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Nuria Triguero
Sábado, 30 de julio 2016, 00:09
Para muchos niños, los veranos hoy son una gymkana de actividades programadas para evitar la frase más temida por los padres: «¡Me aburro!». Bernardo Quintero pertenece a otra generación: aquella que combatía el sopor estival sin ayuda de los adultos. Para el fundador de Virustotal, empresa malagueña de ciberseguridad comprada por Google en 2012, el verano significaba «no tener que ir al cole, mucha playa y pasar jugando en la calle aún más horas». Sus padres tenían una academia de mecanografía en Vélez-Málaga que no cerró nunca en sus más de 25 años de existencia. Así que la familia Quintero no se iba de vacaciones fuera; lo más lejos, a Torre del Mar. «Jugábamos al fútbol en mitad de la carretera, donde la puerta de una cochera hacía las veces de portería. También improvisábamos nuestra particular cancha de baloncesto, donde el cubo de la basura del edificio hacía de canasta. Y la pared del instituto de bachillerato nos daba para jugar a una especie de frontón. Canicas, trompos y chapas también nos acompañaron durante muchos años. Recuerdo una pequeña pausa por la tarde para ir a por el bocadillo de Nocilla y a mi madre llamándome ya entrada la noche para que me recogiera».
En aquel caluroso verano, el pequeño Bernardo soñaba con ser programador de videojuegos. Aún no había visto la película que cambiaría su vida Juegos de guerra, en la que un hacker adolescente se introducía en un superordenador del Pentágono y estaba a punto de provocar la tercera guerra mundial
Pero algo cambió en el verano del 85, cuando Bernardo tenía 10 años. Aquel invierno le habían comprado un Spectrum, un pequeño ordenador doméstico contenido en un teclado que se conectaba al televisor, sin disco duro y con 48 KBs de RAM. Después de pasar los primeros meses enganchado a títulos como Manic Miner le picó la curiosidad por cómo podría crear sus propios juegos. Claro que entonces no existía Google: la respuesta tuvo que buscarla en Spectrum, libro de juegos, un tocho nada apetecible que contenía listados de código para crear juegos muy básicos en lenguaje de programación Basic. «A base de pasar horas y horas escribiendo aquellos programas y experimentando empecé a comprender para qué servían los diferentes comandos. Es decir: aprendí a programar», recuerda. Así fue como quien está considerado uno de los mayores expertos mundiales en ciberseguridad dio sus primeros pasos en la informática.
El primer ordenador
Hoy, cuando Bernardo da charlas en colegios e institutos, suele enseñar la misma foto a los chavales: una de aquel verano del 85 en la que se le puede ver, canijo y tostado por el sol, pegado a aquel primer computador. «Era en un piso de Torre del Mar en el que veraneamos y al que nos llevamos la televisión en color, el vídeo Betamax y, por supuesto, mi ordenador», recuerda. En la foto se aprecia cómo el ingeniero en ciernes se montó su particular laboratorio informático. «Cuando nadie veía la tele grande, que era normalmente por la noche, podía cambiar el cable del Spectrum al televisor grande y ver cómo me iban quedando los juegos ¡en color!», recuerda. Quintero confiesa que pasó ante aquel escritorio muchas horas nocturnas. «En la foto me delata la pequeña lamparita portátil de pinza dentro del buró».
El motivo por el que Quintero se expone a las risas de los escolares al enseñarles esa foto es para que vean cómo el camino hacia el éxito es «hacer lo que te apasiona». «Cuando algo te gusta no te importa echarle horas ni esfuerzo. Y justamente esa es la clave para ser el mejor en algo», opina. Hoy aprender a programar es bastante más llevadero que copiar código de un libro: se puede hacer jugando. Motivo de más, en su opinión, para animar a los niños a aprender un lenguaje que les permitirá ser creadores de tecnología y no sólo meros consumidores.
Aquel caluroso verano axárquico, el pequeño Quintero soñaba con ser programador de videojuegos. Aún no había escuchado nada de virus informáticos. Pero en la foto de marras también está el culpable de que su vocación acabara virando hacia la ciberseguridad: el vídeo Betamax. «Cuando vi Juegos de Guerra me quedé fascinado. El protagonista es un adolescente al que le encantan los videojuegos, que entra en contacto con un superordenador del Pentágono y está a punto de provocar la tercera guerra mundial. Fue la primera vez que conocí lo que era un hacker y aprendí que los ordenadores se podían conectar entre sí mediante unos dispositivos telefónicos llamados módems, que se podían manipular las centralitas telefónicas para llamar gratis, que era posible saltarse los sistemas de autenticación, el concepto de puerta trasera, inteligencia artificial...» A partir de entonces, asegura, «ya nunca volví a ver los ordenadores del mismo modo».
Treinta y un años después, Quintero también pasa el verano pegado a un ordenador, sólo que ya no es aquel Spectrum. Como alto responsable de ciberseguridad en Google no puede despegarse de su portátil, dotado de las más avanzadas medidas de seguridad, por si surge alguna crisis. «Sigo sin saber lo que es irme un mes de vacaciones, lo que suelo hacer con mi familia [su mujer, Carmen, y sus hijas Carmen y Celia, de 11 y 7 años] es tomar varias micro-vacaciones a lo largo del año para hacer alguna escapada. Pero la mayor parte del verano la pasamos en Vélez, cerca de la familia y la playa. Lo bueno de mi trabajo es que permite conciliar perfectamente con la familia, no hay horarios fijos y puedes estar prácticamente en cualquier localización. ¿Lo malo? Que nunca consigues desconectar del todo», apunta.
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