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Mari Carmen Jaime
Sábado, 30 de agosto 2014, 01:21
"Siempre hemos tenido inquietud, queríamos que la tradición del esparto no desapareciese", apunta Remedios Leiva, una vecina que Mijas Pueblo que, junto a casi una decena de amigas y vecinas más, decidió crear un grupo de aprendizaje que desarrollase junto al último artesano de este oficio de la localidad, y probablemente uno de los últimos de la Costa del Sol Occidental, Francisco Moreno. Tras muchas horas de trabajo, heridas y arañazos incluidos, en la actualidad se puede decir que este tradicional oficio masculino tendrá continuidad en el futuro gracias a numerosas mijeñas.
La primera complejidad que presenta esta técnica tiene que ver, además de con la recolección de materia prima (se necesita de un permiso especial para su recogida en la sierra, lo que obliga a los artesanos a comprarla en espacios autorizados), es el importante esfuerzo físico que debe realizar el artesano o artesana en esta ocasón. Y es que, como reconoce Eugenia García, integrante de este grupo de alumnas, "coser tejidos vegetales y darles forma requiere un gran esfuerzo". En el caso de esta dependienta de 36 años, hasta se ha planteado iniciar una actividad comercial como artesana tras manejar el oficio, y que ya participa en mercados organizados bajo el plan municipal de impulso al tejido económico local, 'Hecho en Mijas'. "Hay quien no valora el trabajo que requiere hacer un cesto con forma de gallina o la cabeza de un burro, pero los extranjeros sí que se quedan maravillados con objetos tan curiosos como útiles", explica mientras señala un bolso con forma de alforja similar a las que, hace décadas, servían a campesinos para transportar sus aperos a lomos de un burro.
No es la única que ha apostado por dar un uso comercial al resultado de sus clases, que desarrollan varias veces por semana y que son, como no puede ser de otra manera, eminentemente prácticas. Este es el caso de la propia Leiva, que regenta una heladería con algunos objetos artesanos en calle San Sebastián, en el corazón de Mijas Pueblo. "Aprovecho el tiempo libre entre llegada de clientes para trabajar en las decoraciones más vendidas". Una de las situaciones más curiosas que se ha encontrado tiene que ver con el interés que cabezas de borrego, de burros o cestas de pleita generan entre los turistas japoneses "pero que en muchos casos no pueden transportar porque tienen problemas en las aduanas", lamenta esta empresaria.
La escasa rentabilidad de esta artesanía no es impedimento para que estas mujeres sigan aprendiendo de la mano de Francisco quien, como su propio alumnado destaca "está encantado de enseñar un oficio que podía perderse". Y al igual que si fuera una cadena de favores, que una decena de mijeñas conozcan estas técnicas permite que, al tiempo que siguen trabajando en nuevos objetos como un burro taxi a escala, ellas mismas se conviertan en maestras de otras personas con interés por el esparto, como han hecho ya estas mujeres con miembros de su familia y amigos.
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