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Ilustración: R. Parrado
Seamos sinceros: se nos ha olvidado mucho de lo que aprendimos en la escuela

Seamos sinceros: se nos ha olvidado mucho de lo que aprendimos en la escuela

El confinamiento ha dejado claro que las tareas de los niños pueden derrotar a muchos padres, pero los expertos nos tranquilizan: «No debemos sentirnos culpables, porque eso no significa que el colegio no nos sirviese de nada»

CARLOS BENITO

Domingo, 24 de mayo 2020

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El confinamiento, al trasladar las clases escolares al entorno doméstico, ha dado lugar a un triste fenómeno con dos vertientes. Por un lado, muchos padres se han vuelto dolorosamente conscientes de lo poco que dominan las materias que están aprendiendo sus hijos. Por otro, los niños y adolescentes se han dado cuenta de que los adultos suelen tener entre muy poca idea y ninguna de esas asignaturas a las que dan tanta importancia. El otro día lo resumió en una tira el historietista argentino Liniers: «2020, el año en que la mayoría de los niños descubrieron que sus padres no saben matemática», dice el texto que acompaña a la imagen de un progenitor derrotado por los ejercicios del cole.

En realidad, la aflicción de los padres es más compleja: no solo hemos olvidado la mayor parte de lo que aprendimos en el colegio y el instituto, sino que nuestra memoria conserva fragmentos inútiles de información, como escombros o restos de un naufragio que nos recuerdan el antiguo esplendor de nuestros conocimientos. Sabemos que un día supimos, y en los desvanes de nuestro cerebro quedan vestigios de aquellos tiempos: ¿a qué río afluían el Záncara y el Cigüela, qué medía el mol, de qué mineral se extraía el estaño, qué rey iba después de Felipe IV? ¡Lo supimos! Por supuesto, esto es una generalización: hay personas que han seguido manejando esos conceptos (y también portentosos jugadores de 'Trivial' y concursantes de 'Saber y ganar') que ahora tienen esa información siempre a mano en un cajón accesible de su mente. Pero también existen estudios desoladores: la Universidad de Lancaster hizo una prueba con algo tan básico como ubicar partes del cuerpo y comprobó que solo el 15% de los adultos sabía situar las glándulas suprarrenales (en español es más fácil, porque el propio nombre nos indica que están encima de los riñones). La autora británica Caroline Taggart logró un 'best-seller' hace doce años con 'Yo lo sabía', una miscelánea de esos conocimientos que nos avergüenza haber perdido, y su ronda de promoción le permitió comprobar lo extendidas que están estas carencias: «Las radios salían a la calle a preguntar a la gente. 'Ah, sí, Pitágoras, tenía algo que ver con los triángulos, ¿verdad?', respondían, pero muchos no recordaban los detalles a menos que fuesen matemáticos o ingenieros», relata a este periódico.

Podemos acudir en busca de consuelo al educador estadounidense Daniel T. Willingham, que sostiene que infravaloramos la huella que nos dejó la escuela: si nos pusiésemos a estudiar esas materias borrosas, asegura, nos daríamos cuenta de que nos cuesta menos «reaprender» conocimientos que adquirirlos desde cero. Además, destaca que manejamos a diario con toda naturalidad nociones que nos inculcaron en el cole, sin pensar siquiera en que las aprendimos allí, y solo nos ponemos a reflexionar sobre esta cuestión cuando nuestro archivo mental falla.

Para muchos adultos, las matemáticas son la expresión más abrumadora de esta pérdida: la trigonometría o las ecuaciones de segundo grado se han vuelto desconcertantes galimatías, calcular una raíz cuadrada con papel y boli es un reto aterrador, ¡hasta hay gente a la que le cuesta dividir por dos cifras! «El hecho de que la matemática sea un lenguaje simbólico añade cierta dificultad. También se nos han olvidado cosas de Historia o Lengua, pero nos ponemos a leer y relacionamos mejor. Las matemáticas requieren una puesta en marcha: los paréntesis, la jerarquía de operaciones... No creo que debamos sentirnos mal por lo que hemos olvidado, pero sí hay que tener buena disposición, no temer a las matemáticas ni transmitir rechazo por ellas, sino favorecer el acercamiento e integrarlas en la cultura», plantea Claudia Lázaro, de la Federación Española de Sociedades de Profesores de Matemáticas. A su juicio, los adultos deberíamos tener «unas competencias básicas» que abarcasen hasta la ESO.

Un estudio sometió a alumnos de último curso de universidad a exámenes de primero de ESO y las calificaciones fueron descorazonadoras: el 75% suspendió la prueba de ciencias y el 51% se estrelló en la de letras.

Pero lo cierto es que, si nos pusiesen delante un examen de ESO, los resultados serían seguramente catastróficos. Hace un par de décadas, una investigación de la Universidad de Málaga (a cargo de los catedráticos José Manuel Esteve y Julio Vera) hizo precisamente eso: sometió a alumnos de último curso de universidad a pruebas de primero de ESO, y las calificaciones fueron descorazonadoras: el 75% suspendió el examen de ciencias (en la Facultad de Ciencias, fueron el 60%) y el 51% se estrelló en el de letras. Aquel estudio quedó recogido en el libro 'Un examen a la cultura escolar', que cuestionaba el sentido de las pruebas memorísticas.

