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FRANCISCO PALMA
Miércoles, 10 de diciembre 2008, 10:27
Melilla celebró ayer de forma especial la Pascua del Sacrificio, la fiesta grande de la comunidad musulmana. Una jornada que supera su carácter religioso y se convierte en todo un acontecimiento social que provoca que los colegios cierren sus puertas, los funcionarios locales disfruten de un día inhábil y la actividad comercial se reduzca a la mínima expresión. Uno de los barrios donde el Aid El Kebir tiene una incidencia importante es el Poblado, frente al cuartel de La Legión, donde en plena calle familias enteras dedicaron la mañana a dar muerte al borrego con el que se conmemora el sacrificio de Abraham. Antes de eso, a primera hora de la mañana, miles de personas participan en un rezo colectivo en la explanada frente al Tercio.
La Fiesta Mayor del Islam tuvo su momento culmen con la muerte del borrego a manos de un santón o matarife, nunca una mujer. El animal muere degollado, con las patas atadas y mirando a La Meca, en recuerdo al sacrificio de Abraham, que estuvo dispuesto a matar a su propio hijo en señala de amor a Dios, quien finalmente permitió que muriera un animal.
Armando Artel, es uno de fieles musulmanes que ayer desde las 08.00 horas cumplía con uno de los preceptos islámicos más importantes, aunque confesaba que él no se encarga de matar al borrego: «para eso nos ayuda un vecino». En su casa, una familia de seis miembros, lo primero que se degustan son los pinchitos de las vísceras del animal «de hígado o corazón» para, a partir de hoy, preparar diferentes guisos. «Sale mucha carne, con lo que guardaremos una pata en el congelador para Navidad».
La mujer tiene también un importante papel en esta fiesta, aunque en un segundo plano. Ellas son las que se encargan de despellejar al animal y de preparar los primeros platos. Fátima M. se afanaba al mediodía de ayer, junto a su madre y hermana, en limpiar la parte del borrego, incluida la cabeza, que iba a conformar la comida del día. Con una manguera en la mano, limpiaba también el rastro de sangre que había provocado la muerte del animal. «Es mejor hacerlo en la calle, en la casa no tenemos sitio y aquí lo hacemos todo entre familia y vecinos». Los niños también viven esta fiesta de forma especial. Ellos están pendientes del borrego, al que cuidan durante un día. Algunos sienten «pena» por su muerte y otros acompañan al matarife justo en el momento en el que asesta el tajo con el cuchillo. Uno de los que realizan esa labor crucial en el Poblado es Hassan Hilagi, que lleva ocho años dando muerte al borrego de su familia y de cuantos vecinos le piden ayuda. «Aprendí de mi padre y sigo haciéndolo todavía». Cree que su labor «es muy fácil» y que la clave del éxito es «no estar nervioso» y que el animal se encuentre «un poco durito».
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