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Del laberinto… a la calle Alcazabilla
Tribuna de la Historia

Del laberinto… a la calle Alcazabilla

El proceso de remodelación de la calle Alcazabilla, desde el momento en que se proyectó su ampliación como vía de comunicación entre calle de la Victoria y Cortina del Muelle hasta conseguir el aspecto actual, duró más de 150 años

Javier Ramírez

Jueves, 24 de octubre 2019, 00:48

Plano de 1888

Recorte del plano de 1888 en el que se proyectaba la comunicación de la calle Alcazabilla con la de la Victoria. Con una línea verde, anotamos nosotros el primer planteamiento de enlace entre esta última calle y el puerto; un proyecto de 1859 que, en la práctica, resultaba irrealizable. La opción finalmente adoptada, reflejada en el plano con trazo rojo, encontraba también enormes dificultades. Debían expropiarse numerosas viviendas para dar la anchura a la nueva calle; se derruiría el amplio lienzo de muralla que al noreste cerraba la calle, defensa de la ciudad tanto del ataque de enemigos como de las periódicas riadas provocadas por el caudal que en tiempo de grandes lluvias bajaba por calle de la Victoria; debería también enajenarse el cementerio y algunas instalaciones parroquiales existentes entonces a la espalda de la iglesia de Santiago. Una vez tomada la decisión municipal de comunicar la calle de la Victoria con la plaza de la Aduana, dio arranque el programa de expropiaciones, siendo demolidas ya a finales del siglo XIX las primeras casas en el Muro de Santa Ana y se negoció con el obispado la desaparición del camposanto. Luego, las obras quedaron paralizadas hasta los años veinte del siglo XX. Pedro José Davó Díaz analiza en la revista Jábega, números 32 y 76, distintos proyectos de urbanización de la calle Alcazabilla

La historia de la calle ha estado inexorablemente unida al devenir de la Alcazaba; de tal manera que sirve de testigo y medida no solo de la evolución urbana de este espacio monumental sino que, además, refleja las distintas etapas que se han sucedido en el aprecio por los malagueños del «baluarte morisco», como suelen llamarlo los autores del siglo XVIII.

En 1624, Felipe IV se aloja en la Alcazaba cuando, en su largo periplo por Andalucía a fin de recabar nuevos impuesto para la Corona, visita Málaga. Es conocida la anécdota que relata cómo el corregidor de Málaga, D. Diego de Villalobos y Benavides, presenta al rey las llaves de la Alcazaba, y cómo es reprendido por el jefe del cortejo real, el todopoderoso conde-duque de Olivares, quejándose de que no hubiese bandeja donde ofrecerlas. «Qué mejor bandeja que estas manos curtidas y trabajadas en el servicio de su majestad», cuentan las crónicas que dijo D. Diego al altivo valido. El relato, de ser cierto, quizás quepa situarlo en el contexto de los enfrentamientos entre los poderes locales y los intereses de la Hacienda Real tras el programa de reformas introducido por Olivares en su intento de reducir en dos tercios el número de servidores de la inflada administración municipal. En cualquier caso, la anécdota pone de manifiesto que aún en las primeras décadas del siglo XVII, la Alcazaba y, en consecuencia, sus calles adyacentes eran el barrio residencial reservado a la élite ciudadana.

Pasarán más de cien años para que la nueva y floreciente oligarquía mercantil malagueña decida trasladar su residencia al extenso playazo que el tiempo y el Guadalmedina fueron creando delante de la Puerta del Mar, entre el antiguo Torreón del Obispo, entonces espigón occidental del puerto, y el fuerte de San Lorenzo. En el origen de la Alameda se expresan los nuevos intereses e ideas que aportan las clases dirigentes locales que, ya a finales del siglo XVIII, han decidido dar por amortizada la Málaga monástica y la trama urbanística heredada de la medina medieval. Sancionada por Carlos III y bajo los auspicios de la Real Academia de San Fernando nacerá el buque insignia de la nueva arquitectura ligada al comercio de la ciudad portuaria: la Aduana. Construida a expensas de las murallas que conformaban la gran plaza de acceso a la Alcazaba, postulaba la necesidad de acabar definitivamente con la filigrana morisca y anunciaba de manera inequívoca la condena a la ruina de la ciudadela nazarí. No es de extrañar que pasado el tiempo, otros cien años, se piense seriamente en derribar todas las murallas, los cimientos que las sostienen y el cerro sobre el que se asienta, pensando en que aquella densa escombrera sirviera de material de relleno en la obras del nuevo puerto. Otra ruina, la que trajo consigo la terrible crisis económica de finales del siglo XIX, haría inviable el proyecto. Al tiempo, una vuelta más a la noria de la Historia vindicaría como seña de identidad el pretérito hispano musulmán, tomando carácter de primera prioridad; el pasado hispano romano, a la espera de mejores tiempos, podía seguir enterrado en subsuelo.

