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JUAN CANO jcano@diariosur.es
Viernes, 27 de noviembre 2009, 03:55
«¡Papá se ha quemado con un cigarro!». Antonia recuerda, con cierto remordimiento, que al principio no le dio demasiada importancia a la llamada de su hijo. «Pensé que no podía ser grave, que un cigarro no podía haberle hecho una quemadura muy grande, pero poco después volvió a llamarme y me dijo 'está achicharradito'».
Esa noche, la del 6 de noviembre, Juan Villodres Cuenca fue evacuado a Carlos Haya con quemaduras en casi todo el cuerpo. Antonia Espárraga Gordillo ha pasado las últimas dos semanas en la sala de espera del hospital aguardando alguna mejoría de su marido. Pero las buenas noticias que anhelaba nunca llegaron. El pasado viernes, Juan pereció a causa de las heridas.
En este tiempo, la viuda ha intentado recomponer lo que le sucedió a su marido aquella noche en la calle Cuesta Real, en Antequera. Pero la historia tiene tantas aristas, tantas versiones y tantas incógnitas que ya no sabe lo que creer. Con los días, ella ha sacado sus propias conclusiones. «Mi marido tuvo un accidente, no fue un intento de suicidio como han dicho algunos», afirma.
Rumores
Antonia sólo quiere zanjar de una vez los rumores que surgieron tras el extraño suceso para intentar seguir adelante con su vida y la de su familia, que aún se tambalea por lo ocurrido. «He escuchado de todo; que estábamos mal de dinero, que él tenía una depresión, incluso que estábamos separados... Todo eso es mentira. El 31 de enero íbamos a cumplir treinta años casados», explica la viuda. En su boda, él tenía 18 y ella, 17 años.
Aquella tarde, Juan Villodres se desplazó desde la barriada antequerana del Carmen -donde la familia tiene su domicilio- a la de San Juan. Allí se reunió con unos amigos. «Estuvo en el bar. Me han dicho que uno de ellos le compró ese día un bote de alcohol en una farmacia cercana para que se diera una friega», cuenta la mujer.
Ella sabía que ese remedio tradicional no iba a curar los problemas cardiovasculares que sufría su marido, y que le afectaban directamente a las piernas. «Él se puso malo hace cinco años». Juan tuvo que dejar de trabajar y se convirtió, a sus 48 años, en un joven pensionista condenado a caminar con muletas. O algo peor. «El pobre ha sufrido mucho con su enfermedad. Al principio no digo yo que no tuviera depresión, porque le dijeron que iban a terminar por amputarle las piernas, pero ahora estaba mejor. Hemos aguantado y hemos pasado mucho juntos», confiesa Antonia, que se siente indignada de que haya quien insinúe que Juan vivía solo y que estaban separados.
Los masajes con alcohol se habían convertido, a esas alturas, en la única esperanza para calmar el dolor en las piernas. «La gente le aconsejaba que el alcohol de romero era muy bueno para su enfermedad», recuerda ella. «Él me preguntaba si sería recomendable echárselo; yo siempre le decía 'Juani -como ella le llamaba cariñosamente- las friegas no sirven para lo que tú tienes».
Juan siempre le había hecho caso. Al menos hasta esa tarde. «Mi marido nunca usó alcohol para darse masajes, al menos en mi casa. Unos dicen que ese día lo vieron darse una friega en las piernas cuando estaba en el bar con el bote que le llevó su amigo; otros cuentan que se tropezó y cayó al suelo cuando iba camino a casa, y se impregnó la ropa de alcohol porque llevaba el bote medio abierto... », añade Antonia.
Prohibido fumar
Sea como fuere, sobre las nueve de la noche se despidió de sus amigos y puso rumbo a la parada del autobús. Fue entonces cuando se produjo el accidente que le costó la vida. Juan fumaba, pese a que lo tenía prohibido por su enfermedad. «Solía hacerlo a escondidas, aunque últimamente ya le daba igual. Yo siempre le regañaba cuando lo veía fumar, pero no me hacía demasiado caso», apunta la mujer.
Esa noche, al parecer, Juan decidió echar un pitillo mientras esperaba el autobús que lo devolviera al barrio del Carmen. Aún no se sabe con certeza cómo el cigarrillo prendió su ropa y provocó un incendio que le afectó al 80% de su cuerpo. «Dicen que un testigo lo vio encender un cigarrillo justo antes de que se produjera el incendio, aunque también he escuchado que se quedó medio dormido en la parada y que la colilla le cayó encima».
Cuando Antonia volvió a casa del trabajo, Juan no había llegado. Entonces recibió la llamada de su hijo, la segunda, y conoció la tragedia. Volvió a pedir permiso a sus jefes y a instalarse en la sala de espera de un hospital. Como cinco años antes. Cuando la vida les dio el primer revés y Juan cayó enfermo. «Ya no vamos a recuperarlo», se lamenta.
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