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Juan Manuel de Prada, con un ejemplar de ‘Morir bajo tu cielo’, en el hotel Larios.
«Filipinas era tan española como hoy es Cataluña y se perdió»

«Filipinas era tan española como hoy es Cataluña y se perdió»

Juan Manuel de Prada recupera en 'Morir bajo tu cielo' el desastre del 98 y la pérdida de las colonias, una crisis que ve paralela al actual desafío nacionalista

Francisco Griñán

Martes, 28 de octubre 2014, 01:09

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Se ha embarcado en un proyecto ambicioso. Retratar el siglo XX al estilo galdosiano de los 'Episodios nacionales'. Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) abre con 'Morir bajo tu cielo' (Espasa) estás crónicas históricas con una nueva mirada sobre el desastre del 98 y el episodio de 'Los últimos de Filipinas'. Una pérdida, la del territorio de ultramar, que vuelve a planear sobre el presente con el problema territorial de Cataluña.

¿Qué le atrajo para volver a la historia de 'Los últimos de Filipinas'?

Pretendo hacer unos 'Episodios nacionales' de la España del siglo XX y el desastre del 98 fue el detonante. La historia de Filipinas es más desconocida que la de Cuba y me apetecía escribir una novela de aventuras.

En Filipinas se ha perdido incluso el idioma castellano.

Queda muy poco de España en Filipinas, lo que por otra parte lo hacía más atractivo. En lo desconocido está muchas veces la inspiración para el escritor y el interés para el lector.

La novela elimina el tono patriotero que tuvo esta historia tiempo atrás.

Con respecto a 'Los últimos de Filipinas', que me parece una buena película, la novela cuenta la historia de manera diferente e incorpora personajes distintos. De hecho, el asedio de Baler solo ocupa un tercio de la novela. Lo que hay es una reflexión patriótica porque es muy del 98. Tanto las razones por la que España entró en decadencia como la maldición con los malos gobernantes.

¿Seguimos con esa maldición?

Nos hemos convertido en una nación que ha perdido su sentido histórico y su estrella, por lo que ha empezado a degenerar. Toda la historia del XIX español es penosa y el XX no ha mejorado. Sin un rumbo, la política se convierte en pura administración, es decir, una cosa mediocre en el mejor de los casos o en un latrocinio en el peor. Este último es nuestro caso.

No hemos cambiado mucho. En el 98 se perdieron las colonias y hoy está en peligro la unidad de España con el desafío nacionalista.

Es una similitud evidente porque Filipinas eran tan española como hoy es Cataluña y se perdió. Cataluña también se puede perder.

¿Y podemos aprender algo del 98?

Los personajes de mi novela, tanto los militares como los eclesiásticos, son conscientes de que sus superiores son gente deplorable y corrupta, pero también de que existe un bien más alto y merece la pena seguir luchando. En momentos de desanimo como el presente en el que los políticos son un club con tarjetas opacas con las que saquean nuestros ahorros hay que pensar que hay bienes más altos. No podemos caer en el desaliento porque eso es lo que beneficia a los que están corrompidos para seguir con sus latrocinios.

¿Y qué podemos aplicar para no perder Cataluña?

El programa nacionalista es un veneno. Pero también tendríamos que mirar sin con Cataluña se han cometido errores en los siglos XIX y XX, primero con el centralismo que rompe la diversidad histórica de los pueblos de España y luego con el autonomismo y el café para todos que no reconoce las diferencias históricas de cada región. Ese afan del igualitarismo ha sido contraproducente y las autonomías han favorecido la desnacionalización de España.

¿Y ve alguna salida a la situación?

De manera inmediata y mágica, no. Habría que romper esta dinámica del odio e instaurar una del amor. Esto no será de la noche a la mañana y, en ultima instancia, España tiene que resultarle atractiva a Cataluña. A la hora de abogar por seguir unidos, España siempre recurre a los argumentos económicos y es grotesco. Los proyectos en común no se fundan sobre el dinero sino sobre elementos más consistentes y fuertes.

Otro tema de fondo de la novela es la incomunicación. Hoy día parece imposible que se diera esta situación de aislamiento a no ser que fuera por la saturación de información...

En la novela tiene mucha importancia la incomunicación. Primero los soldados no saben que ha estallado la guerra hasta que la tienen encima y, cuando permanecen sitiados, resisten durante meses sin saber que Filipinas ya no es española. Hoy viviríamos la situación contraria. A la décima de segundo recibiríamos un tuit con la declaración de guerra, pero inmediatamente llegaría otro que lo desmentiría y al siguiente otro que negaría el desmentido... Recibiríamos cientos de tuits y al final nuestra cabeza estallaría y no sabría si se ha producido la revuelta o no. Hemos pasado de la carencia a la saturación y ambas son enfermedades terribles. Uno de los rasgos de nuestra época es que somos incapaces de asimilar la información, meditarla e interpretarla para saber que nos sucede.

Usted recibió el Premio Planeta por 'La tempestad' con 27 años...

Tenía 26. Me faltaba un mes para cumplirlos.

¿Cómo se digiere el éxito tan pronto?

Es difícil. Además, en aquella época el Premio Planeta era la leche. Ahora veo la decadencia del mercado editorial y me quedo pasmado de lo que era aquel galardón cuando lo gané. Por fortuna, siempre tuve muy clara mi vocación. No era la de famoso ni la de tío chipiguay, sino la de un escritor que tiene un compromiso con su tiempo y eso implica caerle mal a mucha gente. Con mis altibajos porque todos somos seres humanos con debilidades. La fama es una enfermedad que se pasa pronto y, después del éxito, lo que queda es una persona que entra en su casa y decide si se dedica a trabajar o a hacer el gilipollas.

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