona había leído mucho sobre la cultura coreana, sus costumbres, comidas y tradiciones antes de emprender su aventura. No obstante, no podía esperar que los prejuicios pasaran a formar parte de su Movilidad Internacional: «Hay muchas cosas que vas descubriendo, por ejemplo, que te miren mal por ser europea, es todo muy diferente».
La familia ya está formada, vínculos que en cualquier otra situación no se hubieran creado en solo tres meses, lazos que durarán para siempre aunque, a veces, solo en la memoria. Se tiende a idealizar el Erasmus, como explica Alicia García, quien estudia Turismo en Varsovia (Polonia): «Está siendo mi experiencia, siento que la gente tiende a idealizar todo y también tienes algún día de bajón, pero entiendes que el propósito de esto es un poco encontrarte y aprender a vivir cada cosa a tu manera».
La estudiante de Educación Primaria y Estudios Ingleses en Edimburgo (Escocia) Julia Aguilera asegura que «está siendo una aventura maravillosa que te cambia, que te hace ver las cosas desde una perspectiva muy diferente». Una opinión que es compartida por Arroyo: «Llevaba años soñando con estar de Erasmus, con esta independencia y el poder viajar y conocer mundo. Es indescriptible».
Una mudanza, un sitio nuevo, gente desconocida, calles por explorar y recuerdos que vienen a la memoria. Estar de Erasmus también tiene su cara B, como echar de menos tus raíces. Esa visita a casa de tus abuelos, esa comida que preparan en el bar al que acudes cada domingo con la familia, o incluso el sol. Aunque el cambio no es tan brusco para los universitarios que cursan sus estudios fuera de su ciudad. «Uno extraña siempre la casa. Aunque estos últimos cuatro años he vivido en Málaga, que no es mi ciudad de origen», relata Del Águila.
Núñez también tiene el mismo sentimiento de nostalgia, de añoranza al lugar donde lleva viviendo toda su vida. Además de a su familia y amigos, echa de menos «los precios baratos, el sol y la picaresca española». La paella, la tortilla de patatas, las croquetas, el gazpacho o los boquerones hacen que el estómago ruja cuando pasan por las estanterías de los supermercados y no ven estos productos más que en sus sueños. «Muchas veces pienso: ojalá ir, ver y abrazar a mi gente, comer y volver, pero hay muchos kilómetros por medio», confiesa Taylor desde Ankara.
Como dice el conocido refrán: «Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde». Así se siente Arroyo, quien echa mucho de menos la comida y gracias a esto a día de hoy reconoce que «vivir en España es un privilegio en muchos aspectos, pero hasta que no sales de allí no te das cuenta».
A algunos les queda solo unos meses, mientras que a otros aún no les ha llegado el ecuador de su Erasmus, a pesar de ello, la mayoría coincide en querer seguir disfrutando y aprendiendo de una vivencia única e irrepetible. «Quiero seguir viviendo y experimentando sin crearme ninguna expectativa», afirma Alejandro Aranda, estudiante de Educación Primaria en Coímbra.
Arroyo sí ha creado expectativas, su deseo es: «Viajar mucho, conocer a más personas y volver a España con la sensación de que este ha sido el mejor año de mi vida». Deseos que también tienen los futuros Erasmus.
El Erasmus no comienza cuando estás en el avión rumbo a esa ciudad que se convertirá en tu segunda casa. Aproximadamente un año antes se inician los preparativos. En octubre la burocracia empieza a formar parte de los futuros alumnos del proyecto Erasmus. Elegir el destino es el paso que determina esta experiencia. Los motivos principales para decantarse por uno u otro son: el nivel de idioma acreditado que exigen, principalmente el inglés, ya que para ir a muchos destinos se necesita un nivel alto de este idioma; la ubicación para poder viajar de forma barata; las convalidaciones de las asignaturas; el nivel de vida de cada país, y las opiniones de alumnos de otros años.
Yael Martín, estudiante de Ingeniería de Software, ha elegido como posibles destinos tres ciudades polacas: Varsovia, Cracovia y Breslavia. «He elegido esas porque es donde más me convalidan y la gente con la que he hablado dice que en Málaga hay más nivel», cuenta la universitaria. Sin embargo, su compañero de clase Rafa Sáez ha seleccionado Alemania como principal país para realizar su Erasmus, concretamente Chemnitz: «Es uno de los pocos destinos que mi facultad ofrece en Alemania, donde sus universidades tienen muy buena fama en tecnología».
