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PABLO ARANDA
Martes, 29 de abril 2014, 13:03
A finales del siglo XIX, el Consulado Alemán en Málaga se situó en una casona noble de una calle que recuperó la ciudad tras las desamortizaciones que se sucedieron en dicho siglo y que despojaron de numerosos bienes a la iglesia. Antes, a esta calle se accedía desde la plaza de la Victoria atravesando una gran puerta, pues la calle había sido la vía de acceso al Santuario de la Victoria y formaba parte del mismo. Abierta la calle, ya pública, se llamó calle de Alfonso XII -en honor al rey que visitaría la ciudad unos años después y que moriría en seguida, a los 27 años (aunque le dio tiempo a tener dos mujeres y tres hijos)- pero con la llegada de la república se cambió el nombre de la calle, a partir de entonces sería calle Compás de la Victoria, nombre que ya nos suena un poco más. Cuando terminemos de disfrutar nuestro paseo por el Compás de la Victoria podemos acercarnos a Nerja y fotografiarnos con Alfonso XII, pues el terremoto cuyos efectos hizo que viniese a Málaga afectó sobre todo a la zona de la Axarquía, y una escultura de bronce recuerda que estuvo la real presencia allí y que fue este rey quien propuso el nombre de Balcón de Europa a la formidable plaza sobre el mar. El rey Alfonso Xll, por cierto, murió de una tuberculosis que pudo haber cogido en su viaje a Málaga cuando vino para visitar los desastres de aquel funesto terremoto.
Barrio de chupa y tira
El aspecto actual de muchas de las casas de esta calle es cercano al de entonces, aunque ahora aparece roto por algunos edificios que destrozan la altura y el paisaje de otra época. El palacete donde estuvo el Consulado Alemán fue restaurado recientemente y alberga ahora el restaurante Montana donde, en los salones que rodean el gran patio y su jardín, puede uno comer como un rey. La crisis ha hecho que este restaurante, como otros de su misma categoría, asuman que quedan menos reyes y han buscado fórmulas para que el bolsillo no se duela más de la cuenta. En esta calle nueva, y las de alrededor, se establecieron funcionarios que querían ser burgueses, pero que no eran tan burgueses como para hacerse un palacete al otro lado de las murallas del este, en la zona de Paseo de Sancha y El Limonar, donde se establecieron los propietarios de las fábricas del oeste. Estos del Compás de la Victoria eran burgueses medios, o bajitos, y funcionarios de la administración que en los tiempos difíciles se comportaban como aquel hidalgo que acogió al Lazarillo de Tormes, el que se echaba migas de pan en la barba para que la gente creyese que había comido, aunque pasaba hambre, y por eso el barrio era conocido -aún lo es para muchos- como el barrio de chupa y tira, en alusión a las almejas que constituían el alimento principal de la población, un producto entonces muy barato. Al referirse a este barrio como el «de chupa y tira» se buscaba hacer una burla de lo pretencioso del comportamiento.
Recuerdos
La heladería Mira, muy cerca del Montana, es posterior a la llegada del rey Alfonso XII, aunque lleva ahí desde siempre, con sus paredes pistacho, su helado de turrón y sus dependientas vestidas de negro. En la esquina está Samoa, donde mi tía abuela me llevó una tarde a comer un dulce y yo lo habría de recordar muchos años después, gracias a Dios no frente al pelotón de fusilamiento, y si cojo la senda de los recuerdos llego al cine Zayla, subiendo el Camino Nuevo, que también tenía nombre de isla del sudeste asiático, donde mi madre me llevó al cine por primera vez, una de Bud Spencer y Terence Hill, no habría otra, pero lo que me reí. Bud Spencer y Terence Hill son, a pesar de los nombres, italianos, y se conocieron en Almería rodando un spaguetti western. Pero bajemos el Camino Nuevo, dejemos a la izquierda la iglesia de San Lázaro, o mejor no la dejemos y aprovechemos ya que estamos aquí para asomarnos: conmueve la sencillez de esta iglesia que no casa con los exagerados adornos de otros templos (este contaría con la sabia aprobación de Lutero), conmueve el recogimiento, el ruido de la ciudad aquí amortiguado. Empujemos la pesada puerta y, recompuestos, salgamos al mundanal ruido, torzamos a la derecha al llegar al Jardín de los Monos, y resituémonos en el Compás de la Victoria, donde estábamos nada menos que tomando un helado (de turrón). Desde allí, el Compás de la Victoria nos guía la vista hasta la fachada del santuario, que no está centrada con la calle y las escalinatas juegan con la perspectiva para escalonar derecho donde la vista confirma que está torcido.
