El búnker de la Moncloa
Ya se sabe que el prestigio es algo que se gana milésima a milésima pero se pierde a borbotones
TEODORO LEÓN GROSS En twitter: @teoleongross
Miércoles, 3 de octubre 2012, 03:56
El Gobierno anda atribulado por la marca España que, como un valor del Ibex, cotiza en rojo cada vez más a la baja. España parece una de esas marcas históricas en decadencia, como Chrysler o Seiko, que se desacreditan perdiendo el tirón. Y las cosas pintan peor, zarandeada por todos los flancos: los mercados mantienen el acoso con la prima de riesgo sobre el listón de la desconfianza alentando la etiqueta de 'bono basura'; en el interior, Cataluña, con su parafernalia de 'FreedomforCatalonia' y su segregacionismo táctico, transmite la imagen de un país inestable sin garantía siquiera de continuidad histórica; las manifas ante el Congreso, con esas escenas de violencia que tanto seducen a los maquetadores de primeras páginas, retratan una espiral de caos; las comunidades autónomas, que ya se han ganado el labelglobal de sumideros clientelares en manos de virreyes que despilfarran con pólvora del rey, se desencajan como un puzzle en falso; el paro vuelve a crecer y la cota del 25% proyecta una sombra tercermundista; y los medios anglosajones, hasta The New York Times, se solazan en la sociología del catastrofismo humanitario sobre territorio europeo. España es de esas marcas que de repente restan valor. Ya se sabe que el prestigio se gana milésima a milésima pero se pierde a borbotones.
Y la solución no es enviar mensajeros a pedir árnica ante la sangría -incluso el Rey a las redacciones de Manhattan- y atrincherarse en La Moncloa con el tic persecutorio. La bunkerización de Rajoy retrata a un presidente frágil que se siente acosado por la realidad. Sí, la irresponsabilidad de quienes aprovechan la crisis para tensar las costuras del país va de suya, pero eso no puede servir de coartada, abusando del victimismo ante los mercados sin abordar el rescate; el victimismo ante Cataluña sin tomar los mandos; el victimismo ante las autonomías como si no fueran piezas de la arquitectura del Estado; y lo que es peor, el victimismo ante los ciudadanos a los que acusa de manifestarse como enemigos de la nación. Las hemerotecas no le vacunan su desmemoria, pero en 2005, cuando le acusaban de alentar manifestaciones contra su antecesor, él decía «¿por qué hay manifestaciones? Pues hay manifestaciones de millones de españoles para que el Gobierno cambie una disparatada política.». Es una hipótesis que al parecer ahora no contempla. Pero cuando un presidente se siente maltratado por la población ya puede empezar a pensar en las maletas. Nadie espera de Rajoy un trasunto de Churchill al frente del país ofreciendo 'sangre, sacrificio, sudor y lágrimas', pero al menos un cierto liderazgo en lugar de bunkerizarse en la Moncloa aferrado al victimismo como el viejo espadón en su laberinto.
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