Para la estudiante de Medicina Irene González, el idioma ha sido el factor determinante a la hora de elegir su destino. «Solo tengo un B1 de inglés y el resto de mis compañeros, que además tienen más nota, van a elegir los otros destinos a los que podía ir», cuenta la joven, quien ha escogido Martin (Eslovaquia) y Bratislava (Eslovaquia). Por otro lado, Paula Galán, alumna de Publicidad y Relaciones Públicas, ha hecho una lista de destinos basada en ciudades desde las que poder viajar fácilmente. Praga, Cracovia, Bratislava, La Haya, Katowice, Londres, Roma, Nápoles y Maastricht son las ciudades que conforman su lista. «Un buen nivel de vida también es mi prioridad, quiero una ciudad cosmopolita que me permita estar constantemente realizando actividades», añade.
Ostrava (República Checa), Lubliana (Eslovenia) y Bolonia (Italia) son las opciones preferentes de Sara Domínguez, estudiante de Trabajo Social. «Las dos primeras las he escogido sobre todo por el precio, mientras que la tercera por su similitud en cuanto al coste de vida con Málaga y porque ya la conocía de antes y sé que me gusta», cuenta.
Una vez seleccionados los destinos, solo queda esperar a la resolución definitiva para continuar con los preparativos. No obstante, esta fase no solo consiste en esto, también hay que informarse acerca de todas las ciudades que se ofrecen para decidir la elección con un criterio. «Los trámites son simples pero liosos, es muy confuso ver destinos que no te reconocen casi ningún crédito», afirma el estudiante de Medicina Jorge García. La definición del proceso por parte de Ana de Haro, alumna de Trabajo Social, es «agotadora», reconoce cuando aún están empezando los trámites. «Mucho papeleo y poca información accesible sobre algunos asuntos, lo que te obliga a acudir al aulario Rosa Gálvez en numerosas ocasiones», continúa la universitaria.
Aunque no todos consideran que la burocracia esté siendo complicada. «Por ahora todo es sencillo e intuitivo, pero tengo entendido que una vez te dan la plaza es más complicado», comenta Domínguez, quien coincide con la opinión del estudiante de Educación Primaria Iván García: «Están siendo fáciles, por ahora, no he tenido que hacer gran cosa».
Las opiniones sobre la ayuda que ofrece la UMA también son controvertidas, mientras que Jesús Salinas, estudiante de Periodismo, considera que «ha sido clave la ayuda de la responsable de Movilidad Internacional», y Laura Gómez, de la Facultad de Medicina, piensa que «la UMA facilita la información sobre las convalidaciones de años anteriores, lo que ayuda a decidir el destino». González dice que «no tenía apenas ninguna orientación sobre cómo es cada destino», algo que coincide con el estudiante de Arquitectura Adrián Tebar: «La UMA podría hacer algo más».
La imaginación tiene rienda suelta. Los sueños no tienen fin. Y el mundo se postra a tus pies. La infinidad de situaciones que se piensan antes de comenzar una aventura como esta no tienen comparación. ¿Conoceré gente? ¿Aprenderé inglés? ¿Viajaré mucho? ¿Cómo serán mis compañeros? ¿Y mi habitación? Dudas, dudas y más dudas que solo, o eso se cree, Internet puede solucionar. Foros como 'Erasmusu', páginas web con información sobre la ciudad o las de la propia universidad de destino son consultadas a diario por estos jóvenes que solo quieren que llegue la fecha de emprender su viaje. Sin embargo, hasta que no se llega, no se sabe lo que el Erasmus ha preparado para ti.
«Espero que esta experiencia sea de las mejores de mi vida, que todo el estrés que causan los trámites merezca la pena», cuenta De Haro, mientras que Salinas quiere que «sea una experiencia inolvidable y poder mejorar el nivel de idioma y social». Además de ser más independiente al no vivir con la ayuda de sus padres. Asimismo, Sáez sueña con «una experiencia enriquecedora en todos los sentidos, ganar mucha autonomía y poder incrementar el nivel de idiomas».
Otro factor que determina la experiencia es ir solo o con un compañero de clase. Ir solo significa afrentar cada situación sin una persona de confianza al lado que entienda lo que pasa, encontrar la soledad en algunos momentos y sentirse perdido, pero el lado positivo es aprender a relacionarse sin miedos ni prejuicios, tener la obligación de salir de la zona de confort y aprender a desenvolverse en situaciones diversas.
