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Cinelandias 'Frankenstein', el frenesí desquiciado del científico que gritó: «¡Ahora sé lo que se siente al ser Dios!»

La atmósfera sublime de este cuento de hadas fúnebre de James Whale y la interpretación, conmovedora y brutal, de Boris Karloff hicieron de Frankenstein el mayor éxito de los estudios Universal en toda su historia.

Viernes, 25 de Agosto 2023, 10:05h

Tiempo de lectura: 4 min

Tras el éxito apoteósico del Drácula (1931) de Tod Browning, Carl Laemmle Jr., productor de la Universal, decidirá seguir explotando el venero del 'cine de monstruos' con una adaptación del Frankenstein de Mary Shelley. Laemmle encarga en un principio el proyecto a Robert Florey, un joven cineasta de formación francesa que había hecho sus pinitos en el cine de vanguardia. Florey tenía la encomienda de imitar la estética expresionista de las películas alemanas (en la línea de El gabinete del doctor Caligari) y de acondicionar el papel del monstruo de Frankenstein a la personalidad de Bela Lugosi, por entonces erigido en estrella indiscutida del género.

No sabemos a ciencia cierta si fue el propio Lugosi quien desdeñó el papel, tras comprobar que carecía de diálogo y que el maquillaje exigido apenas permitía distinguir su fisonomía, o si fue el propio Laemmle quien lo descartó, tras visionar unas pruebas; el caso es que Lugosi fue apartado del proyecto, y con él el prometedor Florey, quien hubo de conformarse con dirigir, a modo de consolación, la nada desdeñable Los crímenes de la Rue Morgue (1932).

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Una gran pareja. Boris Karloff y director James Whale, en el set de rodaje. Formaron una dúo inigualable. Cuatro años después, rodaron La novia de Frankenstein, película de la que ahora Netflix está ya preparando un remake, con Christian Bale y Maggie Gyllenhaal como protagonistas.

Laemmle contratará entonces al británico James Whale (1889-1957), un elegante intelectual, tan sensible como esquinado, especializado en adaptaciones literarias, como había probado en su reciente El puente de Waterloo (1930). El resultado sería tan satisfactorio que Whale llegaría a convertirse en uno de los directores más apreciados por Laemmle, que le confiaría los proyectos más ambiciosos de su compañía, desde El caserón de las sombras (1932) a La novia de Frankenstein (1935), sin olvidar El hombre invisible (1933), otorgándole además una autonomía en su quehacer insólita en el férreo régimen de estudios.

Sólo en la semana del estreno, la película recaudó el cuádruple del presupuesto invertido y convirtió a Boris Karloff en una estrella rutilante de la noche a la mañana

Whale no fue, sin embargo, el único talento que convergería en el proyecto. El maquillaje que Jack Pierce diseñó para el monstruo, a la vez tremebundo y de un naturalismo atroz, alcanzaría enseguida rango de icono máximo del cine fantástico, como le ocurrió al actor ya cuarentón que Whale eligió para soportarlo, el también británico Boris Karloff, hasta entonces relegado a papeles secundarios o de comparsa.

La composición que Karloff hizo de la criatura revolucionaría por completo su carrera, que ya nunca pudo desligarse de aquella creación genial e imperecedera. Colin Clive, un actor de físico torturado y un tanto agrio, encarnaría a Henry Frankenstein, el científico obsesionado por emular a Dios; y Dwight Frye (el Renfield de Drácula) incorporaría a su galería de personajes psicopáticos al jorobado Fritz, encargado por el doctor Frankenstein de robar cadáveres de los cementerios. Un error fatídico de Fritz, que roba de la universidad el cerebro de un criminal tarado, en lugar del cerebro de una persona sana que Frankenstein le había solicitado, provocará la tragedia.

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La prometida. Mae Clarke —que interpretó a Elizabeth, la prometida del científico— y Boris Karloff en una secuencia de la película.

Mientras el afanoso científico permanece encerrado en su laboratorio –un portentoso decorado, entre futurista y gótico, diseñado por Frank Grove, Kenneth Strickfaden y Raymond Lindsay que durante décadas seguiría siendo utilizado–, su prometida Elizabeth (Mae Clarke) y su antiguo profesor, el doctor Waldman (Edward Van Sloan), deciden trasladarse al inhóspito lugar, justo a tiempo de presenciar la 'resurrección' de la criatura que Frankenstein ha creado, a modo de rompecabezas humano, en medio de una gran tormenta eléctrica.

La secuencia, de gran fuerza compositiva (con la camilla donde yace la criatura descendiendo desde el techo del laboratorio), culmina con unas palabras de Colin Clive, exultantes y poseídas de un frenesí desquiciado, que en su día fueron amputadas por la censura: «It's alive! It's alive! In the name of God, now I know what it feels like to be God!» ['¡Está vivo! ¡Está vivo! En el nombre de Dios, ¡ahora sé lo que se siente al ser Dios!].

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Un juego monstruoso. La escena quizá más divulgada y estremecedoramente poética, en la que el monstruo arroja a un lago a la pequeña María (Marylin Harris), después de haber jugado con ella en la orilla, fue amputada de la versión original.

También lo fue la escena quizá más divulgada y estremecedoramente poética, en la que el monstruo arroja a un lago a la pequeña María (Marylin Harris), después de haber jugado con ella en la orilla (amputación de la que Boris Karloff se congratuló, temeroso de que la escena le ganase la enemiga del público más sugestionable).

La atmósfera sublime de la película, como de pesadilla gótica o cuento de hadas fúnebre, así como la interpretación de Karloff, a la vez conmovedora y brutal, hicieron de Frankenstein el mayor éxito hasta la fecha de la Universal, que sólo en la semana del estreno llegaría a recaudar una cantidad que cuadruplicaba el presupuesto invertido, convirtiendo a Karloff en una estrella rutilante de la noche a la mañana. Por supuesto, Carl Laemmle Jr. quiso prolongar la apoteosis con una secuela, pero James Whale, que era hombre poco amigo de las prisas y mucho menos de las 'segundas partes', se resistiría hasta 1935. Pero esa es ya otra historia…


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