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La sabiduría y personalidad de Ousama Bouzalmat, con tan sólo 19 años, sorprenden por su madurez, reposo e incluso por su sosiego. Este joven marroquí lleva en España desde que tiene 14, edad con la que abandonó su tierra y se despidió de su familia para probar suerte en España. Entonces, llegó a Motril, donde estuvo poco tiempo; fue en Málaga, en el centro Ciudad de los Niños donde pudo echar raíces, aunque no recuerda esos primeros momentos como los mejores de su vida: «Al comienzo fue muy difícil, porque no podía hablar ni con los propios chicos marroquíes. Muchos de ellos hablaban árabe y yo beréber, porque soy de un pueblo al norte de Marruecos. Fue empezar de cero totalmente, y estuve como tres o cuatro meses sin poder hablar con nadie. Fue muy duro», comenta este joven, que se expresa a la perfección en castellano. Recuerda entonces que estudiaba unas ocho horas al día de español: seis en el colegio y otras dos por las tardes, lo que le llevó a poder manejar más vocabulario y expresar sus necesidades con mayor facilidad.
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Desde pequeño, Ousama soñaba con ser cocinero, imitando la profesión de sus hermanos que trabajaban en la hostelería. Con el paso del tiempo y orientando su formación a este ámbito, recientemente puede presumir de realizar prácticas en una empresa de catering, en Acompanya, donde continúa aprendiendo la profesión con una sonrisa henchida: «Después de esto me encantaría trabajar y si puedo hacer un grado medio de cocina, es mi objetivo para ayudar a mi familia. Quiero ir a verles, hace casi cinco años que no les abrazo y aunque hacemos videollamadas no es lo mismo, necesito su cariño. Es como si te enseñan agua cuando tienes sed y no puedes beberla», comenta emocionado recordando a sus padres y hermanos.
Sin embargo, ese soplo de alegría que llegó en octubre con la modificación del reglamento de extranjería le permitiría a Ousama y a otros muchos chicos en una situación similar conseguir una tarjeta de residencia que también les acredite un permiso de trabajo. En la práctica, esta renovación logra que chicos migrantes extutelados a partir de 18 a 23 años puedan optar a conseguir un empleo y así lograr su ansiada independencia económica más allá de las asociaciones o centros de acogida.
Ousama, por ejemplo, se encuentra en la actualidad residiendo en uno de los pisos de Málaga Acoge, aunque pronto espera que esta situación cambie y pueda lograr una vida normalizada: «Tengo muchos amigos en Málaga que se fueron a otros países porque cuando les daban la opción de renovar su residencia no se les permitiría trabajar. Entonces decían: ¿Para qué? Ese es nuestro único objetivo, es lo que queremos todos», relata con sinceridad.
Genoveva Pérez, coordinadora del Área de Jóvenes de Málaga Acoge, relata que cuando estos jóvenes salían de la protección que los centros de menores les brindaban lo hacían sin ningún escudo, ayuda o apoyo, por lo que esta modificación les supondrá el empuje que necesitaban para poder construir un futuro en España, el país al que partieron siendo unos niños y en el que ahora se convierten en adultos con un proyecto de vida posible.
Aunque muchos de ellos aún no cantan victoria; a pesar de «recibir con alegría» esta modificación, la solicitud de este permiso esconde aún algunas trabas que no todos pueden sortear. Muchos de ellos han de estar acogidos en pisos de entidades sociales, por lo que «los chicos que estén en los albergues no podrían tener acceso»: «Entendemos que ahora el tiempo medio de estancia de estos jóvenes en los pisos de acogida se va a acortar, porque va a ser más rápida la gestión y los que tengan su permiso se podrán incorporar al mundo laboral. Sin embargo aún nos preocupan otras variables, como el mercado laboral o el acceso a la vivienda», apunta Pérez, una realidad nada sencilla de sortear, incluso, para quien lo tiene todo a su favor.
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