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Vista panorámica del Parque de Málaga desde Gibralfaro, con la vegetación recién plantada, en las primeras décadas del siglo XX

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Vista panorámica del Parque de Málaga desde Gibralfaro, con la vegetación recién plantada, en las primeras décadas del siglo XX archivo uma

¿Cuál es el origen del Parque de Málaga?

La obra de ingeniería más fabulosa de la ciudad fue posible gracias a Cánovas del Catillo y a una ley promulgada en 1896. La labor del político, cuyo nombre tendría que haber bautizado a la avenida, permitió además que los terrenos no se privatizaran y que fueran para el disfrute público. Pero no todo fue tan sencillo como se recogía en los planos...

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Domingo, 23 de octubre 2022, 00:16

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Los libros de historia y de botánica lo han coronado como uno de los jardines subtropicales más exuberantes y bellos de Europa; y el ciudadano de a pie lo considera, desde hace años, como el paso obligado para moverse por la ciudad, desde Málaga Este al Centro y, de ahí, al otro lado del Guadalmedina, que sigue dibujando siglos después la enorme cicatriz que parte a la ciudad en dos. No es el caso (por fortuna) del Parque de Málaga, convertido por méritos propios, y con permiso su vecina Alameda, en la pasarela urbana más amplia y esplendorosa de la capital.

Para conocer el origen de esta infraestructura que completó el milagro del urbanismo en la Málaga de los siglos XVIII y XIX, junto con la mencionada Alameda y la calle Larios, hay que recuperar la estampa de la Málaga de la época, sobre todo en lo que se refiere a la actividad portuaria y a la línea marítima, que llegaba hasta la zona de la Aduana -al este- y que poco a poco fue replegándose del frente oeste hasta dejar en lo que hoy es La Alameda la franja óptima para que las autoridades de la época se plantearan construir la primera gran avenida de la capital.

En este punto del relato, hay que recordar que las operaciones para ganar ese terreno al mar fueron diferentes, aunque el origen es el mismo: durante siglos, y en periodo de lluvias, las aguas que caían en los montes que abrazaban la ciudad por el norte comenzaron a traducirse en aportes continuos de tierra en la franja sur de la capital, desde La Alameda hasta los antiguos muelles del puerto, dejando abierta así la puerta para las operaciones urbanísticas que vendrían después. La diferencia es que en el primer espacio esa ampliación del terreno respondió a un fenómeno más natural, mientras que en la franja de La Aduana hubo que emplear muchos más recursos (e imaginación) para consolidar y crear ese nuevo entorno en la ciudad. Y es ahí donde entra el proyecto del Parque de Málaga.

¿Por qué fue tan compleja la operación? En esencia, porque terminó siendo doble: de una parte, el Puerto pedía a gritos, desde hace décadas pero en especial desde finales del siglo XIX, una ampliación y adecuación que fuera capaz de cubrir las necesidades comerciales y mercantiles y, de otra, la ciudad reclamaba una prolongación natural, y hacia el este, de La Alameda, inaugurada justo un siglo antes (en 1785). La consolidación de la calle Larios, abierta desde 1891, terminó de decidir a las autoridades para meterse de lleno en el proyecto de completar el triángulo virtuoso.

Pero los movimientos tenían que llegar por la vía rápida, entre otras cosas porque tal y como cuenta la exarchivera municipal Mari Pepa Lara en un artículo publicado en la revista de la Academia Malagueña de Ciencias, la situación del Puerto pronto se volvió insostenible: «En el transcurso del tiempo, la cala que había al pie de Gibralfaro, junto al espigón del Muelle Viejo, se fue rellenando hasta formar una ancha playa; mientras, el Puerto, que desde este muelle se extendía hasta el de Poniente, en las proximidades del Guadalmedina, se iba cegando, inutilizándose los embarcaderos y muelles, sin que el dragado que se realizaba fuera suficiente para impedirlo. Hubo, pues, que iniciar una serie de obras: construir diques, drenarse las aguas y terraplenarse el terreno, apareciendo los nuevos muelles de Guadiaro, Cánovas y Heredia, prolongándose los espigones de Levante y Poniente».