«Espero conocer a mucha gente porque ningún amigo ha puesto los mismos destinos que yo, además de vivir un año un poco más relajado y no tan estresante como los que vivo aquí. Y también conocer el país, la cultura, la gastronomía y hacer viajes», narra Martín. En contraposición está el alumno de Arquitectura Elyan Duarte, quien tiene esperanza en que le adjudiquen el mismo destino que a su amigo Tebar. «Queremos irnos juntos porque somos amigos desde hace muchos años y nos encantaría vivirlo juntos», admite.
Con las expectativas ya formadas, solo queda esperar hasta obtener un destino definitivo y empezar a investigar un lugar concreto, buscar a las personas con las que compartirás la experiencia, incluso crear grupos por redes sociales, y buscar el piso o la residencia donde pasarás casi un año de vida. Las maletas se harán más adelante, aunque la ilusión, las ganas y los nervios ya están dentro, al igual que en las despedidas, aunque más tarde se entienda que nada tienen quever con las que lidiarás al terminar el Erasmus y dejar esa ciudad que sientes como tuya.
Jóvenes que ya han finalizado su experiencia y han experimentado todas estas sensaciones animan a quienes dudan en si vivirla o no. «Es una aventura única que todo el mundo debería vivir, luego conoces gente que no se ha ido y está arrepentida por ello», reconoce el estudiante del doble grado de Ingeniera Eléctrica y Mecánica Jaime García, quien realizó su Erasmus en Bucarest (Rumanía). El miedo es algo que en muchas ocasiones te paraliza, pero en esta ocasión es mejor dejarlo en casa. «Una vez que llegas todo el mundo está como tú, si se han ido de Erasmus es porque están abiertas a conocer más personas y crear vínculos», explica Pepe Rodríguez, quien estudió su último año de Turismo en Utrecht (Países Bajos). Para él, pocas experiencias brindan tantas cosas buenas como salir de casa, vivir en un país diferente con otra cultura y conociendo a gente nueva: «Con nuestra edad es ahora o nunca». Su hermana Lourdes, quien también vivió esta experiencia en Bruselas (Bélgica) estudiando Traducción e Interpretación, aconseja a los futuros alumnos en la misma línea: «Que no se lo piensen tanto y se arriesguen, no se van a arrepentir, da igual cómo lo vivan, algo van a aprender».
Sin embargo, la estudiante de Traducción e Interpretación Laura Muñoz, quien vivió en Leeds (Inglaterra), aporta una visión desde un punto de vista menos emocional. «Siendo totalmente sincera, depende de la carrera que hagas, yo lo recomendaría, pero si te va a perjudicar en tus estudios, piénsatelo dos veces», aclara. En su caso, al estudiar una carrera de idiomas, el Erasmus le sirvió para crecer académicamente y también, como ella misma reconoce, para ser una persona «adulta e independiente».
La independencia es una característica que se adquiere cuando viajas, vives o superas retos solo, sin ese apoyo que se tiene desde el nacimiento, esos brazos que nunca van a dejar que caigas, ya sea de familiares o amigos. En otro país, a muchos kilómetros de casa, te ves obligado a tomar decisiones solo, con el vértigo que da la equivocación, el miedo a que no salga bien y no tener el mismo refugio que cuando eras pequeño y no conseguías dibujar sin salirte en los bordes. Una independencia que, cuando acaba el Erasmus, se queda para siempre aunque no se pueda desarrollar de la misma manera.
Además, la independencia es una de las características que más destacan los Erasmus que han vuelto —cuando han perdido parte de ella— como cuenta el que fuera alumno de Periodismo en Ilmenau (Alemania): «Hoy día, con 20 años no tenemos muchas posibilidades de independizarnos y esta fue una gran oportunidad para ello, para tener horarios y espacio propios». Algo en lo que coincide con Raquel Pimentel, quien vivió su Erasmus en Hasselt (Bélgica) estudiando Publicidad y Relaciones Públicas, ya que disfrutó de esa sensación de independencia, incluso de libertad. «Me di cuenta de que soy capaz de hacer muchas cosas y sentirme bien lejos de casa», reconoce.
El Erasmus concede el sueño de todo joven: ser independiente. Horarios, planes y vida al gusto, sin dar explicaciones, sin preocupaciones ni control. Una vida ideal dentro de un entorno irreal, una combinación que hace que la vuelta a casa sea más difícil, que cuando se pinche la burbuja, todo estalle. Y es que se acaba idealizando una situación que jamás volverá. La idealización del Erasmus. Ese gran problema. Eso que sabes mientras lo estás viviendo, pero no eres plenamente consciente de las dimensiones hasta que vuelves y chocas frontalmente con la rutina, con tu vida de antes, con el tedio de la ciudad que antes te parecía la más maravillosa del planeta.