Hambre de cultura

«La educación no consiste solamente en aprender conocimientos, implica un desarrollo integral de la persona a nivel cognitivo, emocional, moral, motor... No debemos sentirnos culpables por olvidar, ya que todo lo que no se usa se olvida –explica Julio Vera–. Eso no quiere decir que todo lo que aprendimos no haya servido para nada, sería una conclusión completamente errónea. Todo lo que hicimos a lo largo de nuestra escolaridad nos ha servido para desarrollar nuestras capacidades. Estudiar nos ayudó a desarrollar nuestra capacidad de reflexión, de comparación, de análisis, de crítica. Nos ayudó a valorar la importancia del conocimiento, del esfuerzo, del placer de conocer cosas nuevas». El catedrático de la Universidad de Málaga establece una comparación con las personas que dejan de ir al gimnasio: puede que olviden algunos ejercicios, pero estarán más sanas que si no hubieran ido y habrán entendido la importancia de mantenerse en forma. «Los padres deben ayudar a los hijos inculcándoles el gusto por aprender y reforzando su autoestima –argumenta Vera–. Es más importante que estar capacitados para responder a preguntas concretas. Esto último lo hace mejor un buscador de internet. El hambre biológica viene sola, el hambre por la cultura se inculca, se transmite, se contagia, como el afecto, como el entusiasmo. El conocimiento se puede comprar; el respeto o el entusiasmo, que yo sepa, no».

Al final, quizá por sacudirnos responsabilidades de encima, solemos culpar de nuestros olvidos a la educación que recibimos. Al tratar sobre estos temas, hay una frase de referencia difícil de evitar, que muchos suelen atribuir a Einstein pero en realidad es de origen desconocido: «La educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela». ¿Quizá todo esto es un indicador de que hay que cambiar el sistema? «El sistema educativo tradicional ha estado basado en conceptos y no en capacidades y actitudes, y eso hace que gran parte de los contenidos que hemos aprendido hayan sido repetitivos o poco prácticos para nuestro día a día –argumenta María Esther Galicia, docente y presidenta de la asociación de pedagogos Paideia–. Es cierto que esto nos debería hacer pensar en que es necesaria una revolución educativa, para que se actualice y se acerque a las necesidades reales de un mundo que cambia en 24 horas. Pero eso es a nivel normativo, a nivel político. Cuando te acercas a las escuelas e institutos, te das cuenta de que esa revolución ya se está haciendo, dentro de unas limitaciones de las que no nos podemos olvidar. El sistema educativo debe estar en continuo cambio y eso es algo que los docentes españoles ya hacen día a día».

En el mismo sentido se pronuncia Julio Vera: «Hay que seguir apoyando al buen profesorado, que es la mayoría, en sus esfuerzos por mejorar la educación, un poco más cada día. La educación ha cambiado mucho y todavía debe cambiar mucho más. No podemos seguir pensando que aprender es saber y que saber es sólo memorizar. El amor no se olvida, se olvidan algunas de las personas que nos ayudaron a empezar a sentirlo. El gusto por la literatura no se olvida, lo que se olvidan son los nombres de algunos autores u obras». Otra cosa, claro, es que nuestros hijos se conformen con ese discurso al descubrir que no sabemos ni por dónde nos da el aire con sus tareas de matemáticas.

A prueba

He aquí ocho preguntas que abarcan de 4º de Primaria a 4º de ESO. Un estudiante diría que son muy fáciles.

1. Naturaleza. ¿Cuáles son las capas de la geosfera?

2. Matemáticas. ¿Cuál es la superficie de cada uno de los triángulos que aparecen al trazar la diagonal de un romboide de 10 cm de base y 4 cm de altura?

3. Geografía. ¿Cuáles de estos ríos no pertenecen a la vertiente ártica? Pechora, Volga, Danubio, Dvina Septentrional, Dniéper.

4. Lengua y Literatura. ¿Qué es una sinalefa?

5. Historia. ¿Quiénes fueron los reyes de la Casa de Austria en España?

6. Física y Química. ¿Qué es un mol?

7. Matemáticas. Coge papel y bolígrafo y calcula el máximo común divisor y el mínimo común múltiplo de 72 y 108.

8. Física y Química. Sabemos que un átomo de cierto elemento tiene 23 protones, 23 electrones y 25 neutrones. ¿Cuál será su número atómico?

Respuestas:

1: Corteza, manto y núcleo. 2: 20 centímetros cuadrados. 3: El Volga, el Danubio y el Dniéper no pertenecen a la vertiente ártica. 4: Unión en una sola sílaba de la última sílaba de una palabra terminada en vocal y la primera de la siguiente, si esta a su vez empieza por vocal. 5: Carlos I, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II. 6: La unidad con que se mide la cantidad de sustancia. 7: 36 y 216. 8: 23.

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