El santuario
El templo barroco está situado donde se emplazó el cuartel general de los Reyes Católicos en el asedio a la Málaga musulmana, que acabó cayendo en 1487. En realidad hubo dos cuarteles generales, pues Isabel y Fernando emplazaron sus reales tiendas en lugares diferentes (estas parejas modernas) y aquí estuvo el del rey Fernando, que llegó primero. La victoria se debió a la virgen, confirmaron los reyes, por eso la talla a la que le rezaba el rey fue llamada Santa María de la Victoria y se convirtió en la patrona de la ciudad. La imagen la había traído el rey Fernando consigo. Se la había enviado desde Flandes el emperador Maximiliano, padre de Felipe ll, y el rey Fernando la mantuvo con él durante los más de tres sangrientos meses de asedio a la penúltima gran ciudad musulmana. La iglesia fue construida para acoger a la Virgen y constituye un buen ejemplo del barroco del siglo XVIII (ya sé que no salen las cuentas, es que fue reconstruida en gran parte en 1700). La capilla fue cedida al cuidado de los Frailes Mínimos, que ya habían visitado la imagen durante el asedio a Málaga y que incluso profetizaron al rey Fernando que en tres días conquistaría la ciudad. Los Mínimos, que eran grandes, fundaron allí un convento que hoy es el Hospital Pascual y que antes fue el Hospital Militar. Dejó de ser convento para ser hospital con las desamortizaciones por las que también la vía de acceso al santuario pasó a ser calle de la ciudad. Los jardines de Alfonso XII fueron la huerta del convento, y hoy acogen la jauría de chiquillos del barrio, que se reparten entre las escalinatas -más dadas a los reyes de las piruetas en bici y monopatín- y los jardines que también dan a calle Amargura, que si la seguimos hasta el final nos lleva hasta el seminario. Artísticamente, lo más importante de la iglesia es el claustro y el camarín, con tres niveles donde se sitúan la cripta y la sacristía. Aquí se encuentra la talla de la Virgen de la Victoria. Otras imágenes importantes, y procesionadas en Semana Santa, son el Cristo del Amor y la Dolorosa, ambas en la capilla del Cristo del Amor. El Cristo del Amor acompaña a la Virgen de la Caridad por las calles del barrio el Viernes Santo. En el retablo del Santuario destacan la recreación de imágenes de la vida de Francisco de Paula, que no era un torero como comenta un señor con el que coincido ante un café sino un santo contemporáneo a los reyes católicos, de la región de Nápoles, como Bud Spencer, el del Zayla. Francisco de Paula fue el fundador de la Orden de los Mínimos.
Otros templos
Para mínima, exquisítamente mínima, la ermita profana que hay en la esquina del Compás de la Victoria, La Comba, un pequeño local que atiende seis o siete mesas bajo los naranjos de la calle y donde el plato estrella no es un plato sino un trozo de papel de estraza: los (gloriosos) cartuchos de pescado. Es curioso que siendo tan populares en lugares como Sevilla, en Málaga, con tanto pescado, apenas hayan proliferado. Pues aquí sí que están, y en los anocheceres de buen tiempo, una cerveza fresca y un cartucho de pescado frito bajo un naranjo, con la sombra del santuario al otro lado de la calle, también nos permite comer como unos reyes. A lo mejor hay pescado pero no papel de estraza, habrá que negociar entonces con los sevillanos. Ya ha cerrado el restaurante cántabro Cueva de Corocota, que estaba justo al lado de La Comba y al que muchos llamaban Cueva de Cocorota, claro, donde comer carnes, y ahora han abierto un restaurante italiano del que espero poder hablar pronto. En la esquina opuesta hay un bar restaurante de nombre andaluzado, Er Compá, pero de origen italiano. Un lugar para tomarnos un vino siciliano y comer lo que haya preparado Beppe, el cocinero de Vicenza, una ciudad del norte de Italia, Patrimonio de la Humanidad. Cerca de allí nació Terence Hill, no sé si ya hemos hablado de él.
Alrededores
En la parte de atrás de la manzana está el final de calle Cristo, que en realidad se llama Cristo de la Epidemia, ya hablaremos detenidamente de ella, y a esa altura nos encontramos con El caracol, el bar madrugador del barrio, y justo encima vivía Pierre, quien me pidió hace veinte años que le enseñase español pero él ya sabía. En esta parte estrecha de calle Cristo, este embudo que lleva al encantador Jardín de los Monos con sus encantadoras esculturas infantiles, las niñas de bronce del escultor Marino Amaya, jugando solas con una tristeza y una belleza infinitas, en esta parte estrecha de calle Cristo, también hay una de las herboristerías más antiguas de la ciudad, Aloe, donde venden productos ecológicos frescos. Junto a Aloe han (re) abierto Los Culitos, también con cartuchos. Más arriba, donde se ensancha calle Cristo, pasado el restaurante Nerva que es una de las grandes referencias del barrio, donde la buena comida y el agradable trato cercano están asegurados (creo que ese gazpachuelo es pecado), más arriba del restaurante Nerva que está hermanado con el Dom Vinos de Fuente Olletas, Cristina atiende otra Herboristería, La Buena Hierba, constatando la fuerza comercial de esta zona cercana al centro.
Pero no nos desviemos. Apenas hemos hablado de una calle, una calle corta, pero qué juego da. Una calle que perteneció a los arrabales, a la parte de la ciudad que quedaba fuera de las murallas. Una calle nueva, aunque no lo sea. Un lugar que merece una parada. O dos. Un lugar real, donde sentirnos reyes.
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