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Calle Larios esquina a Liborio García. Noviembre, 1955. Fondo Bienvenido-Arenas. Archivo CTI-UMA

A la sombra de la historia: El incendio del Conventico

SUR Historia ·

Las llamas devoraron durante varios días una manzana junto a la calle Larios y fallecieron dos malagueños en el incendio

Miércoles, 17 de julio 2019, 00:37

Llega el verano y con él los tan temidos incendios forestales. Cuando escribo estas líneas, llevan asolando España varias jornadas dos tremendos incendios: el de Tarragona, en el Delta del Ebro, y el de Toledo, en tierras del Lazarillo. Hubo una época en que estos terroríficos incendios avanzaban imparables en el centro mismo de nuestras ciudades. Tal fue el caso del incendio del Conventico, que duró varios días y arrasó toda una manzana de casas en el corazón de nuestra ciudad.

Pero ¿qué era el Conventico? Francisco Bejarano, que nació junto a este edificio, nos lo describe como un pequeño pueblo por la variedad de instituciones, comercios, industrias y familias que lo ocuparon en la segunda mitad del siglo XIX. Allí tuvieron su sede, en efecto, la Sociedad Filarmónica, una logia masónica, la Cámara Sindical, el Círculo Republicano Progresista o el colegio de San Hermenegildo. También estuvieron instalados allí diferentes comercios como La Vinícola, que fue una de las primeras cervecerías que hubo en Málaga, una imprenta, una panadería, un taller de reparación de pianos de López y Griffo, etc. En total había 33 locales repartidos en cuatro niveles.

El Conventico estaba enclavado en el corazón de la ciudad. Podríamos situarlo entre las calles de Marín García, Liborio García, Mesón de Vélez y Almacenes, teniendo en cuenta que la configuración de estas calles, en aquella época, no corresponde a la actual. Su nombre proviene del convento que la orden de los Trinitarios Descalzos fundó en este solar en 1634. Allí estuvieron los monjes dedicados plácidamente a sus rezos y a sus obras de caridad hasta que llegó el convulso siglo XIX, cuando el convento fue desamortizado y muchas personas, comercios e instituciones lo fueron ocupando progresivamente.

Un edificio tan viejo, con las vigas y el suelo de madera y, además, con industrias en su interior que necesitaban el fuego para sus labores, era una bomba de relojería. Bejarano, nacido en 1900, nos cuenta detalladamente cómo ocurrió todo, usando como fuentes diversas informaciones orales de un pavoroso incendio que dejó una huella imborrable en los malagueños. Entre las cuatro y las cinco de la madrugada del 19 de diciembre de 1901, los guardias de la calle Larios avisaron del incendio a Pedro Temboury, que era el propietario del edificio que estaba ardiendo. El incendio seguramente empezó unas horas antes de ser advertido. Las campanas de la catedral despertaron a la ciudad. En un principio, los guardias intentaron apagar el fuego con una manguera que les proporcionó el portero de la casa número ocho de la calle Larios, hasta que llegaron los bomberos. Debido a los escasos medios con que contaban, no pudieron extinguir el fuego hasta pasados varios días.

El fuego se propagó rápidamente a otros edificios cercanos, como los pisos superiores del restaurante La Alegría o las persianas y balcones de la casa en la que vivía el mismo Pedro Temboury, en el tercer piso de la calle Larios 6, y que daban a la fachada del Conventico. Pronto adquirió proporciones catastróficas. En el incendio fallecieron dos personas. El primero fue Antonio Broto Bustamante, un anciano de más 80 años que, impedido, se arrastró como pudo desde su cama hasta la puerta del balcón y murió allí asfixiado a la vista de los vecinos, que no pudieron hacer nada para evitarlo.

El segundo fue el escultor y ceramista Enrique Cubero, hombre muy querido en Málaga, a quien debemos la creación de la Escuela Malagueña de barros. Cubero entró en el edificio sin advertir del peligro, seguramente para intentar salvar sus esculturas de barro que guardaba el almacén de Temboury, pero se hundió el suelo bajo sus pies. Un sargento encontró su cadáver carbonizado. Bejarano nos cuenta que corrió hasta allí el hijo de la víctima para contemplar por última vez a su padre muerto en tan horrorosas circunstancias, desarrollándose una tristísima escena que conmovió profundamente a cuantos la presenciaron.

Enrique Cubero ya se había distinguido por su heroicidad y arrojo en la catástrofe del Gneisenau. El Ayuntamiento de Málaga, en pleno extraordinario celebrado el 20 de diciembre de 1901, decidió que los familiares de los fallecidos en el incendio no tuvieran que pagar ninguna tasa municipal por el sepelio. Además, acordó colaborar económicamente en la suscripción que se abrió en favor de la familia Cubero. Hoy se conserva el panteón de Enrique Cubero en el cementerio de San Miguel.

No hubo otro incendio que tan trágico recuerdo dejara entre los malagueños hasta el de la Aduana en 1922.

Pedro Temboury.

Después del Conventico

Tras el incendio, se demolió lo que quedaba del inmueble. Pedro Temboury, que había comprado el Conventico en 1899, levantó un nuevo edificio, para lo cual se reordenaron las calles colindantes, que adquirieron su configuración actual. En 1906 Temboury instaló en este nuevo edificio su Ferretería La Llave, en la calle Liborio García, con entrada también por la calle Marín García. En este local estuvo la tienda de telas El Kilo hasta hace muy poco.

Sobre los restos del Conventico construyó también un soberbio edificio Trinidad Gómez Supervielle, según proyecto del arquitecto Fernando Guerrero Strachan. Allí vivió su hija Trinidad Álvarez Gómez, que murió a los 18 años en pleno esplendor de su belleza y de su juventud. Su retrato lo pintó Moreno Carbonero y fue destruido en 1936. En este mismo edificio, esquina a las calles Liborio García y Mesón de Vélez, estuvo la sede del Banco Central en Málaga.

Finalmente, sobre el mismo solar del Conventico, se construyó uno de los primeros cines que hubo en Málaga: el Petit-Palais, luego cine Alcázar.

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