
Atributos de la escultura procesional. Las potencias de Cristo
Las imágenes presentan una serie de aditamentos que causan sorpresa en las personas que desconocen su valor iconográfico
TEXTO: JUAN ANTONIO SÁNCHEZ LÓPEZ
Martes, 7 de abril 2009, 03:42
Publicidad
DESDE sus orígenes en el Quinientos, la presentación escénica de la escultura procesional requiere el complemento indispensable de una serie de preseas textiles y metálicas que complementan las labores de talla y policromía. El impacto visual y la riqueza artística y material de tales aditamentos suele sorprender a numerosas personas, a quienes resultan completamente desconocidos sus sutiles valores iconográficos. Lejos de pretender una representación 'historicista', 'arqueológica' o minimalista de las escenas de la Pasión y de sus protagonistas, tales atributos persiguen un refinado simbolismo donde lo teológico y lo popular hacen causa común para mayor exaltación del mensaje.
De esta manera, y además de por su paradigmática belleza, las representaciones de Cristo son reconocibles por las potencias. Su origen remite a un antiguo concepto de la filosofía aristotélica reiterado dentro del Islam por Avicena e inteligentemente adaptado al pensamiento cristiano medieval por Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura. Aristóteles partía de la consideración de que todos los seres humanos poseemos cinco géneros de potencias del alma, dentro de los cuales se distinguen las tres 'potencias' intelectivas: memoria, entendimiento y voluntad, que proporcionan al ser humano las facultades de poder pensar y de querer libre. La memoria permite retener el conocimiento y no olvidar la información adquirida. El entendimiento posibilita comprenderla, interpretarla y asimilarla, en tanto la voluntad confiere al ser humano el libre albedrío para disponer -ya sea en sentido positivo o negativo- de todo lo que sabe; siendo, por esta causa, la más importante de las tres potencias al depender de ella la libertad necesaria para que el alma no sucumba ante la materia, para que el conocimiento supere a los instintos y, en definitiva, para que el bien se imponga al mal. Como hombre verdadero, Cristo también las poseía aunque desarrolladas en su grado máximo, pues sólo de este modo -y como el hombre por excelencia- pudo ser capaz de reunir la fortaleza física y psíquica necesaria para aceptar, soportar y padecer la Pasión en su cuerpo y en su alma. En consecuencia, las potencias quedaron convertidas, por derecho propio, en los verdaderos atributos heteróclitos de Jesucristo en su triple condición de profeta, sacerdote y rey. Pese a tratarse de un concepto completamente abstracto, no deja de ser curioso que las 'Potencias de Cristo' fuesen la advocación titular de una cofradía existente en Sevilla en 1613, que perduró hasta 1623.
Origen
Desde el punto de vista iconográfico, sus orígenes se retrotraen al arte bizantino, pasando desde oriente a occidente a través de las representaciones carolingias, románicas y góticas. Para ser más exactos, arrancan del nimbo crucífero reservado a Cristo, del que únicamente eran visibles tres brazos de la cruz al quedar el cuarto oculto tras la cabellera. A partir de ahí, las potencias de Cristo adoptan la característica forma de tres rayos de luz que brotan de la cabeza del Salvador a modo de diadema, contando ya unos orígenes pictóricos precisos a partir de los grabados de Alberto Durero, en los primeros años del siglo XVI, popularizándose en España gracias a la obra de El Greco y, particularmente, a través de sus versiones del Nazareno abrazado a la cruz. Al transferirse a la escultura procesional, se hizo obligado encontrar alguna fórmula que permitiese otorgar consistencia tridimensional a un elemento que, como hemos dicho, era de naturaleza esencialmente pictórica en cuanto a representación tangible de un concepto inmaterial y espiritual en definitiva. Ante esta situación se plantearon dos posibles alternativas. Primeramente una más modesta, consistente en elaborar las potencias en madera dorada, según confirman numerosos inventarios de las hermandades andaluzas, datados a finales del siglo XVI y primer tercio del XVII. Ni que decir tiene, que el triunfo del Barroco haría inclinar decididamente la balanza a favor de la segunda opción, cuando pasaron a realizarse en labores de platería con profusión de metales y piedras preciosas. Al culminarse este proceso, la escultura procesional revalidaba un antiquísimo sentir en la historia de la Iglesia, fomentado con fuerza desde los orígenes y desarrollo de la propia liturgia. En virtud de este pensamiento, el brillo del oro, la plata, los esmaltes y las gemas sobre el altar o como aderezo de las imágenes reflejan ante los ojos del cuerpo -y también ante los del espíritu- el carácter sagrado de los objetos al servicio del culto y, por extensión, como sucede en nuestro caso, la santidad excepcional de las personas adornadas con tales atributos.
