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JUAN CANO
Martes, 5 de febrero 2013, 08:19
Los dos niños estaban tumbados en el sofá, inconscientes. La madre, que yacía sobre la cama, tampoco respondía. «Pensé: 'Si caigo yo, caemos todos'», afirma el padre, Daniel Fernández. Con los arrestos que le quedaban, cogió el móvil y marcó el 112. «Si mi marido no llama, por la mañana nos encuentran a todos muertos», apostilla Mariola López.
Una patrulla de la Policía Local encontró a Daniel en el quicio de la puerta. Casi no se tenía en pie. Su mujer y sus dos hijos, de tres y diez años, habían perdido el conocimiento. Entonces no lo sabían, pero habían sufrido una intoxicación aguda por inhalar monóxido de carbono debido a la mala combustión del termo. «Lo llaman la muerte dulce», apunta el padre, que tiene 40 años. «Sientes un fuerte dolor de cabeza y piensas: 'Me acuesto'. Eso es lo peor que puedes hacer».
Llegaron a casa sobre las nueve de la noche. Cenaron. «Al terminar, empezaron a ponernos malos», relata Mariola, de 36 años. «Mi hijo pequeño se desmayó y se cayó al suelo. Tenía los labios y la cara blanca, como un cadáver. El grande me decía: 'Mamá, me duele mucho la cabeza'. Yo empecé a sentirme mareada, cada vez más. Le comenté a mi marido: 'Que me muero, Dani, que me muero'. La sensación era esa. Me estaba muriendo».
«Vi que pasaba algo»
Mariola también se desvaneció. «Él estaba en el salón con mi hijo pequeño y al oír el golpe vino al dormitorio y me encontró en el suelo. Me subió como pudo a la cama, aunque le costó mucho porque yo era un peso muerto», cuenta la mujer. «Al verla a ella tan blanca y con los ojos vueltos -prosigue el marido- me di cuenta de que estaba pasando algo malo».
Los agentes que acudieron en su auxilio apreciaron que el ambiente estaba cargado, por lo que abrieron todas las puertas y las ventanas del domicilio, un cuarto piso en un bloque de la calle Lágrima, en la zona de Ciudad Jardín. A continuación, cortaron el suministro del gas y pidieron varias ambulancias. «Hubo que subir bombonas de oxígeno a la casa para que lo inhalaran y se recuperaran. Estuvieron casi una hora», aseguran fuentes policiales.
Los menores quedaron ingresados en el Hospital Materno, ya que presentaban niveles muy altos de monóxido en la sangre. «Mi analítica también salió bastante mal, iba cargadita. Por lo visto cuando te desmayas es que la concentración es muy grande», apostilla Mariola. La pierna izquierda le dolía a rabiar. Las pruebas médicas revelaron que, en el caída, había sufrido una fractura de tibia y peroné. «He tenido que operarme», añade ella.
La culpa de todo la tuvo un viejo termo con 12 años de antigüedad, instalado en la cocina. «Yo ya estaba mal desde hacía varios meses. Sufría unos dolores de cabeza que no eran normales, incluso llegué a estar ingresada y me hicieron un escáner porque no sabíamos a qué se debían», cuenta la mujer. «Cuando a mí me pasaba eso, mis niños también empezaban a encontrarse mal, con vómitos y náuseas. Mi marido decía: 'Qué casualidad, te pones mala tú y los demás vamos detrás'. Pensábamos que sería un virus».
De hecho, ante la ausencia de una explicación clínica, Daniel llegó a sospechar del termo: «Busqué en Internet pero no encontré nada de la llama». Él aún no sabía que esta debe ser de color azulado; si es rojiza o anaranjada, significa que la combustión no es buena y está liberando monóxido. Se ha hecho un experto a la fuerza: «Ahora he instalado uno especial para interior, con una turbina que mantiene el extractor de aire. Me ha costado unos 400 euros, casi el triple de lo normal». Para él, las revisiones periódicas, cada cinco años, no son suficientes; en ese periodo «te puedes morir fácilmente», dice. Su mujer, a modo de consejo, sentencia: «Que vigilen el termo y lo revisen, que pensamos que eso no se estropea... ». A ellos casi les cuesta la vida.
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