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TEODORO LEÓN GROSS
Domingo, 19 de agosto 2012, 12:00
Sin duda existe eso que llaman las voces de tu vida, voces a las que quizá no les pones rostro, a veces ni siquiera nombre propio, pero basta oírlas para reconocerlas y viajar a la memoria como si se tratara de la magdalena de Proust. Eso sucede con Domi del Postigo, cuya voz de terciopelo una de esas voces capaces de coger una frase y convertirlas en una ramo de flores o en una bala de plata es parte del patrimonio oral de la ciudad.
Todo se resume en hacer bien tu trabajo.
Domi propone pasear por la Laguna de la Barrera, esa lámina de agua surgida por la extracción de arcilla para la fábrica de cerámica de la Colonia de Santa Inés, que los vecinos lograron salvar frente a los planes de una constructora: «Es una conquista ciudadana, una lucha civilizada, moderna, y esta ciudad no está sobrada de eso». Hoy es un Parque en la periferia con un sugerente ecosistema mediterráneo. De hecho las periferias no son un territorio extraño en su biografía.
«Mi padre era albañil de Agromán», así empieza a evocar su vida con la memoria simbólica del padre que a los trece se vio en la huida de la Carretera de Almería llevando en brazos a dos hermanos pequeños hasta alcanzar Murcia, «y a partir de ahí toda su vida consistió en la supervivencia». La empresa lo elevó a jefe de obra y lo enviaron a Bilbao, donde nacieron los dos hijos del maketo cuya mujer no soportaba el clima hasta desarrollar una claustrofobia que el médico resumió con un «o sacas a tu mujer de aquí o te la llevas en una caja». A los seis hace un viaje fascinante de veinticuatro horas en tren para cambiar de mundo. En Málaga, durante la construcción del piso familiar, se instalan en casa de una tía abuela con una historia de Dickens en la barriada 4 de Diciembre «que entonces era territorio comanche».
Mi vida es la historia de un niño de barrio y del Bibliobús, que yo corría a buscar hasta la parte alta de Juan XXIII transportándome al lado mágico de la fantasía.
Quiso ser médico pero le faltaron décimas para los numerus clausus «quizá el destino está escrito» y entró en Derecho y a la vez en Arte Dramático. «Solo me faltó llegar alguna vez a clase de Constitucional con mallas». Se apuntó a Radio Cadena, donde abría a las seis con Desayuno con diamantes, y a partir de ahí Radio Nacional, la tarde de Canal Sur y la llamada de Hermida al principio creyó que era una broma de Antonio de la Torre, el actor que entonces era su productor como coordinador de imagen de aquella gran escuela donde estaban Belinda Washington, Miriam Reyes, Mariló Maldonado... Era el nacimiento de las privadas, y Hermida marca un modelo de televisión en directo durante cinco horas donde cruzaba periodismo y comunicación. «¿Cómo no iba a ir?». Después los años locos de Madrid, el regreso a Canal Sur, más televisión, más radio, defendiendo esa idea del periodismo hecho con las técnicas del entretenimiento. «El peligro es creer que el entretenimiento da margen para la falacia». Como sintetizaba el prontuario del Guardian, los hechos son sagrados.
Jamás se pondrá en duda el valor del periodismo, pero solo en aquellas sociedades educadas en el valor del periodismo.
Una tercera vía
A veces ha pagado su independencia como comunicador, sin arrepentirse. Se lamenta del exceso de corbatas y de la burbuja mediática, pero mira «con apasionamiento» la transformación de los medios. «Los periódicos no desaparecen por el iPad; también porque dejaron de interesar». Habla de las trincheras ideológicas con desencanto. «Lo triste es el descrédito de los medios para los ciudadanos de la tercera vía; porque tenemos una sociedad con un porcentaje alto de clientelismo que solo aspira a identificarse como miembro de una tribu, pero no toda». Después añade: «Yo creo que a pesar de todo hay un florecimiento de esa tercera vía; y no es que lo quiera creer, sino que lo creo firmemente». Busca palabras de esperanza para terminar, como siempre le ha gustado rematar sus guiones, con un buen sabor de boca, una melodía con swing y una frase alentadora. «Si no tuviera esperanza ¡teniendo un hijo de veintidós meses! Él me ayuda a estar empezando, y me ha vacunado contra el cinismo».
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