Según afirmó el abad Suger de Saint-Denis, en el siglo XII, la lectura de tales mensajes es posible gracias a un ejercicio anagógico, de carácter emanantista y neoplatónico, por el que a través de la visión de aquello que es material los seres humanos acceden al conocimiento de lo inmaterial. En otras palabras, lo material transfiere a lo inmaterial sus cualidades para que lo que es invisible adquiera, a su costa y convenientemente sublimada, la impronta de lo visible.
Publicidad
En el ámbito de la platería, la tipología de las potencias parte de una estructura muy sencilla aunque sujeta a imprevisibles interpretaciones en cuanto a su ornamentación, iconografía y traza. Por lo general, suelen constar de un nudo de diseño y ornamentación variable, del que arranca un haz de rayos solares, lisos o flamígeros, con las puntas planas o biseladas. Aprovechando el esquema tripartito de cada juego, el nudo suele incorporar las letras del anagrama 'IHS'. Precisamente, este elemento es, en complicidad con el sol que suele acogerlo, el emblema cristológico por excelencia, de ahí su absoluta pertinencia con el discurso simbólico de estas preseas.
Estandarte
Haciendo un poco de memoria histórica, el origen de este motivo se remonta al siglo XIII, cuando el Doctor Seráfico, San Buenaventura, lo incorporó a su escudo como cardenal-obispo de Albano. Pero su popularización corresponde al XV, por mano del también franciscano San Bernardino de Siena, quien concibió la idea de realizar un estandarte presidido por un sol incandescente, en cuyo centro figuraban las letras 'IHS'. Su intención no era otra que la de contar con un lábaro que lo acompañara en sus predicaciones, encaminadas a desterrar las blasfemias y falsos juramentos proferidos contra el nombre de Jesús, labor proseguida por su discípulo, San Juan de Capistrano. En fechas coetáneas y posteriores, el sol con el 'IHS' fue objeto de apropiación por los dominicos y los jesuitas, quienes lo convirtieron en la base principal de su blasón.
Publicidad
De su vinculación con tres órdenes religiosas proceden las diferentes lecturas que admiten las referidas siglas. La más conocida es la de carácter soteriológico (IESVS HOMINVM SALVATOR), que convive con aquella otra resultante de la cristianización de los epítetos paganos de 'Sol Salutis' y 'Sol Invictus', aplicados a Apolo y a Mitra como divinidades salvadoras y bienhechoras (IN HOC SALVS) al igual que Cristo, quien es sol de justicia. A su vez, esta última interpretación es una abreviatura del lema de la Compañía de Jesús (HOC VNO EST TANTVM NOMINE CERTA SALVS), cuyos componentes también utilizaron el acróstico para darle una lectura particular (IESVS HABEMVS SOCIVM).
En Málaga, el uso de las potencias se encuentra documentado en el siglo XVII, así como su ejecución en plata. En el contexto del Barroco antequerano, es frecuente rematar los rayos terminales en flores de lis y estrellas, lo cual constituye un sello de innegable originalidad, secundado asimismo por ejemplares de la platería hispanoamericana.
Publicidad
Contemporáneas
Desaparecidos en los sucesos de 1931, los ejemplares barrocos, rococós y neoclásicos han cedido el testigo a los exponentes contemporáneos, cuya profusión ornamental no ha impedido seguir invistiéndoles del simbolismo y la riqueza material de antaño. De esta manera, entre los ejemplares 'castizos' sobresalen las antiguas potencias del Cristo de la Agonía y las de Jesús de la Oración en el Huerto, magníficos exponentes de la estética 'neobarroca' imperante en las artes decorativas cofradieras de los siglos XX y XXI.
Por su belleza y contenido iconológico, las del Nazareno de Viñeros conjugan el nudo estrellado decorado a base de pámpanos con delicados angelitos de eboraria sujetando racimos de uvas, destacando asimismo el protagonismo concedido a las grandes amatistas como piedra cristológica alusiva al sacerdocio, humildad y virginidad perpetuas de Cristo. Las de Jesús de la Puente del Cedrón incluyen diferentes escenas evangélicas esmaltadas, a modo de retablo. Por su parte, las de Cristo de la Humildad incorporan un delicado haz de rayos solares que emergen de un nudo ornamentado con diamantes, la piedra de la luz y esencia de la divinidad, junto a los 'carbúnculos' o rubíes representativos de la caridad ardiente que nace del Espíritu Santo. Esta última piedra preciosa también detenta, por cierto, un destacado protagonismo estético e iconográfico en las potencias del Cristo de la Pollinica y en las de Jesús Cautivo.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión