Ensayo general, con todo

Me acuerdo de alguien al que no se le puede acusar de optimismo, como don Pío Baroja cuando nos decía que el hombre, término que incluía a las mujeres, aunque él fuese misógino, estaba «un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo». Dichosamente hay excepciones que no observan esas reglas antropométricas. Por eso la Tierra sigue dando vueltas, aunque el mareo se haya universalizado. ¿Dónde mirar que no haya una guerra, un desastre, una incomodidad para sus eventuales huéspedes? En el año 2000, cuando se anunciaron los Objetivos del Milenio, había 800 millones de hambrientos. Hoy hay 900 millones. Que nadie niegue el progreso.

Una noticia esperanzadora acaba de confortarnos, no a nosotros, sino a nuestros descendientes: será posible crear espermatozoides a partir de células embrionarias humanas. Es la única posibilidad de transformar nuestra dañina condición, si se elige bien a los vencedores de esa vertiginosa carrera íntima. Como decía aquel catedrático, de genética lo único que se sabe con certeza es que de padres estériles nacen hijos estériles. La condición humana podría variar. No llevan razón quienes dicen que no tenemos arreglo. Son unos impacientes. Eso es todo.