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La Lupi, bailaora: La niña que no jugaba: solo bailaba
FOTOMATÓN

La Lupi, bailaora: La niña que no jugaba: solo bailaba

Iba a la guardería vestida de flamenca / Me matriculé yo sola en el conservatorio con ocho años / A los 14 recorría la Costa del Sol con Carrete / Soy artista invitada de Rafael Amargo y Juan de Juan / En los escenarios y en la vida me acompaña Curro de María

POR REGINA SOTORRÍOFOTOS: SALVADOR SALAS

Sábado, 2 de julio 2011, 03:32

Si no se vestía de flamenca, se negaba a ir a la guardería. Pero la menor de siete hermanos de una familia humilde de Miraflores de los Ángeles no tenía muchas opciones de tener su propio traje. Su madre se las ingeniaba como podía para confeccionarle uno con retales de aquí y de allá. El resultado era un modelo entre «gitana y pastorcilla», recuerda con una sonrisa nostálgica. Mucho han cambiado las cosas. Susana Lupiáñez (Málaga, 1971), la niña que soñaba con llevar un auténtico vestido de flamenca, es hoy la bailaora La Lupi. Ahora necesita una habitación entera para guardar sus trajes.

Reconoce que ha sido la más mimada de su casa, «pero en plan pobre». «Nunca me han podido dar ni un capricho». Ella era feliz con poco: ni siquiera jugaba con las niñas de su barrio, «solo bailaba». Con apenas ocho años, sin decir nada a nadie, se plantó en el Conservatorio de Danza para matricularse. «El cupo ya estaba cerrado, pero lloré tanto que les di pena y me admitieron. Mi nombre es el único que figura a lápiz, los otros están a máquina», cuenta la artista malagueña. Allí adquirió disciplina -«gracias a la profesora María Eugenia Martínez», puntualiza- y pulió su cuerpo. Le enseñaron «a amar la danza», pero aprendió poco flamenco. Eso se logra encima de un tablao.

Y eso hizo. Empezó haciendo bolos por la Costa en el grupo de baile de una vecina hasta que se cruzó con Carrete. Tenía 14 años y a su lado, de escenario en escenario, conoció el arte jondo en profundidad, fue su «maestro artístico». «Desde entonces, mis padres ya no me tuvieron que comprar ni una horquilla para el pelo», asegura La Lupi.

Cuando aún no había cumplido los 18, Ángeles Arranz, bailarina del Ballet Nacional, se fijó en esa joven que zapateaba en la popular sala El Tano durante unas vacaciones en Málaga y le propuso que la acompañara a Madrid. «Hice las maletas. Era muy tímida, pero nunca he tenido miedo». Allí, «con una libreta en la mano para aprender todo lo que podía», entró en la compañía de danza y flamenco contemporáneo de Arranz y Juan Maya 'Marote'. «Con ellos empecé a salir al extranjero y me vi toda España». Después, trabajaría con Carmen Mota. Desde el principio era solista, «porque nunca he servido para ser cuerpo de baile».

Pero siempre regresaba a Málaga, aunque fuera «en esos trenes que tardaban doce horas». Y en una de esas se quedó. Volvió a casa para dar un cursillo en el Ateneo de Música y Danza. «Me encontré con un grupo de niñas con unas cualidades impresionantes y pensé: ¡yo tengo que ayudarlas!». Fue entonces cuando con 26 años se lió la manta a la cabeza para fundar «sola» su compañía-escuela. Allí estuvo el único Premio Nacional de Danza para una malagueña, Rocío Molina. «Es un genio y estoy superorgullosa de la base que pueda llevar mía», asegura.

Pese a todo, reconoce que fue una «equivocación terrible» levantar la empresa tan joven. «Aprendí a bailar enseñando, me cortó las alas», admite. No fue hasta 2000 cuando decidió profesionalizar su compañía y se lanzó a recorrer mundo. EE UU, Alemania, Italia, Francia, Suiza, Venezuela, Camerún, Singapur, Israel... No iba sola. Con ella estaba Curro de María, su socio en la compañía, su guitarrista sobre las tablas y su pareja desde hace once años. «No nos casamos de pensar en todos los invitados que tendríamos que llevar», dice mientras lanza una mirada cómplice a Curro.

La coreografía de una serrana que estrenó a finales de 2009 hizo que el sector pusiera los ojos en ella. Internet fue su aliado. Poco después, bailó, interpretó y entregó galardones en la piel de Antonia Mercé 'La argentina' en la gala de los Premios Max 2010. Desde ese momento, su teléfono empezó a sonar más. Se convirtió en artista invitada de la compañía de Rafael Amargo -«me encantan sus locuras dentro de sus espectáculos y me mima mucho»- y de Juan de Juan. Recibió encargos para preparar coreografías: la última, para el barítono Jorge Chaminé, 'Carmen' de Bizet. Y al mismo tiempo, pisa los escenarios con sus propios montajes: está en gira con 'Denominación de origen' y 'Yo conmigo misma'.

«Yo solo presumo de curranta. Soy ambiciosa porque siempre quiero mejorar, pero no por conseguir más», reflexiona. Ahora lucha por ser una «buena bailaora de hoy en día y no una buena artista de antes». La técnica se ha perfeccionado tanto que ya «ni se puede bailar más difícil» ni basta con tener duende. No quiere que le digan «qué buena artista eres»: prefiere escuchar «qué bien bailas». Para ello, se entrena un mínimo de cuatro horas al día. A veces lo hace junto a chicas jóvenes para ponerse a prueba... «¡y las fundo!». Pero, ¿en qué emplea el resto del tiempo? «Me encanta ver bailar a los demás». Lo suyo es vocación.

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