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Carmen María Sánchez es una de las más veteranas.

«Tengo asumido que se van, pero al menos se llevan lo mejor de mi casa»

Carmen María Sánchez. Madre de acogida de Tomás (5 años), un niño con retraso madurativo

Ana Pérez-Bryan

Domingo, 15 de enero 2017, 01:16

Probablemente una de las principales dudas que asalten a las personas que se plantean convertirse en familia de acogida es el qué pasa cuando se van.... Porque los niños se van, y es absolutamente imposible no forjar un vínculo afectivo con ellos que a la hora de la marcha termina por doler. A Carmen le ha dolido hasta 15 veces. Y las que le quedan, porque ahí sigue: «Tengo muy asumido que se van a ir, pero al menos se llevan lo mejor de mi casa», celebra esta madre de urgencia «o de lo que haga falta» poco antes de deslizar un detalle que da la medida de su entrega a los niños: «Cada vez que voy a recoger a un recién nacido les compro la primera ropita nueva, es mi manera de sentirlos especiales, de hacer lo que me gustaría que hicieran conmigo si yo me encontrara en esa situación». «He ido acumulando muchísima ropa con el paso de los años», bromea Carmen, que sí se pone seria cuando recuerda a uno de sus hijos más recientes y lo pone como ejemplo del vacío que dejan al marcharse: «José (nombre ficticio) estuvo conmigo 14 años y el año pasado se fue con su madre biológica. No he vuelto a saber nada de él; una vez me lo crucé por la calle pero agachó la cabeza... Sé que al final sabrá lo que lo he querido y lo que lo quiero», dice con la conformidad de aquél que sabe que lo ha dado todo por un niño a pesar de que luego se corten todos los vínculos. Porque a veces entre las familias biológicas existe el agradecimiento hacia los padres de acogida que se han hecho cargo de sus hijos mientras ellas no podían, pero en otras ocasiones los padres naturales ven a los de acogida como rivales, e incluso los consideran en cierta medida responsables de que sus hijos no estén con ellos.

Aún así, Carmen también asume que eso forma parte del proceso porque se ha pasado media vida «sabiendo que era eso lo que quería hacer» hasta que decidió dar el paso en el año 2000 y llamar a la puerta de Hogar Abierto. Tiempo antes había visto «una película de ésas americanas con una madre que se dedicaba a hacer acogimientos. ¡Inmediatamente me dije que yo quería hacer eso!». En aquella época, casada y con dos hijas, llegó incluso a plantearse «seriamente» la adopción, pero la muerte de una de ellas lo dejó todo parado. «Cuando pasó el tiempo empecé con el acogimiento», recuerda Carmen, que hoy acoge como madre separada pero con las puertas de su casa abiertas para el niño que lo necesite.

Un bebé prematuro

Ahora quien la necesita es Tomás (nombre ficticio), un niño de 5 años «con muchos problemillas» que ha llenado de fotos la galería de su teléfono móvil las enseña con el orgullo del que sólo una madre es capaz y de actividad su día a día. El pequeño llegó a casa el pasado mes de julio, con las secuelas de haber sido un bebé prematuro y de haber sufrido, además, un derrame cerebral. «Tiene problemas neurológicos, de vista y oído, y está operado cinco veces del aparato digestivo porque nació con los intestinos pegados», explica Carmen, que recita de memoria los problemas médicos de Tomás pero que celebra como algo que merece pausa «el cambio espectacular» que ha dado el niño desde que ha llegado a su casa y a la terapia clínica han incorporado el calor de hogar.

Así ha sido con cada uno de los niños que han pasado por su vida, y que han ido compartiendo techo tanto con José como con su hija, que hoy tiene 29 años. Tampoco olvida Carmen la primera vez que sonó el teléfono: «Fue el 22 de junio de 2001. Estaba con mi hermana comprando en Eroski y me llamaron para decirme que en un par de horas me llegaba un niño de seis meses. ¡Puse en pie a media Málaga para reunir todo lo que necesitaba!». Aquel día fue frenético, porque además su hija se graduaba y llegó «todo a la vez», pero es que ser familia de acogida de urgencia es asumir que puede llegar todo a la vez. O que las cosas cambian sobre la marcha siempre que uno esté dispuesto. Ella lo sabe mejor que nadie, porque aquel «bebé gordito» de seis meses era José y tardó en marcharse 14 años...

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