El día en que una riada señaló el lugar del santuario de Riogordo
El hallazgo inesperado de una imagen mariana en plena roca cambió la historia de un paraje rural que hoy sigue reuniendo promesas, flores y una luz que nunca se apaga
Quien pasa justo por allí encuentra sosiego y tranquilidad, todo lo contrario a lo que ocurrió una madrugada de septiembre de 1907, cuando una riada se llevó por delante hasta un molino. El agua bajaba con virulencia, pero trajo consigo un regalo inesperado, un lienzo de la Virgen de Belén que quedó incrustado entre las rocas. Y justo allí se quedó, las aguas no volvieron a arrastrarlo. Así empieza la curiosa historia del pequeño santuario que sorprende a los que visitan Riogordo, sobre todo a los que hacen el Paseo de los Ríos.
Las familias que vivían en el entorno del antiguo Molino de Belén fueron las primeras en ver aquella escena. María Conejo, que pasó parte de su vida junto a ese paraje, lo cuenta como lo oyó desde niña. «Lo que sé es por mis antepasados», asegura. «El cuadro quedó encajado entre las rocas, en el mismo sitio donde está ahora. Y, según contaban, el agua ya no se lo llevó de allí». Aquel hallazgo improbable, en pleno caos, lo cambió todo.
El suceso no se interpretó como un simple accidente. Juan José Ortiz, vecino que hoy se encarga de encender la luz de la Virgen y de mantener el santuario, confirma palabra por palabra lo que escuchó de sus abuelos. «El lienzo quedó encajado justo en ese hueco natural», explica. «Y al ver que el agua no lo movía, los moradores decidieron construir una hornacina, que es lo que hoy llamamos el santuario». Su relato, transmitido durante generaciones, coincide con la versión que figura en el panel informativo del Paseo de los Ríos.
María completa la escena: «Un picapedrero le hizo el hueco», recuerda. Ese hueco tallado a mano sería el embrión del pequeño santuario que aún hoy permanece, escondido entre piedras, musgos y culantrillos. El Molino de Belén -llamado Fuxcar en época andalusí y activo hasta 1962- daba vida al entorno y reforzaba la sensación de que ese lugar tenía algo especial. El paraje volvió a sufrir otra crecida en 1929, lo que obligó a levantar un pequeño puente y a reforzar parte del cauce.
La devoción en torno a la Virgen de Belén fue durante décadas una de las más intensas de Riogordo. «Antiguamente la gente iba allí a encender una luz», cuenta María. «Había quien prometía una garrafita de aceite si la Virgen les ayudaba en algo». Aquellas velas de aceite -las tradicionales «mariposas»- dejaron también su huella. «El lienzo se ennegreció mucho, casi no se veían las imágenes», relata Juan José. Finalmente tuvo que ser restaurado. «Nos recomendaron no usar más velas de fuego, así que ahora se utilizan las que funcionan con pilas».
Él mismo es quien se encarga de encender esa luz, de limpiar el interior y el exterior de la hornacina y de que nada falte en el santuario. Y cada día ve pasar a personas que siguen acudiendo a dejar flores, velas y promesas. «El cuadro no tiene gran valor artístico», admite. «Pero la devoción es enorme». Y a la vista de lo que ocurrió, cuesta cuestionarlo.
La Guerra Civil
María aporta otro episodio que demuestra hasta qué punto esta imagen marcó la vida del pueblo. Durante la Guerra Civil, una familia de la zona lo escondió para que no lo quemaran. «El hijo quería destruirlo, pero la madre lo guardó muy bien y nunca lo encontró», explica. Cuando detuvieron al joven por romper otra imagen religiosa, afirmó que el cuadro de la Virgen de Belén estaba a salvo en su casa. Ese gesto -según la tradición local- le salvó la vida. Tras salir de prisión, cuentan, fue a visitar a la Virgen.
Hoy, más de un siglo después, el santuario sigue allí, incrustado en la misma roca donde todo empezó. El sonido del agua, el musgo del estanque, el puente del camino y la luz que nunca se apaga mantienen intacto el escenario de una historia que pudo haberse perdido. Pero no lo hizo. Porque aquel lienzo no sólo sobrevivió a una riada: señaló para siempre un lugar de fe y memoria en Riogordo.
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