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P. SOTO
Lunes, 21 de junio 2010, 03:39
El 14 de junio de 1940, hace 70 años, salía de la ciudad de Tarnów (sur de Polonia) el primer tren de la muerte con 728 detenidos hacia el campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Los detenidos eran presos políticos polacos y su traslado, durante los 140 kilómetros que separan Tarnów de Auschwitz, fue un tormento. Encerrados en vagones de madera para el ganado, sin agua, sin ventilación, sin espacio, custodiados por asesinos uniformados armados, los prisioneros sufrieron un calvario. No fue sino el siniestro preámbulo de una situación aún más terrible: el cautiverio en Auschwitz.
Muchos prisioneros no lo pudieron soportar y murieron pronto a causa del hambre, el frío, las enfermedades; otros fueron gaseados y sus escuálidos cuerpos incinerados en los hornos crematorios. 239 detenidos de este primer convoy sobrevivieron milagrosamente.
Un tren con unos pocos supervivientes, familiares y amigos recorrió de nuevo el trayecto entre Tarnów y Auschwitz, donde se celebró una misa al aire libre en memoria de las víctimas. El convoy, en este caso, sembró a su paso por pueblos y campos todo lo contrario de lo que hicieron los nazis: vida, amor, esperanza. Este viaje simbólico fue organizado hace pocos días por la Asociación de Familiares de Auschwitz.
Danuta, una cracoviana de 60 años nieta de una víctima, explica que su objetivo ha sido «que la memoria no se muera, porque el recuerdo de las víctimas es un buen antídoto contra el totalitarismo, el fascismo y el nazismo».
Contra los totalitarismos
Kazimierz Zajac, uno de los pocos supervivientes del primer tren de la muerte hacia Auschwitz, de 86 años, comparte plenamente el punto de vista de Danuta, y destaca la necesidad de «no banalizar o relativizar el nazismo y otros totalitarismos que causaron la muerte de millones de seres humanos».
Antes de salir de la estación de Tarnów, los organizadores del viaje inauguraron un monumento con los nombres de los 728 presos y un triángulo rojo -el color de los detenidos políticos- marcado con la letra P de Polonia. «Es un homenaje a todas las víctimas de los campos alemanes nazis», dijo uno de los presentes. Con lágrimas en los ojos, en algunos casos, y sonrisas forzadas, en otros, los insólitos viajeros subieron al tren. En esta ocasión no tuvieron que soportar los gritos, empujones y latigazos de las Waffen SS. Al revés, algunos supervivientes fueron abrazados espontáneamente por los ciudadanos que salieron al paso del convoy.
Kazimierz Zajac contó a los periodistas que acompañaron al grupo de supervivientes: «Nos dijeron que nos llevaban a un campo de concentración, pero ninguno de nosotros sabían a qué campo íbamos. Nadie lo sabía».
La estación de Cracovia era parada obligatoria en el trayecto. Bastantes prisioneros del primer convoy de la muerte se enteraron al llegar a esta ciudad de que «las tropas alemanas habían entrado en París y Francia se había rendido a Alemania. Fue un golpe muy duro para nosotros», recuerda el superviviente Kazimierz Albin. Este anciano polaco, que con 17 años estaba peleando contra la Alemania de Hitler, tampoco ha olvidado que ellos eran considerados enemigos del pueblo alemán.
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