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teresa lezcano
Málaga
Domingo, 15 de diciembre 2019, 00:23
15-12-1832/27-12-1923
Dijon, quince de diciembre de 1832. Nace Alexandre Gustave Eiffel, quien veintitrés años más tarde y ya graduado como ingeniero se estrenó en el oficio trabajando para una empresa de ferrocarriles, antes de fundar la consultora y constructora Eiffel et Cie, cuyo prestigio internacional en el uso del hierro le adjudicó la proyección de viaductos y puentes colgantes. No sería sin embargo su construcción más celebrada una vía de recorrido sino la que fue su carta de presentación de la Exposición Universal de París de 1889, una torre que, estirando sus trescientos metros de hierro pudelado sobre el Campo de Marte, desafió las opiniones que la calificaban de monstruo férreo convirtiéndose en el monumento no gratuito más visitado del planeta, y sigue desafiando la corrosión con sesenta toneladas de pintura cada siete años, será por pintura. Ya erigida la que durante cuarenta y un años sería la estructura más elevada del mundo, se puso Eiffel a construir una catedral por aquí, un museo de arte por allá, un mercado central por acullá, hasta que le engulló la reputación el denominado 'escándalo de Panamá', el cual grosso modo consistió en un caso de corrupción relacionado con el intento fallido, sobornos incluidos, de construcción del Canal de Panamá, de cuyas imputaciones delictivas fue absuelto Monsieur Eiffel, si bien el prestigio profesional ya se le había escurrido Sena abajo. El canal se acabaría inaugurando en 1914 sin Eiffel, quien, ya finiquitado profesionalmente como constructor venía dedicando sus últimos años a la meteorología y a la aerodinámica y, donde en el pasado te aceraba una barandilla en la actualidad te precisaba las capas de la atmósfera o te multiplicaba anticiclones por meteoros; donde antes te rubricaba un andén, ahora te sustentaba un coeficiente o se te daba un chapuzón en la mecánica de fluidos. Después de su muerte, a los noventa y un años y en su parisina mansión de la Rue de Rabelais, el cual dicho sea de paso llevaba ya cuatro pantagruélicos siglos de digestión de ultratumba, a Monsieur Eiffel lo destinaron al cementerio de Levalois-Perret cuyo panteón familiar está orientado a la Torre Eiffel por si procede recordar tiempos vivos; a un billete de doscientos francos que se desfrancó con la llegada del euro; a la Sociedad Nacional de Bellas Artes como miembro de honor póstumo, y a un asteroide homónimo orbitando entre Marte y Júpiter en calidad de homenajeado. Merci bien.
6-958/15-12-1025
Ochocientos siete años antes del nacimiento de Eiffel moría en Constantinopla Basilio II, emperador bizantino 'asesino de búlgaros'. Antes de asaetar búlgaros como si no hubiera un mañana balcánico, Basilio había sido un huérfano de padre cuya orfandad fue premeditada por la cónyuge imperial deseosa de quitarse de encima al emperador en funciones y esposo Romano II para sustituirlo en el lecho y en el trono por uno de los principales generales de Romano, Niceforo II Focas, a quien a su vez cambió, oportuno finamiento mediante, por el general Juan I Tzimisces. Cuando Tzimisces falleció, sorprendentemente de muerte natural aunque no apostaría a la citada naturalidad ni un tetarteron de cobre, Basilio accedió al trono bizantino con Lecapeno, más conocido como Lecapeno el bastardo por ilegitimidad manifiesta y como Lecapeno el eunuco por no menos manifiesta castración, en calidad de jefe administrativo del Imperio. Habida cuenta sin embargo que la bastardía y el eunuquismo de Lecapeno eran directamente proporcionales a su ambición terrateniente, Basilio decidió catapultarlo al exilio al tiempo que le confiscaba las hectáreas que tenía apalabradas reino arriba y reino abajo, y acto seguido se lanzó el emperador a reconquistar los territorios que habían ido perdiendo sus antecesores y alguno más por si las moscas recesoras: ora me enzarzo contra los árabes y recupero parte de Siria; ora ataco Crimea y desmantelo el reino jázaro en menos que canta un gallo turco; ora me encorajino con el zar Samuel de Bulgaria, que se ha empoderado desde el Danubio hasta Atenas y desde el Adriático al Mar Negro, y arrincono su ejército hasta aplastarlo en la batalla de Kleidion, tras cuya hazaña me aseguro el futuro imperial mandando cegar a noventa y nueve de cada centenar de búlgaros supervivientes y quitándole sólo un ojo al número cien con el objetivo de que el tuerto de cada grupo guie a los demás hasta la corte de Samuel, quien al constatar la invidencia masiva y la tuertedad al uno por ciento de su ya mermado ejército le da un soberano patatús seguido de un samuelesco derrotero de finamiento; ora me reagencio Armenia y gran parte de la Italia meridional que me habían escamoteado los lombardos... Mientras estaba planeando una expedición militar para recuperar Sicilia que le habían birlado los árabes, a Basilio se le acabó la vida de tanto usarla y, secundando su última voluntad, fue enterrado junto al campo de entrenamiento de su caballería para poder escuchar a sus tropas prepararse para el combate. Claro que después llegaron los cristianos de la Cuarta Cruzada y al saquear Constantinopla se llevaron por delante lo que quedaba de Basilio. A saber dónde andará.
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