La mujer multitarea
Esa nueva era en las funciones ejecutivas de la mujer llegó para quedarse en las generaciones futuras de hijas, nietas y ya de bisnietas de aquellas pioneras a doble jornada repartida entre la casa y la fábrica, la oficina, el hospital, la escuela.
ANA SANZ
Martes, 21 de septiembre 2010, 03:53
Cuando la economía familiar va sobre ruedas, el marido ha aprendido a colaborar en las labores domésticas y los niños ya saben atarse los cordones de sus zapatos y gozan de cierta autonomía en el arreglo de su cuarto, muchas mujeres empiezan a respirar tranquilas antes de salir de casa al trabajo después de haber puesto la primera lavadora de la jornada y sacado el almuerzo del congelador para que todo esté listo, y a su vuelta a casa, la familia tenga cubierta la intendencia doméstica.
La cosa cambia cuando esa ama de casa ha de vérselas con la situación de desempleo del marido, o la suya propia, y el frigorífico ha de llenarlo con los ahorros que pudo hacer en los tiempos de bonanza económica o con la ayuda familiar recibida de las arcas del Estado o de la propia familia que está dispuesta a echarle una mano -y no precisamente al cuello- cuando el ahogo de las facturas le llega un poco más arriba del cogote.
La integración de las mujeres en el mundo laboral, o mejor dicho, en el otro mundo laboral, el de fuera del hogar, ya que el espacio doméstico ha sido y sigue siendo centro de trabajo para el mundo femenil, no deja de ser una especie de pluriempleo en el que prácticamente todas las mujeres trabajadoras están inmersas. Si de la fuerza femenina se han cantado las excelencias desde que el mundo es mundo (sólo el obvio trabajo de la crianza de los hijos tras su alumbramiento habla de ello), tal vez en los últimos tiempos, cuando tantas máquinas la relevan de algunas labores domésticas y otras la ayudan fuera de su casa a desarrollar sus tareas, es cuando precisamente la mujer se ve obligada a llevar casi al límite sus fuerzas para atender a tantas obligaciones como le impone la experiencia diaria y ella misma se impone.
Apurar las propias energías es una manera de actuar, casi de vivir, típica de la mujer contemporánea. Instalada en la cultura de la acción, a veces frenética, no duda, tal vez porque ya se ha convertido en costumbre, en atender en la cocina con un brazo el encendido del horno y con el otro el de la secadora mientras con el tan celebrado en algún spot publicitario 'tercer brazo' remata la salsa para el asado; y, mientras, se pelea con las manecillas del reloj implacable, que le señala la hora de ir a recoger con el coche (no olvidemos el papel de la madre taxista con tarifa plana de cero euros) a los niños que salen de esa clase de inglés que nunca llega para mamá ya sea por falta de tiempo o por el recorte presupuestario de las cuentas del hogar.
Algo parecido sucede cuando en el trabajo desempeñado por la mujer extra muros del hogar con una mano chequea la agenda mientras con la otra atiende al teléfono un asunto delicado, sin olvidar la entrega del trabajo urgente que le pidieron a primera hora de la jornada 'para antes de ayer'.
Cuando las mujeres hicieron su irrupción masiva en el mercado de trabajo para suplir la mano de obra de los hombres que estaban en el frente de guerra, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, tal vez atisbaban los esfuerzos que de ello iban a derivarse y los cambios sin vuelta atrás en cuanto a su papel de mujer multitarea. Esa nueva era en las funciones ejecutivas de la mujer llegó para quedarse en las generaciones futuras de hijas, nietas y ya de bisnietas de aquellas pioneras del trabajo a doble jornada repartida entre la casa y la fábrica, la oficina, el hospital, la escuela o el parque de bomberos.
No es de extrañar que siendo las mujeres esa especie de séptimo de caballería, o si se prefiere, de comodín de capacidades y fuerzas que parecen no tener fin y que les otorgan al menos en apariencia un poder para todo lo que la vida les va poniendo por delante, acaben llegando a sus metas cotidianas con el tiempo tasado y las fuerzas tantas veces en la reserva, en una especie de reserva activa.
En este escenario en el que la mujer hace mucho que dejó de ser el sexo débil que, a decir de Enrique Jardiel Poncela en aquella deliciosa obra, «ha hecho gimnasia», el pluriempleo consustancial a las mujeres trabajadoras con responsabilidades familiares no ha tenido más remedio que echar mano de nuevas estrategias y nuevos instrumentos jurídicos. Tal vez con décadas de retraso -siempre es más veloz el cambio social que el normativo- apareció la Ley para promover la conciliación de la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras (ahí es obvio que las mujeres no están solas; la norma es para todos). Toda ayuda es poca para sacar la casa adelante, ya venga del sueldo que a veces toca sin raspar los mil euros, o del Poder legislativo del Estado.
Pero con los avances legales, y aún antes de ellos, muchas mujeres saben que es gracias a su fuerza interior con lo que harán posibles los mil y un milagros de la vida diaria, aunque sea llegando con la lengua rozándoles la boca del estómago y en el último momento, claro que, muchas veces, a veces demasiadas, forzando la máquina.
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