Lámina con el diseño de la fuente de las Tres Gracias que se conserva en el Archivo Municipal de Málaga.Archivo Municipal
La fuente que vino de París
Sur Historia ·
La Fuente de las Tres Gracias, uno de los iconos malagueños desde hace casi 140 años, se realizó en el taller de fundición Durenne, situado en Sommevoire, también cerca de la capital parisina. Esta es su historia
víctor heredia
Lunes, 10 de junio 2019, 16:30
Al final del Parque malagueño encontramos la que, con permiso de la Fuente de Génova –de mayor valor artístico y con más larga historia-, es la fuente ornamental más bella de la ciudad. La Fuente de las Tres Gracias preside un espacio urbano de gran significación, la Plaza del General Torrijos, confluencia entre el Paseo del Parque y los ejes viarios que comunican con los barrios situados a levante. Pero al estar en el centro de una amplia rotonda de tráfico sus detalles se pierden a la vista y apenas tenemos una visión lejana de su magnífica silueta.
Vista actual de la Fuente de las Tres Gracias.
Víctor Heredia
La idea de instalar una gran fuente monumental en pleno corazón de la ciudad, en la Plaza de la Constitución, se formuló en un pleno municipal de 1877. La carencia de un elemento de referencia en la principal plaza de la urbe -desde que a principios del siglo XIX se trasladara la citada Fuente de Génova a la Alameda- y el proyecto de apertura de una nueva calle desde la misma plaza hasta el puerto –la futura calle Larios- exigían una «radical reforma» que mejorase el ornato urbano. Gracias a los trabajos de José Miguel Morales y Manuel Olmedo sabemos que en octubre del año siguiente, a través de las gestiones del ingeniero José María de Sancha, ya se disponía de un modelo de fuente monumental de hierro de un fabricante francés cuyo costo en fábrica ascendía a 20.000 francos. El hecho de hermosear la Plaza de la Constitución con una gran y artística fuente también estaba relacionado con la intención de perpetuar la reciente obra de traída de aguas potables desde los manantiales de Torremolinos, que se había conseguido culminar en 1876 y que todavía estaba completando la red de distribución y de fuentes vecinales.
Sancha redactó el proyecto de remodelación de la plaza, que comprendía la creación de un jardín central rodeado de una verja alrededor de la prevista fuente de diez metros de diámetro. Las obras se adjudicaron a mediados del año 1879, con la necesaria corrección presupuestaria, ya que en los cálculos iniciales no se habían tenido en cuenta los gastos de transporte y los derechos de aduanas generados por la importación de los elementos metálicos de la fuente. El presupuesto que finalmente se aprobó ascendía a la cantidad de 59.520 pesetas de la época.
Noticia de la inauguración de la fuente aparecida en el periódico de 1880.
Por fin, el 26 de mayo de 1880 tuvo lugar la solemne inauguración de la nueva fuente monumental de la Plaza de la Constitución, con la asistencia de numeroso público y el acompañamiento de la banda de música. La prensa del momento destacó las gestiones desplegadas por el alcalde José Alarcón Luján, valorando el éxito de una mejora que respondía a la importancia de la ciudad y al «espíritu de la época».
Y realmente la nueva fuente se correspondía con su época. Estaba construida en hierro fundido, el material de la industrialización. El desarrollo tecnológico había abaratado su producción y ampliado notablemente sus posibilidades formales. Gracias a las nuevas técnicas de modelado y fundición se podían elaborar de manera industrial esculturas con un coste muy inferior al bronce. En Francia se desarrolló entonces el sector de la fundición artística, que permitió poblar las ciudades europeas y americanas de un variado y decorativo mobiliario urbano fabricado en serie por talleres como los de Val d'Osne o Durenne. Los ayuntamientos se lanzaron a lo largo del siglo XIX a la instalación de numerosos elementos que aunaban una funcionalidad específica con una evidente utilidad ornamental: farolas, bancos, fuentes de diferentes tamaños, kioscos, etc. Son obras que combinaban su producción seriada de carácter industrial con su origen artístico, ya que los modelos originales eran realizados por famosos escultores, y que también contribuían a normalizar y uniformizar el paisaje urbano de ciudades de todo el mundo en un incipiente proceso de globalización.
