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TEXTO: MONTSE MARTÍN
Domingo, 29 de julio 2007, 04:35
PROCEDEN de clase trabajadora y carecen de antecedentes familiares en el mundo de la judicatura y la abogacía. Es más, sus vidas hasta ahora han estado pegadas a los escenarios, a la farándula, a los saraos... en las antípodas de la solemnidad de una sala de vistas. Su tesón, esfuerzo y sacrificio han hecho saltar por los aires el estereotipo. Fina y Carmen acaban de aprobar las oposiciones a juez. En unos meses se vestirán la toga.
«Mira, la abogá ». Carmen procuraba hacer caso omiso de los comentarios. Ella seguía con la cabeza metida en sus apuntes de la Facultad de Derecho aprovechando cada minuto de descanso entre actuación y actuación en el parque de atracciones Tívoli para estudiar. Fina, en cambio, se guardó muy mucho de contar a sus compañeros de baile a qué se dedicaba cuando abandonaba el tablao de madrugada. Entre taconazo y taconazo, memorizaba leyes y servía comidas en el bar que sus padres.
Josefina Oña, de 30 años, es hija de un albañil y una ama de casa que emigraron a Suiza y con los ahorros que trajeron a su regreso decidieron montar un bar en la populosa barriada de Cruz de Humilladero. Nadie en su familia tiene estudios superiores, pero, cuando cursaba BUP, Fina ya tenía claro que quería hacer una carrera y para juez, nada menos. «No me veía en el baile como profesión; eso para mi es un entretenimiento, como jugar al golf. Me gusta ser útil, ayudar a los demás, tener un conocimiento amplio de la vida cotidiana. Tampoco me veía de abogada, sólo de juez. Y sí, si me imagino con la toga, y si no le pongo un poco de cola y andando», añade con humor.
Hija de un antiguo empleado de unos grandes almacenes que ahora ha montado su propia empresa con uno de sus hijos, a Carmen Castellanos tampoco le corría el Derecho en las venas, pero le tiraba lo de ser juez: «Representa el equilibrio y yo me tengo por una persona muy imparcial. No podría ejercer de abogada para defender a una persona sabiendo que es culpable de un delito».
Así que, mientras cursaba estudios de danza clásica española en el Conservatorio de Málaga, decidió también matricularse en la Facultad de Derecho. Una auténtica locura porque durante algún tiempo Carmen, que ahora tiene 32 años, compaginaba ambas carreras con actuaciones en Tívoli. El tiempo es oro y ahora recuerda cómo aprovechaba los descansos para repasar los apuntes. Sus compañeros la veían rara: una bailaora estudiando leyes... «Me llamaban 'la abogá', con cierta sorna, y se reían de mí, pero yo procuraba no hacerles caso, ir a lo mio, estudiar. Mi coreógrafo Manuel Bernal, cuando me veía así, me decía que no me iba a comprar un abanico, sino un martillo», cuenta Carmen entre risas.
Su compañera Fina no tiene estudios de danza, pero el flamenco se le dio siempre muy bien. Así que a los 15 años empezó con un grupo de baile y estuvo trabajando en un tablao de Marbella por donde pasaba todo el famoseo que llegaba ciudad: desde Bruce Willis hasta Luis Miguel pasando por nuestro actor más internacional, Antonio Banderas. Cuando comenzó en la Universidad, la cosa se puso cuesta arriba. Fina empezaba en el tablao a las diez de la noche y no acababa hasta las cuatro de la madrugada: «Me levantaba por la mañana a estudiar y a medio día bajaba al bar de mis padres para ayudarles a servir las comidas. Luego me iba a la Facultad y cuando acababa iba para el tablao, otra vez».
Con Paco de Lucía
Antes de dejar definitivamente el baile para volcarse en las oposiciones a juez, Carmen, además de en Tívoli, paseó su arte flamenco por muchos escenarios. Primero por los hoteles de la Costa del Sol, luego para los turistas de los cruceros. De la mano de la Junta Andalucía y de Turismo Andaluz, actuó en la embajada de Roma y por otros escenarios internacionales. Hasta le dio tiempo de grabar un videoclip en el que aparecía con el cantante Bryan Ferry y el guitarrista Paco de Lucía.
