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Repitiendo curso

FRANCISCO MOYANO

Martes, 12 de septiembre 2017, 08:26

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El chaval, después de haber cursado el periodo de infantil, se incorporó al primer curso de primaria; se encuentra con su profesor del año anterior y le pregunta: “profe, ¿tú repites curso?”. La verdad es que los maestros y maestras se pasan la vida laboral “repitiendo curso”, aunque cierto es que no existen dos años académicos iguales a la hora de afrontar la tarea educativa. Otra cosa es la vertiente burocrática, repetitiva, agotadora, poco ajustada a la realidad social del día a día. En sitios como Marbella llevamos también demasiados años repitiendo la misma asignatura de la carencia de más centros y de mejora real de los existentes, aquejados de todos esos achaques que inevitablemente la vejez acarrea. Algunos institutos de nueva creación siguen pendientes de las siempre imprecisas promesas de la administración. Otros adolecen de infraestructuras, tales como la supresión de barreras arquitectónicas; ¿cuántos centros cuentan con algo tan elemental como un ascensor para casos de alumnado con discapacidad permanente o circunstancial? Contar con algo así no es hacer un ejercicio de sofisticación o derroche de lujos, sino el derecho a poder desplazarse adecuadamente a pesar de las dificultades físicas. No hay nada más convincente para tomar consciencia que sufrir alguna lesión y comprobar en propia carne lo que supone subir o bajar unas escaleras. Afortunadamente el aspecto humano es una garantía y la profesionalidad de los miles de maestros y maestras, profesores y profesoras, luchando contra viento y marea, a pesar de recortes más o menos confesados, demostrada curso tras curso. La variedad de proyectos educativos que se desarrollan en los centros, innovadores en la forma y en el fondo, contribuyen a la mejora del sistema educativo, difícil de conseguir en un país con ausencia de un pacto estatal por la educación y donde cada partido que llega al poder redactan su propia ley que, por lo general no llega a desarrollarse. Algo parece no cambiar, a pesar de campañas mediáticas favorables: la falta de reconocimiento social de la tarea que desarrollan los docentes. El colectivo no reclama un trato privilegiado o unas dosis de mimo que provoque adicción o mala crianza, sino simplemente la valoración de la importante labor que llevan a cabo. Está muy bien el homenaje al maestro jubilado, pero mucho más importante es el día a día. Todavía no he oído a un político (de los que realmente tienen competencia en el sector), a pesar de lo mucho que les gusta el término, reclamar que se “ponga en valor” la figura del docente. Pueden que lo hayan dicho, en voz baja, o que, en mi caso, treinta y seis años después de profesión, me falte agudeza auditiva. En los centros son fundamentales también las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (AMPAS), colaboradoras directas de los equipos directivos, aunque sigue habiendo muchos padres y madres retraídos a la hora de asociarse, algo que es imprescindible fomentar y conseguir para el mejor funcionamiento de los centros. Las relaciones entre el profesorado y las familias son imprescindibles, dentro de la fluidez necesaria, y la estrecha colaboración. Pero por encima de estos dos pilares de la Comunidad Educativa, se encuentra el alumnado, en plena inmersión en el bilingüismo, dentro del objetivo, arduo y difícil, de que, al finalizar el periodo escolar obligatorio se posea un aceptable dominio del inglés, además del español, y en muchos centros también el francés y el alemán. Enseñar y estudiar es difícil, quizás ahora más que antes, porque el lenguaje vehicular ha cambiado radicalmente con las tecnologías de la comunicación y los estímulos incesantes suponen una competencia para el aula que, necesariamente, debe huir del convencionalismo y dejar de reducirse a cuatro paredes. A veces se establece en los centros la necesidad de conseguir el equilibrio en el uso de las tecnologías, limitando el mal uso. Hace falta voluntad política y exigencia nunca claudicante de la sociedad para conseguir un sistema educativo eficaz. Enseñar no es un juego de niños pero, sin duda, en la tarea educativa nunca debe faltar el componente lúdico.

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