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Bazán fue alcaide de la fortaleza de Marbella hasta 1573:: SUR
HISTORIAS DE MARBELLA

El alcaide Alonso de Bazán (I)

CATALINA URBANEJA ORTIZ

Domingo, 7 de noviembre 2010, 02:46

Hay momentos en la trayectoria de un investigador, en el que encuentra documentos poco conocidos o escasamente valorados por otros, pero reveladores sobre las incógnitas que pretende desvelar. En la búsqueda histórica nunca existe la verdad absoluta, pues de improviso aparece un puente que, o bien une dos lagunas o rompe la hipótesis que alimentaba la búsqueda. Es el reto del historiador, recomponer pasajes ignotos de un ayer lejano del que no quedan testigos y al que se debe acceder con cautela, respeto y miedo a aventurar conjeturas erróneas.

Esta incertidumbre se incrementa al intentar dibujar la figura humana, especialmente la de los héroes locales que, en ocasiones, pueden alcanzar dimensiones inimaginables. Y miren por donde, un día que husmeaba por los vetustos legajos del Archivo Municipal de Marbella, empecé a interesarme por un personaje del que apenas conocía algunos datos, bastante confusos y vinculados con una de las calles de esta ciudad.

Mis conocimientos sobre Alonso de Bazán eran escasos: un alcaide de la fortaleza, cuyo palacete tenía un magnífico torreón renacentista, por entonces en vías de restauración para sede de la Delegación de Cultura. También había leído su testamento, una de las piezas más valoradas del archivo, en el que se incluían las directrices para fundar el hospital de la Encarnación en caso de que su heredero falleciera sin descendencia.

Referencias que escondían una vida rica en acontecimientos: mujeres, hijos bastardos y especulación. Nada anormal en el acontecer diario de una España que se debatía entre unas bases arcaicas y los aires de reforma extranjero, a los que Felipe II puso freno para impedir que sus súbditos se alejaran de la ortodoxia cristiana.

Para el hombre del Quinientos la vida era una continua superación, una lucha constante por la supervivencia. Alcanzar la cúspide de la sociedad local, que todos reconocieran un prestigio basado en el nivel de rentas, era complicado pues, como ocurre ahora, primaba el éxito a cualquier precio. Producto de esta filosofía son muchas de las grandes fortunas que jalonan los más recalcitrantes blasones del país.

Bazán llegó a Marbella acompañando al duque de Alba. De su vida anterior hay pocos datos. De origen hidalgo y emparentado con Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, estudió en el Colegio Mayor San Ildefonso de Alcalá de Henares. Sus abuelos y padres estaban enterrados en la Iglesia Mayor de Ronda y que sus dos hermanas vinieron a vivir con él.

Entró al servicio del conde de Teba y marqués de Ardales a quien se le había otorgado la alcaidía del castillo de Marbella, cargo que delegó en Bazán, su hombre de confianza y encargado de sus finanzas. Ese fue su verdadero trampolín pues, al tiempo que administraba los bienes del marqués, iniciaba un espectacular despegue económico. Al amparo del noble nacería una de las mayores fortunas de Marbella basada en la especulación y el préstamo a los menos favorecidos. Pese a esta riqueza, el pretendido ascenso social parecía inalcanzable.

La ocasión le llegó de la mano de Antonio de Villaverde. A cambio de contraer nupcias con su hijastra Beatriz, le entregaría una regiduría vitalicia en el cabildo. Y así lo hizo. Las razones de este acuerdo son fáciles de imaginar pues la mujer tenía un hijo a cuyo padre jamás se menciona. Esta unión resultaría poco satisfactoria para Bazán, quien le fue infiel a su mujer con demasiada frecuencia. Muestra de ello son los dos hijos extramatrimoniales, la breve duración de la convivencia y que el vínculo terminara en un conflictivo divorcio.

En 1546 se firma la disolución de la sociedad de gananciales, aunque la pugna entre los cónyuges se avivó tras la muerte de Alonso, el hijo de ambos, llegando las disputas a la Chancillería de Granada. El fallecimiento de Beatriz sirvió de acicate al hijo de la finada para reclamar el patrimonio de su madre, unas disputas que perdurarían durante años. Es curioso que, mientras su economía y posición social alcanzaron elevadas cotas, su vida, en el aspecto familiar y sentimental, resultó un fracaso.

Testamento

Sería interesante conocer el vínculo que le unía a Ana Suárez, para quien concertó un matrimonio con Gonzalo Galindo previo pago «del oficio de escribanía de esta ciudad que era mío», aplicando el mismo sistema que utilizó con Beatriz. En su testamento le asigna una renta vitalicia y diez mil maravedíes en ajuar doméstico, a elección de la beneficiada, a «condición que después de los dichos días de su vida vuelvan a mi sucesor en la dicha mi casa principal», justificando su generosidad en el «muncho servicio e trabajo que ha hecho en las cosas de mi casa e hacienda munchos años». Además, le encomienda la educación de «Olalla, mi esclavilla, para que le sirva todos los días de su vida». ¿No sería Ana la madre de Juan, el más amado de sus hijos?

Confiaba en Juan como en ninguna otra persona. A él le entregó la escritura del testamento «para que la tenga e guarde en su poder e no lo habran ni publique, hasta tanto que Dios sea servido de me llevar desta presente vida, o que él dé licencia para ello», y con ella sus perspectivas de futuro. Sin embargo, «lo mataron los moros de una saetada por salbar siete hombres que estaban trabajando en mi molino de Guadalmansa», una trágica muerte que echó por tierra las ilusiones del padre.

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