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Pablo Aranda
Lunes, 1 de septiembre 2014, 01:41
La vida contemplativa y el huerto daban de sí. Los expertos aseguran que la cerveza fue inventada por un monje un amigo afirma que no pudo ser inventada, en todo caso «descubierta» y ahora resulta que la ruleta también. No la rusa, que dolía, aunque te salvases, sino la francesa, llena de números y de ojos siguiendo dónde se posa la bolita vamos, vamos, vamos. Blaise Pascal fue el inventor de la ruleta. Matemático y filósofo cristiano, estudioso del cálculo de probabilidades, inventó también la calculadora (aunque el gran invento matemático todos sabemos que es el lápiz con la tabla de multiplicar alrededor). Fue en el siglo XVII, antes de retirarse al convento, aunque hay abundantes datos de apuestas desde un puñado de centurias antes de Cristo. Sin irse tan lejos, en Rinconete y Cortadillo, Cervantes nos muestra el juego del 21, precursor del Black Jack, aunque suenan bien diferente. Al 21 se juega en la peña, al Black Jack en Torrequebrada, el primer casino que se abrió en la Costa del Sol, adonde entro apretando un billete de 10 euros que tal vez pierda. Se inauguró en abril de 1979, el mismo día en el que se constituyen los primeros ayuntamientos democráticos en España, qué coincidencia político económica. El enclave era entonces tan fabuloso como ahora, y con menos construcciones alrededor, en un terreno de calas y pequeños acantilados de Benalmádena, que tiene nombre árabe, como los legendarios jugadores que alegraban la vida (laboral) de los crupier con sus propinas, las cuales pueden dejarse en el cajón habilitado para ello junto a la puerta. Desde entonces más de tres millones de personas han entrado en el casino, y casi todas han salido con menos dinero del que entraron. Dispone nada menos que de 80 máquinas de azar y nueve plantas de aparcamiento subterráneo (difícil de creer si no se ve) para buscar el coche con los bolsillos vacíos. Si ganas, puedes alojarte en el hotel de cinco estrellas, en el mismo edificio, o si casi no juegas (casi no, torre quebrada), y dar paseos por la playa, concentrado en las chiribitas de las olas al romper, que pueden parecerse en los ojos acostumbrados al paraíso de colores que asalta al entrar en la sala de máquinas del casino. Es la parte más madrugadora del casino, a la que se puede acceder desde las 15.00 horas, con su moqueta de piedras rosas sobre fondo azul, pero antes hay que cambiarse, para no entrar en bañador. Aunque no exigen vestuario elegante, de hecho desde hace años se puede entrar sin corbata, y desde este año puede hacerse en pantalones cortos, tal vez por el perfil del jugador de poker. «El cliente es variopinto», explica José Muñoz, director gerente, en un vídeo promocional, «lo hay muy joven, el que asiste a los torneos de poker, y también está el cliente tradicional de casino». Lo cierto es que ha tenido éxito la posibilidad de ir en bermudas. Todos los días se reparten premios, aunque casi siempre gana la casa. Un jugador chino gana pero pierde: apuesta a todos los números y así siempre gana, aunque perdiendo. En la web del casino se detalla la cuantía y la fecha de los premios recientes mayores de cinco mil euros. Si los dividimos entre los 130 mil visitantes de media de los últimos años podemos hacernos una idea de nuestras posibilidades. Las mías, clarísimas: tengo 10 euros menos en mi cuenta.
Hay jugadores profesionales y jugadores que van a probar y que pasean entre las 23 mesas antes de decidirse. Sobre el azar, José González es claro: «Además de la suerte, influye el conocimiento del juego. Pero indudablemente el azar es fundamental». Si alguien se marea con las luces que recuerdan al calor de Las Vegas (aunque esté en Nevada) siempre se puede comer allí mismo, en un buen restaurante que sirve quince mil cenas al año, durante todas las noches excepto la de la Noche Buena, donde no se debe jugar. En Jericó, la ciudad más antigua del mundo permanentemente habitada, muy cerca de donde celebró la primera Noche Buena del mundo, mi anfitrión palestino, que era cristiano y debía conocer su importancia bíblica, lo primero que me mostró fue el casino, lleno de israelíes que huían de la prohibición de jugar en su país. El casino de Jericó fue bombardeado en el año 2000, para los que se encontraban dentro fue el fin del mundo.
La entrada al casino cuesta sólo 3 euros, y para el que también quiera jugarse esos 3 euros la web del casino permite apostarlos on line, lo cual resulta más triste aún. Un antiguo crupier compartía en un foro que «es verdad que se ve glamour, pero también miserias familiares, gente jugándose lo que no tiene», a pesar de los consejos que dan en el propio casino, que por cierto hace unos meses donó al ayuntamiento de Benalmádena el dinero de las fichas extraviadas del año anterior: 1.309 euros, como un sueldo de los de antes. Los niños no pueden entrar ni acompañados, lo cual es una suerte (sobre todo para los padres) y no están permitidos los selfies, que los teléfonos son inteligentes pero el personal de seguridad muy listo. La sala de juegos abre de 20.00 a 05.00 (excepto este mes que termina hoy, que añadía una hora) y está cubierta por una impresionante bóveda de cristal de colores, aunque nadie mira hacia arriba ni cuando pone el grito en el cielo.
En Aquí la Costa del Sol, llena de lugares emblemáticos, donde hemos visto desfilar desde Frank Sinatra hasta Sean Connery, desde el hotel Pez Espada hasta el Meliá Don Pepe, era obligatoria la presencia de un casino, este, el primero, al que hemos contribuido con 10 euros.
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