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ÁNGEL ESCALERA
Viernes, 6 de julio 2012, 03:38
La vocación por la medicina ha sido el eje de la vida profesional de Luis Aguilera Martínez. Una dolencia cardiaca le obligó el año pasado a jubilarse por incapacidad laboral y a dejar su puesto de jefe de la unidad de cadera del Hospital Clínico Universitario. Esta noche, en el restaurante Candado Beach, se le dará un merecido homenaje. Nacido en Benalúa, un pequeño pueblo de Granada, el doctor Aguilera ha desarrollado en Málaga toda su carrera como especialista en cirugía ortopédica y traumatológica. En esta entrevista, afirma que siempre se sentirá cirujano y que añora mucho el hospital.
¿Por qué se hizo médico?
-Estudié Medicina porque era la carrera que más cuadraba con mis gustos y mi forma de ser. Creo que acerté. Tras licenciarme en Granada, me vine a Málaga y empecé a trabajar en el Hospital Civil como médico interno. Era el año 1971. Fui rotando por distintos servicios para conocer lo que era la medicina en la realidad. Lo que más me gustó fue la cirugía ortopédica y traumatológica. Y en eso me especialicé.
-¿Con quién se formó en esos primeros años en el Civil?
-El jefe del departamento era Alfonso Queipo de Llano. Cuando se jubiló, la plaza la ganó por oposición libre su hijo Enrique. Yo empecé a trabajar con él haciendo traumatología y cirugía ortopédica. Me dediqué mucho a la cirugía traumatológica infantil. A principios de los años setenta había en Málaga bastantes secuelas de parálisis infantiles por poliomielitis.
-¿Cuándo fue nombrado jefe de la unidad de cadera?
-A mediados de los años ochenta hubo un concurso-oposición y me fue adjudicada la plaza de jefe de sección. Desde que tuve el título de la especialidad, me dediqué fundamentalmente a la ortopedia infantil y a la cirugía de la cadera.
-Supongo que su especialidad ha experimentado grandes avances desde que usted empezó a ejercer hasta que se retiró.
-Ha habido un progreso enorme que no solo se debe a la cirugía, sino también a la mejora en los medios diagnósticos por imagen y al desarrollo de la anestesia, que permite hacer intervenciones que antes ponían en mucho más riesgo al enfermo. Se ha logrado un gran equipo en el que todos nos complementamos. Y siempre buscando que redunde en beneficio de los pacientes.
-¿Qué es lo que más le satisface de ser médico y que echa más de menos ahora que se ha jubilado?
-Hay un aforismo que dice que el cirujano lo es mientras viva. Eso me pasa a mí. La mayor satisfacción de un cirujano es ver que con su actuación directa se logra recuperar la capacidad funcional de un paciente. Evidentemente, tenemos nuestros fracasos. Se dice que cien éxitos no compensan un solo fracaso. Añoro mucho la profesión y el ambiente del hospital. He vivido el hospital como algo propio.
-Si empezase de nuevo, ¿volvería a ser médico?
-Sí, claro. No me arrepiento de ser médico, y eso que he pasado momentos muy duros, muy amargos, pero todo se compensa por poder ayudar a los pacientes. Soy un médico vocacional. Mi maestro, Enrique Queipo de Llano, me enseñó a vivir esta profesión con intensidad, a no tener horario para ejercerla. Para nosotros, el enfermo siempre era lo primero.
-O sea, que vivía volcado para su trabajo.
-Efectivamente. Le voy a contar una anécdota sobre eso. Cuando mi hija mayor estaba en el colegio, le preguntó la maestra que dónde vivía. Y mi hija le respondió que vivía con su madre, porque su padre vivía en el hospital.
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