De repente, el Erasmus ha acabado. Tantos meses imaginando cómo sería, y al final, la experiencia parece ser un abrir y cerrar de ojos. Volver a casa significa cualquier cosa menos eso porque ya sientes tu hogar en aquella ciudad donde has estado viviendo casi un año. Las personas que te han acompañado durante tu aventura dejarán de formar parte de la rutina, del día a día, de las cosas más simples. Decir «buenos días» en una lengua extranjera ya no será parte de tu despertar. El reencuentro con todo aquello que has añorado es agridulce, pero, aunque todo siga aparentemente igual, no lo es. Todo ha cambiado dentro de ti.
Algo nuevo llega a tu vida para hacer que te replantees cosas que pensabas tener claras. El síndrome post-Erasmus llama a la puerta y no avisa. Cuando la experiencia acaba y es la hora de volver a casa, el proceso de asimilar todo lo vivido en unos meses es de todo menos fácil. La independencia que habías logrado se esfuma, las preocupaciones que tenías antes de irte vuelven, la casa donde siempre has vivido parece ser un nuevo lugar y la gente de la que siempre te habías rodeado se convierten en extraños durante un tiempo en el que ni siquiera sabes quién eres.
Así se sintió Rodríguez a su regreso: «No me apetecía volver a casa, sentí que ese Pepe que se fue de Málaga ya no era el mismo cuando volvió». Al igual que él, Pimentel sintió el síndrome post-Erasmus durante las primeras semanas de su vuelta. «No sentía nostalgia como tal, pero el cambio de vivir en una residencia con personas de mi edad a volver a vivir con mis padres y quedando con mis amigos una vez en semana fue muy grande, en mi Erasmus yo no paraba, siempre había un plan».
Jara Cobos, estudiante de Derecho en Bolonia (Italia), llegó a sentirse mal al volver: «Me costó mucho adaptarme a mi vida en casa, en el Erasmus la intensidad del momento y la experiencia son demasiado fuertes». El caso de Antonio Montero, alumno de Ingeniería Mecánica en Coímbra, fue diferente. Al ser de los últimos de su grupo de amigos en irse de la ciudad experimentó todas las despedidas allí. «Tuve tiempo de asimilar que todo se acababa, la vuelta a casa fue menos dura para mí», reconoce el joven.
También hay personas que no pasan por este síndrome, pero conocen lo que es. Así lo define García: «Es parecido a cuando una persona que vive fuera de casa de sus padres tiene que volver, pero ampliado porque allí estás en un mundo ideal». Hay casos en los que el proceso de asimilación es distinto. Pablo Balita, estudiante de Ingeniería de la Salud en Cracovia (Polonia), entiende que «hay que saber que es una etapa muy bonita, asumirla y recordarla como lo que es, una de las mejores de la vida, aunque cada semana recuerde momentos del Erasmus». En otros casos, como el de Cristian Cortés, alumno de último año de Turismo en Utrecht, el síndrome no aparece porque «por circunstancias ya tenía ganas de volver».
En algunos casos, esta aventura da el empujón definitivo a aquellos que siempre han tenido claro que quieren desarrollar su vida académica o laboral fuera de Málaga. Este es el caso de los hermanos Rodríguez, quienes consideran que si no salen de la ciudad no terminan de aprender. «Hay que salir de la burbuja y ver que fuera hay mucha gente por conocer, mucha experiencia», reconoce la estudiante de Traducción, mientras que él, después de haber finalizado sus estudios, ha decidido pasar este año trabajando de 'au pair' en el lugar donde realizó su Erasmus: Holanda. Una situación similar a la de Balita, quien siempre ha querido vivir en el extranjero: «Tras realizar el Erasmus mucho más, el mundo es enorme y hay gran cantidad de experiencias y gente. Las aventuras que dan miedo son, sin duda, las mejores».
Para otros, el Erasmus ha sido el pistoletazo de salida para seguir viviendo experiencias lejos de casa. Natalia Fernández estudió un cuatrimestre de Ingeniería Mecánica en Nápoles (Italia) y un curso después se fue de Movilidad Internacional a Chile. «Una vez empiezas a volar es difícil dejar de hacerlo», cuenta. A García, el Erasmus le «ha abierto la mente completamente, antes no quería salir de Málaga», mientras que ahora reconoce que se iría de España sin ningún problema. «El Erasmus me ha quitado el miedo a irme fuera», afirma el estudiante de Ingeniería Mecánica.