Barrio de la Alcazaba

Esta instantánea, tomada en la primera década del siglo XX, muestra el abandono del barrio de la Alcazaba: murallas y torres en estado de ruina; en detrimento de la limpieza y aseo de las calles, el suelo empedrado empieza a desaparecer. La fotografía se localiza en el Archivo Histórico Fotográfico del Instituto de Estudios Fotográficos de Cataluña, IEFC, Fondo Thomas

Población de la Alcazaba

La ampliación de la imagen anterior nos permitirá apreciar que el interés del fotógrafo se basa en la población de la Alcazaba. El grupo ha sido reunido para la pose ante la cámara. La lectura de la imagen se nos antoja inequívoca: solo gente humilde habita ya el antiguo alcázar; abandonado y en ruinas es, por el momento, patrimonio de los pobres.

En el arranque del siglo XX, la calle Alcazabilla y las que de ella parten siguen formando un intricado laberinto con múltiples salidas, pero aún sin comunicación directa con la calle de la Victoria. Dividida en dos tramos de muy diversa configuración, el primero, hasta el Postigo de Santiago, y el segundo, hasta Pozo del Rey, la calle acusa un señalado desnivel entre sus aceras laterales.

Plaza de la Aduana y entrada a calle Alcazabilla

Plaza de la Aduana y entrada a calle Alcazabilla. A la derecha de la imagen, esquina norte de la Aduana. En el centro, puede verse la fuente pública que surtía de agua potable a la zona; el edificio a su izquierda será demolido en 1924 y en el solar resultante se construirá, según un proyecto de 1927 del arquitecto Antonio Palacios Ramilo, el inmueble que actualmente ocupa la esquina de Alcazabilla con la calle del Císter; autor también de una innovadora propuesta de remodelación y urbanización de la nueva calle. La fotografía que mostramos, tomada en los inicios de los años veinte, es un recorte de una placa estereoscópica; tomada por un fotógrafo amateur, pertenece a la colección privada del autor del artículo

Calle San Miguel

A principios del siglo XX, al otro extremo de la calle Alcazabilla, calle San Miguel presentaba el aspecto que refleja la foto de Wandre, de la colección particular Familia Ruiz-Salinas Saura.

El miércoles 23 de abril de 1924, el diario La Unión Mercantil, bajo el título de un «Un proyecto que resucita» publicaba en primera plana un artículo sobre la necesidad de grandes reformas urbanas, que incluían de forma prioritaria la apertura y remodelación de la calle Alcazabilla. El diario malagueño se expresaba en estos términos: «Su realización llevaría consigo el derribo de casucas faltas todas ellas de higiene y que constituyen verdaderas encubadoras (sic) de toda clase de gérmenes infecciosos y por su arquitectura son una injuria a nuestra capital y en lugar de esos ruinosos edificios se alzarían otros modernos con todas las condiciones apetecibles de sanidad y belleza».

