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DANIEL REBOREDO
Domingo, 3 de abril 2016, 00:40
Que la ultraderecha belga tardaría poco en salir de sus madrigueras era una certeza que se manifestó el pasado domingo en la plaza de la Bolsa de Bruselas, cuando irrumpieron decenas de sus miembros, la mayoría del grupúsculo Casuals United Belgium, gritando consignas contra el Daesh, y que lo iba a volver a hacer ayer en Molenbeek con la manifestación convocada por los extremistas de Generación Identitaria, sección joven del partido Bloque Identitario, movimiento político de extrema derecha fundado en Francia en 2012 pero con ramificaciones en otros países europeos, bajo el lema «Expulsemos a los islamistas» y «Es hora de acabar con los 'je suis'». Recordemos que el Frente Nacional francés también está implantado en Valonia. Lucha contra el multiculturalismo y crítica contra el islam en Europa estuvieron presentes en Molenbeek aunque la alcaldesa de la comuna, Françoise Schepmans, prohibió la concentración y finalmente esta se desconvocó. La organización difundió una foto en sus redes sociales en la que equiparaba la situación en Molenbeek con batallas históricas entre cristianos y musulmanes, con un mensaje tan ilustrativo como efectista: «732 Poitiers, 1571 Lepanto, 2016 Molenbeek». El 23 de abril hay prevista otra marcha similar en Amberes.
Bélgica es un país muy peculiar cuya idiosincrasia sorprende continuamente. En la Europa del tercer milenio, azotada por una de las peores crisis económicas de la historia reciente, el fascismo ha vuelto a aflorar, haciendo presa en el descontento social de una Europa que ha sido la quintaesencia del estado del bienestar y cuyos ciudadanos van viendo cómo día a día pierden los derechos por los que han luchado varias generaciones. Avanza imparable en las encuestas y prácticamente ningún país se libra del influjo que estos partidos logran crear en parte del electorado defendiendo postulados como el racismo, la xenofobia o la salida de la UE.
Pues bien, en este panorama, Bélgica desconcierta, una vez más, al tener la extrema derecha más fuerte de Europa. Desde que en 1933 se fundó, por Staf de Clerq (el Hitler flamenco), la Liga Nacional Flamenca su evolución ha sido imparable. Así nacieron la Unión del Pueblo (Volksunie), en 1954 y el Partido Popular Flamenco (Vlaams Volkspartij) en 1977, escisión del anterior liderada por Lode Claes que se fusionó un año después con el Partido Nacional Flamenco (Vlaams Nationale Partij) de Karel Dillen, antiguo fundador del grupo ultranacionalista y abiertamente fascista Were Di, dando lugar al partido neonazi Bloque Flamenco (Vlaams Blok). Del ala derecha de la Volksunie, disuelta en 2001 y dirigida por Geert Bourgeois, nació la Nueva Alianza Flamenca (NVA) liderada por un joven político todavía desconocido, Bard de Wever, que consiguió, en las elecciones de 13 de junio de 2010, 17 escaños en la Cámara y se convirtió en el primer partido no solo de Flandes, sino de todo el país. Fue el principio de la crisis de los 541 días al negarse a entrar en el Gobierno presidido por el socialista francófono Elio di Rupo. La trayectoria política de De Wever acumula victoria tras victoria logrando la alcaldía de Amberes en las elecciones comunales de 2012 después que la controlasen durante decenios los socialistas flamencos.
La inquietud que genera el cada vez mayor peso de la ultraderecha se acrecentó cuando después de las elecciones del 25 de mayo de 2014 se produjo una transferencia masiva de votos de la formación neonazi Interés Flamenco (Vlaams Belang) al NVA, lo que explica en gran parte su éxito. Los choques y discrepancias entre la oposición socialista francófona y la nueva mayoría formada por tres partidos flamencos (los nacionalistas de la NVA, los cristianos del CDV, los liberales del Open VLD) y un solo partido francófono, el Movimiento Reformador (MR) del primer ministro Charles Michel, han propiciado la llegada al Gobierno de dos ministros (Jan Jambon, Interior; Théo Francken, Migración) vinculados a la extrema derecha y muy próximos a círculos nazis flamencos. La trayectoria de ambos los define como simpatizantes fascistas.
La principal aspiración, tanto del Vlaams Belang como de la NVA, es la separación de Flandes y Bruselas de Valonia, la parte francófona de Bélgica, a la que sus líderes han llegado a recomendar que se anexione a Francia. Una de sus demandas más férreas es la de amnistiar a los condenados por colaborar con el régimen nazi. En Flandes, los militantes y del Vlaams Belang están integrados sociedad y las instituciones.
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