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ENRIQUE BELLVER
Domingo, 18 de julio 2010, 12:51
Cuando abrió sus puertas tuvo otro nombre, La Dorada de Málaga, pero avatares judiciales hicieron que tuviera que ser rebautizada, algo que no ocurrió con los más de 25 establecimientos que existen en todo el país con ese nombre. La realidad se ha impuesto y mientras La Dorada de Felix Cabezas no acapara la atención de los paladares, Doramar Málaga sigue gozando de una buena parte de los malagueños que gustan de una cocina marinera donde sólo haya un producto de primera y una trato en los fuegos que resalte el auténtico sabor de cada animalejo que llegue a la mesa recién sacado del mar.
Rafael Aguilar y su cuñado Antonio Rivera siguen estando al pie del cañón cada día, no sólo en el establecimiento, también en el mercado, para poder presentar unas vitrinas donde se exhibe uno de los mejores géneros que podemos encontrar en toda la ciudad, además, las mesas mantienen unas distancias muy cómodas y el cliente, aunque el comedor esté al completo, apenas lo nota. En esto sí que no sólo ha cambiado el nombre, pues los primeros años había un exceso de ruído en toda la sala, situación que parece en parte corregida.
La carta de vinos también ha cambiado, pero a mejor, ya que la variedad de vinos blancos, en especial los espumosos (cavas y champagnes) ha ganado en cantidad y calidad, manteniendo unos precios bastante ajustados. Quienes pueden estar de enhorabuena con los vinos de Málaga Doramar son los amantes del champagne: Rafael tiene un 'francés' de la casa, Henry Abbelé, a un precio sin parangón. No lo duden y atrévanse a descorchar una botella para acompañar algunos de los mariscos de concha que permanecen desafiantes en esa vitrina diciéndonos «¡cómeme!».
El servicio es rápido y muy profesional, por lo menos así nos lo demostró, ya que realizamos una degustación de buena parte de su carta donde los tiempos se marcaron correctamente. Para empezar, unas quisquillas de Motril con un punto de cocción muy acertado, el mismo punto que mantuvieron unas cigalas de tamaño medio, más sabrosas que las grandes. Pero donde quedamos sorprendidos fue en los puntos de plancha, perfectamente diferenciados para el marisco o el pescado grande. Las gambas de Estepona eran de por sí de categoría, pero en la mesa la duplicaron por la delicada jugosidad y punto de sal que presentaban y el rape mantenía una textura que sólo un cocinero con oficio y del bueno, puede darle.
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