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José Ahumada
Sábado, 13 de abril 2013, 14:13
Después de observar y medir durante quince años los pechos de 320 mujeres, Jean Denis Rouillon, médico deportivo y profesor de la Universidad de Franche-Comté, ha llegado a la conclusión de que el uso del sujetador, contrariamente a lo que se cree, no solo no evita su caída, sino que incluso la favorece.
Según la hipótesis de este especialista francés en senos, si la mujer lleva sostén desde el mismo momento en que le crecen, «el aparato suspensor no trabaja correctamente y los tejidos de suspensión se relajan». Por el contrario, ha comprobado cómo, al dejar de utilizarlo, los pechos objeto de estudio recuperaban firmeza.
¿Significa esto el principio del fin para el brasier? No parece probable. En primer lugar, todo el mundo sabe, al menos desde Isaac Newton, que la lucha contra la fuerza de la gravedad es una batalla perdida. Por otra parte, hace ya tiempo que el sostén dejó de cumplir exclusivamente la función que le da nombre para convertirse, además, en un complemento de moda. En cualquier caso, ni siquiera el doctor Rouillon niega cierta utilidad: «Para una mujer de 45 años, con sobrepeso y tres hijos, no hay ninguna causa para dejar de llevar sujetador».
Se trata, eso sí, de un ataque frontal a una prenda que, tal y como la conocemos, está a punto de cumplir cien años, aunque en sus orígenes pueda remontarse a las civilizaciones griega y romana. Fue en 1914 cuando Mary Phelps Jacobs, una ocurrente muchacha estadounidense, hizo un apaño con dos triángulos de tela y una cinta para poder lucir un hermoso escote en un baile, un diseño que después patentaría y vendería por 1.500 dólares. Hasta entonces, lo que se utilizaba para realzar el busto era el corsé, un armazón rígido que modelaba la figura a base de apretar y llegaba a cambiar de sitio las vísceras de las usuarias.
Según Francesc Puertas, experto en lencería y autor del libro El sostén, mitos, leyendas... y manual de uso, fue Howard Hughes, el magnate americano, quien más hizo por popularizar su uso, hace medio siglo, al encargar a un ingeniero que diseñara un prototipo «que hiciera puntiagudo y proyectado hacia delante» el generoso pecho de Jane Rusell para la película El forajido. Hollywood tuvo mucho que ver con el boom del sujetador en los 50, una década en la que se crearon las principales marcas que se conocen actualmente.
La primera crisis del sostén llegó diez años después, con la era hippie y los movimientos de liberación femenina. El 7 de septiembre de 1968, aprovechando la elección de Miss América en Atlantic City (Nueva Jersey), medio millar de furiosas feministas intentaron montar una pira con «instrumentos de tortura» que incluían fajas, rulos, zapatos de tacón, pestañas postizas, revistas de Playboy y, por supuesto, sujetadores.
Libres bajo la blusa
Aunque las tetas de las chicas yeyés se movieron libres una temporada, acabaron regresando a su sitio y el sujetador volvió a formar parte del ropero femenino. Desde entonces, los diseñadores han exprimido al máximo todas sus posibilidades creando una amplísima gama de productos. Hay sujetadores clásicos (con o sin relleno), sin tirantes, push-up (para que los pechos parezcan más grandes, como el famoso Wonderbra), reductores, deportivos e incluso invisibles, con copas de silicona que se adhieren a la piel o, directamente, unos esparadrapos que tiran para arriba de las carnes.
Sigue teniendo detractoras, por supuesto. Sin ir más lejos, hace solo unos días que la exniña Disney Miley Cyrus mostró su lado más salvaje asegurando que no solo le gusta fumar y decir groserías, sino que encima se niega a utilizar sujetador. Otras famosas se apuntan a la tendencia del todo suelto, aunque no como acto de rebeldía. Rihanna, Britney Spears, Kate Moss, Paris Hilton o Victoria Beckham suelen a evitar las barreras entre las blusas y su piel, aunque por pura cuestión estética.
Lo que llama poderosamente la atención es que, para lo extendido que está su uso, el sujetador sigue siendo un gran desconocido para la mujer. La Sociedad Española de Senología y Patologías Mamarias afirma que el 70% de las mujeres no utiliza la talla que le corresponde y que la mayor parte de las consultas médicas por dolores mamarios se deben a un uso inapropiado del sostén, que puede producir problemas de espalda, aparición de bultos de grasa en el pecho o cambios de pigmentación. Con este panorama, quizás sí sea mejor dejarlo colgado.
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