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CRISTÓBAL MORENO
Lunes, 10 de enero 2011, 02:49
Toda una vida de relaciones personales con presos de distinto tipo han hecho de Fermín Amezcua un experto conocedor de lo que ocurre dentro de unos muros o unos barrotes. Tras cuarenta años como funcionario de prisiones en distintas penitenciarías del país, este granadino afincado en Málaga recopila sus vivencias en forma de novela con 'Memorias de la prisión' que, a través de la figura de un preso, hace un recorrido por distintos ambientes y situaciones de la historia carcelaria española.
«Son historias reales que cuenta en primera persona un preso ficticio que, al igual que yo, estuvo en las cárceles de Barcelona, Ciudad Real y Málaga. He tratado de contar lo que ocurría en estas prisiones sin recurrir al morbo, y he preferido centrarme en la vida de los encarcelados y las transformaciones que se han dado en las penitenciarías», sostiene Amezcua, quien incluye en su libro un diccionario con los términos empleados por los presos para evitar ser entendidos.
En el año 1973 tuvo su primer contacto con las cárceles como funcionario de prisiones, empleo que dejó para volver cinco años después con una plaza fija en la prisión de Barcelona. Allí , Amezcua se topó con presos que a diario salían en la prensa de sucesos por los delitos cometidos. «Entre esos muros se reunieron personajes tan famosos como Juan José Moreno Cuenca 'El Vaquilla' y todos ellos se pasaban las horas ideando planes para escaparse, algo que consiguieron 45 presos en 1978, en lo que fue la mayor fuga de nuestra historia democrática», recuerda el autor de la novela.
Convivencia
Según apunta, para un funcionario de prisiones resulta casi imposible no implicarse con los presos, pues «son personas con las que convives durante mucho tiempo y a las que ves sufrir», algo que le marcó especialmente en su siguiente destino de trabajo: la cárcel de máxima seguridad de Herrera, en Ciudad Real. «Ese fue el lugar más inhumano que he conocido, porque los encarcelados estaban sometidos a unas condiciones muy estrictas en las que ni siquiera podían charlar entre ellos. Parecía un penal más propio de la dictadura que de la democracia», lamenta Amezcua.
En 1992, este funcionario hizo las maletas rumbo a la antigua cárcel de Málaga, en la Cruz del Humilladero. «Allí los internos estaban dejados de la mano de dios y la persona que trabajaba dentro era el único contacto que tenían con el exterior. Lo que más daño hace y hacía a los presos es el aislamiento al que se ven sometidos, por eso crean tantos lazos con los funcionarios», destaca. Antes de jubilarse, Fermín se trasladó al centro penitenciario de Alhaurín de la Torre, último destino donde pudo conocer a personajes tan famosos como Juan Antonio Roca.
Dentro de los muros de una prisión, a los internos no se les trata en función de los delitos que hayan cometido, que no se suelen compartir entre compañeros de patio. Según Amezcua, tal es la amistad que une a los presos que conocen perfectamente el 'modus operandi' de cada uno, «tanto que en una ocasión se produjo un atraco del que se desconocía a su autor, pero en la cárcel, sólo por cómo se produjo el delito, sabían perfectamente quién había sido», recuerda.
En opinión de este veterano funcionario, la cárcel no puede ser el lugar donde una persona consiga la reinserción. «Se dedican muy pocos esfuerzos a ello. Lo que el preso necesita es que se le asegure que al salir tendrá las mismas condiciones con las que fue detenido. Que tendrá un trabajo y podrá seguir manteniendo a su familia, porque si no es así, se verá abocado a delinquir para su sustento», sostiene Amezcua, quien lamenta el afán de la sociedad por ver a un delincuente en la cárcel en vez de buscar reparar el daño cometido por esa persona, «que podría pagar su pena de otra manera en la calle».
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