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Alba Tenza
Martes, 21 de febrero 2023, 09:40
Alrededor del mundo se las conoce como islas encantadas. Se encuentran a 1.000 kilómetros de la costa de Ecuador. Su fama se debe a la cantidad de especies endémicas que allí viven. Su biodiversidad de flora y fauna única en el mundo sirven de inspiración para muchos investigadores desde antaño. De hecho, el científico inglés Charles Darwin se inspiró en ellas para desarrollar su teoría de la evolución. El proyecto llevado a cabo en las Islas Galápagos con el nombre 'Montes submarinos' ha sido el comienzo de una profunda investigación cuyo principal hallazgo ha sido un bosque submarino de quelpos tropicales en la cumbre de un monte submarino, a unos 50 metros de profundidad al sur de las Islas Galápagos. Los quelpos son algas pardas conocidas por alcanzar tamaños muy grandes y formar bosques marinos en altas densidades. La investigadora del Departamento de Botánica y Fisiología Vegetal de la Universidad de Málaga (UMA) María Altamirano es una de las componentes del equipo científico que colabora con este proyecto. La investigación está liderada por la Fundación Charles Darwin (FCD), concretamente por la científica marina Salomé Buglass.
El género de estas algas halladas se denomina Eisenia, una especie de quelpos que tiene el ámbito de distribución en las costas del Pacífico. En este caso, es una especie de Eisenia que se encuentra en el Ecuador, en la zona tropical, con unas características ecológicas muy particulares.
El equipo interdisciplinar también lo forman otros investigadores como Hiroshi Kawai (Universidad de Kobe), Takeaki Hanyuda (Kitatso University), Julio de la Rosa (Universidad de Granada), Jorge Rafael Bermúdez (Escuela Superior Politécnica del Litoral), Euan Harvey (Curtin University), Inti Keith (FCD) y Simon Donner (Universidad de British Columbia). Para su elaboración también han colaborado la Dirección del Parque Nacional Galápagos y National Geographic. El estudio de la investigadora Salomé Buglass se titula 'Novel mesophotic kelp forests in the Galápagos archipielago' ('Nuevos bosques mesofóticos de algas marinas en el archipiélago de Galápagos') y está publicado en la revista 'Marine Biology'.
Este tipo de bosque de algas pardas existe en otras costas como la Atlántica o la del Pacífico. Sin embargo, su peculiaridad se debe a que son especies que se distribuyen en zonas templado-frías del planeta, en zonas costeras y emergidas a unos 30 o 40 metros. Las halladas en este bosque submarino no están cerca de la costa ni mucho menos, ya que se encuentran en medio del Pacífico, en la cumbre de un monte submarino y a más de 50 metros de profundidad dentro de la zona tropical. «No son las características comunes del hábitat de estas especies; si estuvieran un poco más profundas seguramente ya no podrían ni realizar la fotosíntesis, añade Altamirano. Es la primera vez que documentan un bosque de quelpos tan extensos en esa zona de Galápagos, que se diferencia a la que se descubrió en 1934, la especie de alga 'Eisenia galapagensis'. Con este hallazgo, revelan la presencia de poblaciones de algas marinas mesofóticas—que viven en la zona de tinieblas de los fondos marinos, donde llegan los últimos organismos fotosintéticos— desconocidas en Galápagos, formadas también por una especie de Eisenia.
La investigadora explica que el valor de encontrar un tipo de alga como esta: «No podemos confirmar que se trate de una especie nueva porque no existen secuencias con la que poder demostrarlo, pero sí parece nueva a nivel morfológico», añade Altamirano. Por otro lado, hace hincapié en el papel que este tipo de alga y bosque submarino desempeña en el ámbito de la biodiversidad. Suponen el principio de un gran descubrimiento: «Con el rol ecológico tan importante que tiene fuera de sus áreas normales y en una zona tan emblemática como las Islas Galápagos, supone también un refugio para especies que son ecológicamente muy importantes».
La profesora e investigadora de la UMA siempre tuvo claro que quería estudiar Biología por su amor por los animales. Sin embargo, cuando estaba ya en cuarto curso se dio cuenta de que nunca había descartado elegir entre otra de las ramas que tenía: vegetales o fundamental. Decidió especializarse en botánica y a día de hoy reconoce que nunca se ha arrepentido de tal decisión.
