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Ana Pérez-Bryan
Domingo, 15 de enero 2017, 01:16
En sus 'descansos' como padres de acogida de urgencia, Ángeles y Jesús saben que el teléfono puede volver a sonar en cualquier momento. Aquel día la llamada no fue tan sorprendente como lo que le pedían: «Siempre habíamos hecho acogimientos de un solo niño, pero en este caso dos hermanitas necesitaban una casa. Quizás en mi cabeza hiciera la reflexión inmediata de que era un lío, pero en seguida te lanzas y dices sí». Así llegaron a su vida, hace justo seis meses, las pequeñas Ana y Natalia (nombres ficticios), de tres años y 18 meses, y que tenían la necesidad urgente de una familia de acogida porque su madre biológica «está en una situación complicada» y el padre cumple condena. Fue precisamente él quien tomó la decisión de dar a las niñas en acogimiento ante la imposibilidad de hacerse cargo de ellas. Las pequeñas mantienen el contacto con ellos, por separado y en un punto de encuentro al que acuden con los técnicos de Infania, pero la situación de ambos no invita a pensar que haya solución a corto plazo y Ángeles y Jesús ya han entrado en la fórmula del acogimiento temporal, que puede prolongarse hasta los dos años.
Una familia de seis
Ahora, en casa de esta pareja ya no hay tiempo para aburrirse, ya que las pequeñas suman «y completan» esta familia con otros dos hijos biológicos, de 30 y 26 años, que aún no se han independizado. «¡No te creas, que a veces los mayores dan más trabajo que los pequeños!», bromea Ángeles, cuya jornada tiene que compartir además, con su empresa de reparación de maquinaria.
«Son unas niñas preciosas», celebra la madre de acogida, quien admite que al principio la mayor tuvo algún problema de apego pero que en seguida se solucionó. Es un hecho de que a menor edad es más fácil la integración, por eso las niñas supieron en seguida que la casa de Ángeles y Jesús era también la suya. «Nos dicen papi y mami desde el primer día y llevan una vida totalmente normalizada... Van a su colegio y nosotros como padres temporales las queremos como a nuestros hijos», reflexiona Ángeles, que constata que en su caso «todo han sido buenas experiencias» pero también que la atención a estos niños necesita una implicación extra: «Hay algunos que llegan con muchas carencias y muy abandonados (...). Pero quizás por su situación son niños muy inteligentes que te dejan una huella muy profunda».
Ángeles admite que cuando se marchan queda «un vacío», pero que el sabor de la experiencia sea dulce o amargo depende definitivamente del destino del niño que ellos han criado como propio: «Hay finales felices y otros que no lo son tanto; en cualquier caso compensa, pero hay veces en que te da una sensación....». «Como cuando el padre de una de las niñas que estuvo con ellos se la llevó a su país de origen...», lamenta Ángeles con la duda de si el cambio habrá ido bien dadas las circunstancias de la niña y su familia pero con esa certeza indestructible que comparten todas las familias de acogida: «Al final piensas que has hecho lo que tenías que hacer».
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