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Reinos de humo

El poder de una lapa

Benjamín Lana

Viernes, 28 de Julio 2023, 10:02h

Tiempo de lectura: 1 min

Hay pocos productos del mar más humildes que una lapa. Sus primas las ostras reinan en las mesas de los palacios y hasta los modestos mejillones levantan pasiones cuando el escabeche los acompaña. Pero las pobres lapas viven sus vidas de cenicienta pegadas a las rocas, sabedoras de que no despertarán el hambre de casi ningún humano. No sé por qué, pero yo las imagino melancólicas, con esa vida entre olas y espumas cuando la marea está alta y acechan los cabrachos, y cerradas fuertemente contra la roca cuando quedan al descubierto, sin otro modo de defensa que el de pasar inadvertidas.

Hace mucho que desaparecieron las ostras y los percebes de muchas costas, pero ahí siguen las lapas

Hace mucho que desaparecieron las ostras y los percebes de muchas costas, pero ahí siguen las lapas, dueñas del territorio. No hay tantos sitios donde el grueso de la población las coma con ganas. Me vienen a la mente Canarias y Asturias y poco más. Pertenecen a las cocinas de otros tiempos, a la de la memoria y a la del hambre, las que encontraban acomodo a cualquier proteína disponible.

Hace unos días las cenicientas del mar tuvieron en Tenerife su gran noche de zapatos de cristal, no por el lujo del restaurante en el que se sirvieron, sino por la emoción que detonaron en algunas personas.

En una de las cenas del Encuentro de los Mares aparecieron las lapas negras con su mojo, con esa mordida tersa pero no dura que la mayoría rechaza y unos pocos amamos. Uno de los comensales, Aitor Arregi, enfocó la mirada en las lapas y empezó a comer una tras otra. «¿Tanto te gustan?», le pregunté. Se quedó parado un segundo y dijo: «Es que me han recordado a mi padre». Y siguió comiendo hasta terminarse el plato.