Después de meses conviviendo con las mismas personas, contándole hasta el más mínimo detalle, cocinando juntos y hasta compartiendo baño, toca decir adiós. La distancia es más real de lo que se podría llegar a imaginar. Cuando conoces a gente de otra ciudad o incluso otro país, y te acostumbras a vivir cerca de ellos parece que va a ser para siempre. Sin embargo, la realidad de la vida anterior solo tarda unos meses en aparecer. Cientos o miles de kilómetros te separan ahora de esa familia, con la que incluso llegaste a pasar una Navidad. «A día de hoy algunos son mis mejores amigos. Hace poco nos volvimos a reecontrar», cuenta Muñoz. Un volverse a ver tan especial como cuando la serie de tu infancia anuncia su vuelta inesperada. Una oportunidad para tener amigos repartidos por todo el mundo, con los que emprender nuevos viajes. «Si escoges bien las amistades pueden ser para toda la vida», reconoce Fernández.
Las vivencias solo las entienden quien las ha vivido contigo, por eso las conversaciones sobre el Erasmus, aunque haya pasado mucho tiempo, siguen presente con esas amistades, combinadas con las nuevas aventuras de cada uno. «Se conoce a gente muy especial y te comprenden perfectamente. Solo te entiende quien lo vive contigo», asegura Rodríguez. Las redes sociales también han facilitado el contacto con esa familia que ahora está más lejos, algo que ha ayudado a Montero a «mantener contacto con muchísimas de las personas que conoció». Además, reconoce que sigue quedando con «los más allegados».
Sin embargo, no todos consiguen crear unos vínculos que perduren en el tiempo, este es el caso de Alcaide, quien estuvo seis meses en Ilmenau. «No me dio tiempo o, por mi parte, no salió el crear unos lazos tan fuertes como para seguir manteniendo el contacto. Aunque todo sea muy intenso, es difícil», reconoce. Situación parecida a la de Cortés quien reconoce que tiene un contacto «muy superficial» con la gente del Erasmus.
Siempre tendrás tu hogar en esa ciudad, pero ahora se multiplican las casas, allí donde viven todos esos amigos que hiciste. Esas ciudades que ahora resultan más interesantes y que se han convertido en tu principal destino de viaje. Esas ciudades con nombre y apellidos.
El Erasmus tiene muchas definiciones, pero solo aquellas personas que lo han realizado pueden expresarlo de una manera realista. Para Muñoz es una experiencia «muy complicada que te hace crecer muchísimo tanto personal como académicamente». Una definición parecida a la que da Fernández: «Es enfrentarte a tus miedos y superar límites que ni tú mismo creías capaz de hacerlo… te cuentan que es una gran experiencia, pero lo que no te dicen es que te transforma en todos los sentidos». Rodríguez coincide con las anteriores y añade que «es súper recomendable, especial, una etapa en la que maduras muchísimo y al final te ves sola en otro país, tienes que experimentar cosas, jugártela y quieras o no sacas un aprendizaje, lo pases bien o mal». Para Cobos, quien anhela esta experiencia, irse de Erasmus es «disfrutar, vivir al máximo, conocer gente, aprender, descubrir lugares y personas que nunca pensaste que ibas a conocer, que te abre nuevos horizonte y te distingue dotándote de habilidades nuevas». Otros universitarios como Balita son incapaces de describirlo. «Solo hay que disfrutarlo y dejarse llevar», dice el estudiante de Ingeniería de la Salud.
Después de haber vivido la experiencia Erasmus, nada volverá a ser igual. Hasta ese mapamundi que tenías en tu cuarto parece cobrar vida, ahora no solo buscas señalar aquellos sitios que has visitado, sino todos aquellos que sabes que algún día conocerás, tu horizonte está más lejos que nunca. Lo que parecía ser una pausa en tu vida, se ha convertido en un punto de inflexión para crear una versión mejorada de ti mismo, sin miedos ni barreras. Es un reinicio en una etapa en la que creías tenerlo todo claro, en la que aprendes que nada puede darse por hecho y que los prejuicios son frenos. A pesar del paso del tiempo, el Erasmus realmente no ha acabado, siempre formará parte de ti.
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