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Mario, en primer plano, junto a sus padres, Mercedes y Juan, en la estación de Málaga. Galindo
La odisea de Mario en el apagón: tirado en Vialia con una parálisis cerebral y una discapacidad del 96%

La odisea de Mario en el apagón: tirado en Vialia con una parálisis cerebral y una discapacidad del 96%

La familia, que había venido a Málaga para celebrar su 33 cumpleaños, se quedó atrapada en la estación por la cancelación de trenes

Juan Cano

Málaga

Martes, 29 de abril 2025, 23:53

El hall de la estación María Zambrano-Vialia constituía un retablo de la espera en todas sus formas. Cada uno mataba el tiempo como podía y algunos, incluso, lograban conciliar el sueño recostados sobre sus maletas. Entre ese decorado, donde en cada rincón había una historia, podían pasar inadvertidas las seis sillas que Juan y Mercedes juntaron con mimo para hacerle «su cunita» a Mario.

Juan es hombre de pocas palabras, pero acaricia con ternura la cabeza de su hijo. «¡Duérmete!», le ordena con cariño cuando Mario levanta la cara y sonríe, al escuchar su nombre y una conversación que le atañe. «Lo entiende todo», apunta Mercedes, que al segundo matiza: «Pero no habla nada, solo palabras sueltas. Hola y poco más».

Mario sufrió una parálisis cerebral por sufrimiento fetal y tiene reconocido un 96% de discapacidad. Es gran dependiente y necesita una silla adaptada para moverse. Y a su familia para todo lo demás. El cuarteto lo completa Lidia, la hija cinco años mayor que él y que maduró de golpe cuando su hermano llegó al mundo.

Mario cumplió 33 años en marzo y Málaga fue el regalo de Lidia. «Le dimos también la opción de Córdoba, pero él lo tuvo claro». El viaje fue bien. Juan se queja de las caminatas y Mercedes le corrige: «Aquí es todo muy llanito». La odisea llegó con la vuelta. Tenían los billetes comprados para el AVE de las 18.40 horas de este lunes 29 de abril. Cuando llegaron a Vialia, sobre las cinco y pico, ya se había producido el gran apagón, pero aun así conservaban la esperanza de partir.

En la estación les informaron de que los trenes se habían cancelado por la interrupción del suministro eléctrico, y que iba para largo. Buscaron hoteles y estaban todos llenos. Desesperados, intentaron entrar en la estación, pero uno de los vigilantes se lo impidió alegando que sólo se iba a permitir el acceso a personas mayores.

«Yo les pedí que me dejaran entrar un segundo para cambiar a mi hijo aunque fuese en el suelo», expresa Mercedes, que no puede disimular la impotencia que ha tenido que sentir en todo este periplo. «Al final -continúa- vino un policía con más rango y no sólo nos dejó pasar, sino que nos acompañó hasta los aseos donde había cambiador».

Les permitieron quedarse a los cuatro en el hall de la estación, como tantos otros afectados por el apagón, y con esas seis sillas improvisaron una cama para Mario, que sigue levantado la cara y sonriendo sin parar. «Es mi vida», reconoce Juan.

Cuando ya habían asumido que iban a pasar la noche en Vialia –«nos ofrecieron el albergue, pero preferimos quedarnos aquí», dice la madre-, llegó el dispositivo de Cruz Roja. Primero el reparto de comida. Lidia se acerca con cuatro bolsitas que contienen zumo y galletas, que son primero para Mario, pese a que es el único que ha cenado los donuts que su madre llevaba en el bolso.

Los voluntarios de Cruz Roja empiezan a instalar las camas portátiles -150- que hacen la situación menos indigna. Mario yace boca abajo sobre las seis sillas hasta que el director de la Unidad de Emergencias y Sistema de Información en Cruz Roja de Málaga, Julio Pulido, se da cuenta de la situación y gestiona personalmente un hostal para el joven. Sólo hay habitación para dos. Lidia y Mercedes se quedan en la estación para que Mario y su padre puedan dormir en una cama. La pesadilla ha terminado. Ayer por la tarde, por fin, pudieron regresar a Madrid.

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