Imagen panorámica

Esta panorámica es el resultado de la unión de dos placas fotográficas distintas. Localizadas en el Fondo Roisin del Archivo Histórico Fotográfico del IEFC, la restauración digital y edición panorámica se debe a Mercedes Jiménez Bolívar. Las dos tomas se hicieron desde la torre de la Catedral; sin documentación alguna que nos aproxime a la fecha en que se produjeron, cabe estimar que debieron realizarse a finales de los años veinte

Calle Alcazabilla abierta y nivelada

Ampliación a escala de la imagen anterior. Tras el derribo de gran parte del conjunto urbano al pie de la Alcazaba, queda abierta y nivelada la calle Alcazabilla; en su margen derecho, demolidas las calles San Miguel y un lateral de Cilla, quedará un amplio solar donde, según un proyecto elaborado en 1934 por el Gobierno de la República, se proyectará construir un Palacio de Archivos, Bibliotecas y Museos. Esta actuación formará parte de un programa mucho más ambicioso que contemplaba la recuperación de la Alcazaba como monumento histórico y que se verá interrumpido por la Guerra Civil.

El viejo proyecto de unir la calle de la Victoria con la Cortina del Muelle tomará carta de naturaleza cuando la línea del tranvía se instale por fin sobre el piso de la calle Alcazabilla, sustituyendo al tortuoso trazado por calle Granada. Tras la Guerra Civil, con el ritmo lento impuesto por la postguerra, se irá haciendo efectiva la urbanización de la calle. Una serie fotográfica de Foto Arenas nos sitúa en los años cuarenta.

Calle Alcazabilla, hacia 1940

Calle Alcazabilla, hacia 1940. En primer término, restos de la fuente pública que vemos en la fotografía

La Campana y el Café Duque

Calle Alcazabilla, desde la acera de los números impares, hacia 1940. En primer término, a la izquierda, anuncio de la popular taberna La Campana, que junto al Café Duque, se encontraban entonces en el arranque de la calle. Por lo que aquí se visualiza, el solar de la derecha, donde aún no habían empezado las obras de recuperación de la Alcazaba, se podía utilizar de improvisado mingitorio.

Inicio de la Casa de la Cultura

Calle Alcazabilla al inicio de la construcción de la Casa de la Cultura, hacia 1943

Casa de a Cultura hacia 1944

Calle Alcazabilla al inicio de la construcción de la Casa de la Cultura, hacia 1944

Las dos imágenes que siguen se localizan también en el Fondo Roisin del IEFC. De autor desconocido, el editor de tarjetas postales Lucièn Roisin publicó estas imágenes a finales de los años cuarenta del pasado siglo en la colección de «tipos populares», sin hacer mención al espacio urbano en el que se toman las imágenes, que no es otro que el entorno de la calle Alcazabilla. La fotografía de la izquierda fue tomada en la zona existente entre la calle y la ladera sur de la Alcazaba; la de la derecha, en el interior de una vivienda del barrio de la Alcazaba.

El aspecto que presentaba la calle en 1951 queda reflejado en la foto que sigue. Forma parte del archivo fotográfico de Foto Arenas, la mayor parte de los negativos originales que integran este gran fondo fotográfico se encuentran hoy en la Universidad de Málaga bajo el nombre de Archivo Bienvenido-Arenas. En conjunto, conforma un valioso instrumento para conocer la historia visual de la evolución urbana de Málaga en el periodo comprendido entre los años veinte y setenta del pasado siglo y, desde luego, de esta calle en el periodo que comentamos.

Jardines de la calle Alcazabilla

Jardines de la calle Alcazabilla desde el Postigo de San Agustín, hacia 1959. Foto de autor desconocido, el negativo original se encuentra en el IEFC, Fondo Roisin

Calle Alcazabilla, abril de 1959

Esta imagen, producida también por la empresa Foto Arenas, es conocida. Sin embargo, se ha explorado poco el contexto en el que se enmarca: pertenece a un reportaje más completo que analiza fotográficamente las vías de comunicación de Málaga. En este caso presenta la mejor ruta para salir desde el centro de la ciudad hacia Sevilla, Córdoba, Granada y Madrid vía Camino del Colmenar, y tramo de unión de aquella carretera nacional con la N-340, dirección Cádiz. Un sueño de más de una decena de años hecho realidad. Pocos podían imaginar entonces que el siguiente episodio en la evolución de la calle sería su conversión en zona peatonal y que el tránsito rodado más frecuente lo protagonizarían personas adultas montadas en patinetes

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