La investigadora explica la importancia de investigar el fondo marino, de los cuales se conoce muy poco, a diferencia de los bosques terrestres. «Todavía existen bosques de especies que son como nuestros árboles sin descubrir». Altamirano pone de manifiesto que estos bosques submarinos de grandes extensiones de Galápagos no habían sido explorados anteriormente,
«Yo me dedico a las algas, soy botánica, concretamente marina, y la línea que coordino actualmente está centrada en especies invasoras de macroalgas», explica Altamirano. Su línea de investigación fue lo que le puso en contacto con la Fundación Charles Darwin. En una de sus estancias allí, conoció a Buglass, que en ese momento tenía una beca de investigación de National Geographic para el estudio de los montes submarinos en Galápagos. «Ya en ese momento Buglass utilizaba estos vehículos submarinos tripulados remotamente», explica Altamirano.
Empezó a trabajar con algas en el año 1994. Para ella, «tienen más decisión sobre uno mismo la gente que se cruza en el camino de cada uno que la formación que tengan, es muy importante la capacidad que alguien tenga para inspirar y atraer». Eso mismo fue lo que le ocurrió con un profesor, con quien realizó su tesis. Su trabajo se centra en organismos fotosintéticos acuáticos, que pueden ser desde microalgas en embalses hasta los grandes quelpos.
En lugar de buzos, estos robots se encargan de descender a grandes profundidades y coger muestras al mismo tiempo que graban lo que ven. Son vehículos a control remoto. Altamirano explica que los buzos, cuando se sumergen, no suelen hacerlo bajo más de 20 metros, debido a la duración de la botella de oxígeno. «El uso de estos robots nos permite ser nuestros ojos bajo el agua, donde aún queda mucho por explorar». La científica marina de la FCD lanzaba estos robots para grabar el fondo marino y ver qué podría descubrir. En una de esas veces en las que descendió el robot en un monte submarino entre dos islas de Galápagos vio que había un bosque. «Ella es geógrafa, entendió que eso podía tener un gran potencial, pero no tenía el conocimiento para decir qué era. Por ello, contactó con nosotros para asesorarle y ponerle en contacto con personas de ámbito internacional con quienes podría formar un equipo multidisciplinar para trabajar juntos en este hallazgo», aclara la investigadora de la UMA.
Con esto, Altamirano hace un llamamiento para que todo el mundo se acuerde de mirar el mar y seguir ahondando en ver qué hay. «Para conservar es importante saber qué es lo que hay y ya centrarse en su conservación. Este descubrimiento también es importante por la manera en la que se ha hecho, que supone una herramienta para buscar», añade. Todos los muestreos han sido realizados por los rovs, aunque en una ocasión fueron buzos profesionales los que bajaron para filmar y coger más muestras. Altamirano aclara que todo esto ha abierto una línea de trabajo muy importante para seguir indagando en la ecología.
Las algas de las Islas Galápagos son las grandes olvidadas porque es un grupo que, a pesar de la importancia ecológica que tiene, se ha estudiado muy poco. «La única gran expedición de algas que se había hecho fue en 1934 y 1935 cuando aún no se buceaba con escafandra autónoma, se sumergían con gafas, tubo, draga y lo que consiguieran», contextualiza Altamirano.
Esa constituye la gran obra de las algas de Galápagos. La investigadora menciona el catálogo de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en las que se encuentran 74 especies de macroalgas del archipiélago. «Entre estas, hay algas que se registraron en el año 1934 y que no se han vuelto a encontrar, esto quiere decir que hay especies que se conocen y desaparecen». La investigadora hace hincapié en que las algas siempre están ahí, en que queda mucho por conservar y proteger. «Estamos ante organismos que llevan millones de años con nosotros, adaptándose en condiciones muy complicadas», argumenta Altamirano.
La investigación sobre los bosques marinos hallados, que comenzó en 2018, continúa en marcha. Actualmente existen diversas incógnitas por parte de sus investigadores. Quieren indagar más en la ecología de la comunidad, su contribución en el ecosistema, cuáles son las especies acompañantes, qué condiciones permiten que vivan ahí o cuáles son los mecanismos de reclutamiento de nuevos individuos, entre otras cosas. Ante el descubrimiento, la profesora de la UMA se plantea qué pasaría si se tirasen estos robots en el mar de Alborán, por ejemplo. Este hallazgo destaca el descubrimiento de, posiblemente, una especie nueva de quelpo, aplicando nuevas tecnologías para estudiar las zonas profundas con vehículos tripulados de manera remota y alejados en una zona lejos de la costa.
«Yo como profesora investigo, pero debo reconocer que me encanta enseñar», reconoce Altamirano. En concreto, menciona su asignatura optativa de cuarto curso, Biodiversidad vegetal, en la cual dedica gran parte a este grupo de algas. Para ella, lo más importante a la hora de enseñar es lo que sus alumnos aprenden: «Lo más emocionante de esta asignatura es que los alumnos que la estudian es porque la han escogido, se implican mucho y siempre me dicen que ya nunca volverán a ir a la playa como antes», concluye.
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