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Francisco Núñez, al que sus paisanos de Torrox conocen como Paco 'el albardonero', se emociona cuando recuerda cómo era la calle en la que vive ... y trabajó durante más de seis décadas de su vida. «Por aquí pasaban las bestias en dirección a Granada, cargas de pescados, cereales y frutas«, rememora este torroxeño »de pura cepa«, de 82 años.
Aunque jubilado desde hace más de 15 años, sigue defendiendo con orgullo que ha sido «el último gran albardonero» de la Axarquía, el oficio de la confección a mano de los aparejos para cargar y montar mulos, burros y caballos. La profesión, casi extinguida, únicamente persiste en algunas localidades vecinas, como Vélez-Málaga y Arenas, donde residen sendos vecinos, Carlos y Antonio, «a los que enseñé hace ya unos años», apostilla. «Todavía cuando viene gente en busca mía se los mando», admite Núñez, quien a pesar de su edad conserva una memoria prodigiosa y unas manos fuertes y firmes, que han moldeado decenas de pieles de cuero, trozos de telas e hilos.
«Todo se hacía y se sigue haciendo absolutamente a mano», apunta señalando varias de las piezas que conserva en su taller, hoy reconvertido en un espacio de tapicería y confección de toldos, el negocio al que se dedica su hijo Roque, de 53 años, y en el que ayuda en sus ratos libres su otro vástago, Sergio, de 47. «Ninguno de los dos quiso aprenderse conmigo, me decían que esto no tenía futuro, y en parte es verdad, desde que empezaron los coches ya las bestias no hacían tanta falta para desplazarse como antes», sostiene.
Según explica Núñez, este tipo de artículos han quedado reducidos al interés de los amantes de las equinos que desean «vestirlos» de gala para una romería o para un paseo. «Ahora con las monturas es todo mucho más rápido, antes se hacían la basta para la base, los capachos de esparto para cargarlos de mercancías, los bozales, los mandiles de tela o las badanas de cuero, porque también he sido talabartero, además de albardonero y guarnicionero«, dice.
El oficio le vino a Paco Núñez de su padre. «Me compró mi primera máquina de coser con ocho años y aunque al principio no quería dedicarme a esto, luego me compró una becerra, y estaba siempre entre el campo y el taller de costura», rememora este torroxeño. Cuando echa la vista, se sigue emocionando al recordar la de clientes que tuvo durante más de seis décadas de plena dedicación.
«Ahora está la cosa muy tranquila y más con las obras de la Casa de la Moneda –un edificio cercano a su taller que el Ayuntamiento está rehabilitando para convertirlo en un espacio museístico–, no pasan casi coches por las mañanas«, cuenta. Eso sí, con la progresiva reactivación del turismo, el último albardonero de la comarca oriental espera poder volver a enseñarle a los visitantes las piezas que guarda en su pequeño museo.
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