Los primeros proyectos, en manos privadas

Con la idea clara de qué hacer y dónde, en la ecuación faltaban el talento, y sobre todo, los fondos, para acometer el proyecto. En el primer capítulo, en esta operación jugó un papel fundamental Antonio Cánovas del Castillo, político malagueño y único presidente de un Gobierno de España nacido en la capital. Fue él el responsable de conseguir que esa franja intermedia entre la antigua línea de playa y la ampliación del puerto quedara para el disfrute público. Porque el plan inicial no era ése: según se recoge en la 'Guía Histórico Artística de Málaga', dirigida por la catedrática Rosario Camacho, hubo un par de proyectos previos firmados por los ingenieros Rafael Yagüe (1874-76) y Francisco Prieto (1887) que habilitaban la zona ganada al mar como «un lugar urbanizable, con una rotonda ajardinada ante La Aduana», de modo que los solares resultantes «serían vendidos por la Junta de Obras del Puerto para invertir los fondos en las obras del puerto». Es decir, que quedarían en manos privadas por un problema de financiación, un asunto que por otra parte está en el germen de las grandes obras de la ciudad, financiadas a medias entre un limitado Ayuntamiento y el poderío de las grandes familias burguesas de la ciudad, que conseguían así poner su sello particular en los proyectos vía chequera (ahí está el caso de la calle Larios).

En este contexto, el Ayuntamiento de la ciudad pide formalmente al Gobierno de España que delimite los terrenos ganados al mar que no se iban a ocupar para la ampliación de los muelles y construir, ahí, el Parque de Málaga. Los trámites cobraron agilidad desde Madrid, con un Cánovas del Castillo comprometido con el desarrollo de la ciudad; y desde Málaga, gracias al concurso de la todopoderosa familia Larios. Faltaba por resolver el problema de la titularidad de los terrenos y de la financiación de la obra, y eso fue posible en el año 1896 gracias a una Real Orden impulsada por el político malagueño y refrendada por la reina regente, María Cristina, mediante la cual se concedía a la ciudad la propiedad del terreno para convertirlo en parque público y, a la vez, se compensaba a la Junta de Obras del Puerto con una subvención que paliara sus problemas económicos. Como detalle, y tal y como recoge Guadalupe Rodríguez Barrionuevo en un artículo sobre el Parque en la revista 'Isla de Arriarán', «se cuenta que la reina regente dijo a Cánovas, que tanto había luchado por esta idea, 'Hágase el Parque'». Por desgracia, el político malagueño apenas pudo disfrutar un año del arranque de este proyecto porque fue asesinado en 1897.

Un joven, en 1880, en la zona de los terrenos ganados al mar, con la Catedral de fondo
Un joven, en 1880, en la zona de los terrenos ganados al mar, con la Catedral de fondo archivo municipal

De hecho, su implicación en los prolegómenos del parque estuvo detrás de que en un principio se pensara en el nombre de 'Alameda de Cánovas del Castillo' para denominar el conjunto. También se acordó que un gran monumento a su memoria presidiera la nueva avenida, pero tampoco ese plan se llevó a cabo: a cambio, su referencia quedó relegada a la zona entre el final del Paseo de los Curas y el arranque de la Avenida Cánovas del Castillo, y con un proyecto firmado en 1975 por el escultor antequerano Jesús Martínez Labrador que no estuvo exento de polémica por alejarse del canon de la escultura clásica.

Sobre los autores del proyecto del Parque, fueron varios los cambios a lo largo de los años: el primero llevaba la firma de Eduardo Strachan Viana-Cárdenas (autor, también, de la calle Larios), y a pesar de que se respetó el trazado original del maestro de obras, fue el arquitecto municipal Manuel Rivera Valentín el que le dio el sello definitivo, integrando al norte de la avenida los edificios administrativos más emblemáticos (Ayuntamiento de Málaga-Banco de España-Correos, conocidos en Málaga como el 'ABC'). Ya sobre plano, el proyecto sufriría una nueva modificación por parte de Joaquín Rucoba y Tomás Brioso, que dirigieron la ejecución de unas obras que se prolongaron durante casi 30 años. Sí, han leído bien.

La herencia de Marín García

Las causas, de nuevo, hay que buscarlas en el capítulo económico; pero también en la extraordinaria dificultad de asentar y estabilizar un terreno que hasta hacía unas décadas había sido mar. En el primer caso, la financiación se resolvió vía arbitrio municipal (pago de tributos a cambio de servicios públicos), pero también gracias a la familia Larios y, sobre todo, al legado del filántropo José Marín García, que a su muerte (1868) dejó en herencia a la ciudad 1.600.000 reales para que se invirtieran en obras de utilidad pública. Y nada mejor que el Parque.