Después de un periodo de tres años en los que, finalizado los estudios de Derecho, se dedicó por completo al baile, Carmen decidió abandonar el flamenco y se concentró en lo que quería llegar a ser: juez.
«Quizá debería haber dejado antes el baile -piensa-. Me costó tomar la decisión, pero ahora estoy contentísima».Y es que Carmen, al dar ese paso, sabía que le quedaban por delante años muy duros de estudio y sacrificio.
Fina también abandonó el tablao. Se pasaba las horas enclaustrada estudiando en casa y sólo abandonaba su encierro a la hora de las comidas, para echar una mano a sus padres en el bar: «Cómo me iba a quedar yo sin ayudarles, sabiendo que les hacía falta; eso sería no tener sangre en las venas», explica.
Pero llegó un momento en que los estudios requerían la máxima dedicación y Fina se veía incapaz de más en su casa de Málaga. Así que optó por marcharse a Madrid a encerrarse durante seis meses en casa de una familia que había conocido en El Rocío que la acogió generosamente para que la malagueña pudiera volcarse de lleno en sus oposiciones.
Han sido tres años en el caso de Carmen y seis en el de Fina sumergidas en maratonianas jornadas de estudio con los ojos pegados a los libros, sacrificando las salidas con el novio y los amigos, hurtándole ratos a la familia; sin vacaciones, sin apenas salir a la calle...Muchos sin sabores para dos jóvenes que aman la vida con intensidad y que reconocen que no hubieran podido soportar sin el incondicional apoyo de sus familiares. «Ellos siempre han estado ahí; mi padre sufría muchísimo cuado me veía cómo llegaba al examen, más delgada, sin dormir por la noche, sin vivir», recuerda con emoción Carmen.
Aprobado sí, novio no
Fina se decide hacer una confesión: «A mi estos estudios me ha costado el novio. El mismo día que aprobé, él rompió conmigo. Lo entiendo. Él y toda su familia han aguantado mucho estos años, me han apoyado continuamente y eso se lo agradezco de corazón». En ese sentido, Carmen ha tenido más suerte. Su relación con un chico danés, que se quedó prendado de su elegancia y belleza cuando la vio vestida de flamenca en una feria de Málaga hace ahora siete años, va viento en popa.
Ahora, con el aprobado ya en el bolsillo, Fina y Carmen hacen un pequeño ejercicio de imaginación, que cada vez está más cerca de ser real: «Sí, absolutamente sí. Claro que nos vemos como jueces», responden. No tienen ninguna duda de que aún procediendo de mundos tan distintos al de la judicatura, encajarán perfectamente en ese ambiente serio, incluso puede que aburrido, para el común de los mortales.
No tienen aún claras sus preferencias, a qué rama del Derecho dirigirán sus pasos por los juzgados y tribunales. Pero saben perfectamente que en los comienzos tendrán necesariamente que hacer de todo: desde meter a alguien en la cárcel hasta dictar una sentencia de divorcio.
Fina, como siempre, recurre a su sentido del humor: «Mujer, como preferir no sé, quizá lo penal, porque puestos a elegir el Código Penal tiene menos artículos, es más fácil», bromea.
«Pues yo, yo creo que me gusta más lo penal. Pero no sé. Es que a mi eso de meter en la cárcel a la gente me parece una cosa muy seria, igual que dejar a un culpable en la calle, y, claro, te puedes equivocar», reflexiona Carmen.
Hasta septiembre, fecha en la que ingresarán en la Escuela Judicial de Barcelona durante nueve meses, podrán ahora disfrutar de unas merecidas vacaciones. Carmen dice que se las quiere dedicar a su familia -«les quiero devolver todo lo que han hecho por mi estos años»- y a su novio. En cambio Fina, está ansiosa por empezar a poner en práctica toda la teoría que ya tiene aprendida: «Quiero empezar a manejar autos, sentencias...»
Y es que durante todo este tiempo han estado viviendo en una burbuja en la que no han tenido ni vida social ni tiempo para informarse de uno de los procesos judiciales más importantes del país: el 'caso Malaya'. « Lo único que sé de ese asunto es que están metidos Julián Muñoz y Maite Zaldívar. Y eso, porque los conozco de cuando venían al tablao de Marbella donde yo trabajaba», explica divertida Fina.
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