La segunda dificultad también es fácil de imaginar: la obra del Parque no consistía sólo en asfaltar un suelo y plantar unos árboles. Había que remover el terreno, hacer aportes extra, conseguir la estabilización en las bocas de riego y puntos de iluminación, fijar los pavimentos... es decir, convertir una franja de mar en una de tierra, con todo lo que eso implica. Las complicaciones para llevar a cabo la ampliación del puerto tampoco fueron menores. De hecho, el auténtico reto para las autoridades de la época fue encontrar el lugar de donde extraer roca y piedra para construir la nueva zona portuaria. Y no había tantas opciones. Hasta tal punto llegó la desesperación de los promotores del proyecto que incluso llegaron a plantear la posibilidad de derribar la Alcazaba y, con esos restos, levantar el puerto. Pero fue de nuevo la cintura de Cánovas del Castillo, que dilató la decisión hasta que se encontró un 'plan B', la que salvó el monumento.

La vida social, y el paseo cotidiano, se trasladaron al Parque desde la Alameda
La vida social, y el paseo cotidiano, se trasladaron al Parque desde la Alameda archivo juan temboury

Y ese 'plan B' estaba al otro lado de la ciudad, en la zona este y en el conocido como monte de San Telmo, ubicado justo donde hoy está el Balneario de los Baños del Carmen. Su demolición controlada permitió obtener toda la piedra necesaria para el puerto y el material fue trasladado en enormes barcazas desde la cantera hasta la zona portuaria. La ventaja de esta operación fue doble: por un lado, se salvó la Alcazaba; y por otro, el abandono de esa cantera de San Telmo una vez extraída toda la piedra favoreció el nacimiento de una laguna marina sobre la que, ya en 1918, se construyó el emblemático Balneario de los Baños del Carmen. Dos (buenos) golpes en uno.

De regreso al Parque, aquel proyecto terminó por darle la vuelta al centro de la ciudad. Según esa misma 'Guía Histórico-Artística de Málaga', «no sólo se trató de plantar árboles en un terreno yermo, sino que el área se ordenó con una calzada central y dos laterales, y las dos amplias franjas de parque se articularon con jardincillos, parterres, fuentes, estatuas, fuentes, quioscos...». Es decir, una avenida a la altura de su vecina Alameda, hasta el punto de que a medida que el Parque se iba llenando de comodidades (y de vida), la pasarela social y urbana de los ciudadanos que querían ver y ser vistos se trasladó de un punto a otro de la franja costera.

Un jardín subtropical único en Europa

Mención aparte merece la extraordinaria variedad botánica del paseo, convertido por méritos propios en uno de los más exclusivos de Europa. Cuentan las crónicas de la época que la ciudadanía vivió con gran expectación la llegada al Puerto de los barcos cargados con plantas de los cinco continentes, que no tardaron en aclimatarse a esa fabulosa pastilla de 30.000 metros cuadrados, con sus tres paseos de 800 metros de longitud y diez de anchura. Plátanos orientales, palmeras de varias especies, ficus, dragos, pándanos, chorisias, cedros, araucarias, yucas, cicas, elobeas o enebros invitaban al paseo delicioso gracias a la sombra que proporcionaban y al microclima del que sigue disfrutando el entorno.

Más allá de esa riqueza natural, el Parque de Málaga se ha convertido, con el paso de los años, en una auténtica galería de los hombres ilustres de la ciudad gracias a las estatuas y bustos que recuerdan su legado. El escritor Arturo Reyes, el industrial Carlos Larios, el Comandante Benítez, el archivero y abogado Narciso Díaz Escovar, el poeta Salvador Rueda o el pintor Antonio Muñoz Degraín, entre otros muchos, comparten memoria con una fabulosa representación de fuentes, como la Fuente de la Ninfa del Cántaro o la Fuente de la Ninfa de la Caracola. Aunque la más espectacular de todas las que se reparten por la zona es la Fuente de las Tres Gracias, a principios de siglo XX en la plaza de La Marina pero que en 1914 fue trasladada al otro extremo del Parque, a la plaza del General Torrijos.

Más de un siglo después de su construcción, el Parque de Málaga sigue siendo una de las referencias más potentes de la ciudad y uno de los pocos pulmones verdes que permiten el paseo tranquilo y reposado. Y por terminar, tres curiosidades: nunca se celebró una inauguración oficial (como sí hubo en los casos de La Alameda o calle Larios), es una de las pocas vías de Málaga -junto con el Paseo de los Curas- sin denominación oficial en el callejero (una vez descartado el nombre de Cánovas del Castillo, no se propuso uno alternativo y se quedó sólo con el 'Parque de Málaga') y el próximo hito en el calendario podría ser, al fin, el de la catalogación BIC (Bien de Interés Cultural), la máxima protección administrativa para esta avenida que, como casi todo en Málaga, fue un regalo del mar.

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