Las exposiciones universales, otro signo del nuevo espíritu de los tiempos, constituían el escaparate ideal para este tipo de productos, especialmente para los grandes ejemplos de esos novedosos «objetos urbanos». El fundidor Durenne, por ejemplo, presentó sus fuentes monumentales a la Exposición de París de 1867, a la de Viena de 1873 y de nuevo a la de París de 1878. En estas muestras podían ser admiradas por un público amplio y además se editaban lujosos catálogos ilustrados con láminas que reproducían los modelos de más éxito.
Una postal antigua de la fuente de la ciudad francesa de Melun.
El gusto artístico del Segundo Imperio francés tomaba como modelo el Renacimiento y uno de los temas más desarrollados por los escultores fue el de las Gracias o Cárites, divinidades mitológicas de la belleza, la fertilidad y la creatividad, que eran representadas en número de tres: Áglae, Eufrósine y Talía. Se considera que el monumento funerario del rey galo Enrique II, realizado por el escultor Germain Pilon en 1560, sería el principal modelo seguido para representar a las tres Gracias a partir de las copias hechas en el siglo XIX.
En consecuencia, en numerosas ciudades se colocaron fuentes de hierro de origen francés con figuras femeninas como motivo central, en una interpretación moderna de las clásicas tres Gracias o con motivos similares. La casa Durenne obtuvo un gran éxito con una fuente que fue expuesta en Viena en 1873 y que después fue instalada en el Stadtpark de Graz (Austria), con cuatro estatuas femeninas, posiblemente identificadas con cursos fluviales. La misma firma instaló otra de menor tamaño, ésta sí identificada como de las Tres Gracias, en la Plaza Real de Barcelona en 1876. Otras parecidas fueron ocupando lugares destacados de ciudades como Burdeos, Washington, Buenos Aires, París y otras muchas, normalmente adquiridas a través de catálogos y representantes comerciales de las fundiciones fabricantes.
Volviendo a la fuente malagueña, su presencia en la Plaza de la Constitución, donde podía ser contemplada desde cerca, se prolongó por poco más de dos décadas. En 1901 el Ayuntamiento dispuso su traslado a la plaza existente delante de la Acera de la Marina, entre el principio del Parque y el Muelle de Heredia. En su nuevo emplazamiento, en el que ganaba vistosidad, tampoco estuvo mucho tiempo, ya que en 1914 cambió de ubicación por última vez para instalarse definitivamente al final del Parque, en la gran glorieta que se creó tras el relleno del Muelle Viejo, junto al Hospital Noble. Desde muy pronto fue conocida como la Fuente de las Tres Gracias, aunque en algunas postales y guías se la menciona simplemente como la Fuente del Parque.
La lámina que se conserva en el Archivo Municipal con el diseño de fábrica de la fuente indicaba que era el modelo de pilón (vasque, en francés) J del catálogo, lo que ha dado pie a una confusión sobre la identidad del escultor que realizó las figuras. Su auténtico autor fue el artista parisino Jean-Baptiste Klagmann (1810-1867), impulsor de la Unión Central de las Bellas Artes aplicadas a la Industria, una asociación que pretendía aunar los intereses de artistas e industriales para promover una industria del arte decorativo. Su obra más destacada fue la fuente monumental de la plaza Louvois de París, con cuatro figuras femeninas que representan otros tantos ríos franceses: el Garona, el Loira, el Sena y el Saona. Otra de sus obras más conocidas es la Ross Fountain, en Edimburgo, pero el conjunto que enlaza su nombre con Málaga fue realizado inicialmente para un lugar muy concreto: la place Saint-Jean de Melun, una pequeña ciudad de 40.000 habitantes situada a unos cuarenta kilómetros al sudeste de París.
Sobre el lugar de una antigua puerta medieval se instaló una fuente monumental donada en 1864 por el benefactor local Henri Lainville, quien puso como condición que se llamara de Saint-Jean en homenaje a su padre. La también denominada Fuente de los Tres Ríos fue realizada en la fundición de Antoine Durenne a partir de los modelos esculpidos por Klagmann. En el nivel inferior se alternan tres niños montados sobre cisnes con otras tantas cabezas femeninas con coronas de laurel. En el nivel intermedio, sobre una taza decorada con doce cabezas de león, se disponen las tres estatuas alegóricas de los ríos que atraviesan el departamento de Sena y Marne, en el que se encuentra Melun, cada una con delfines a sus pies y con sus respectivos atributos: el Sena, con una cornucopia; el Marne, con una hoz y espigas de trigo; y el Yonne, que sostiene un remo. El remate está formado por un vaso decorado con cabezas femeninas y serpientes.
La fuente debió gustar mucho, ya que los moldes de sus piezas fueron reutilizados en otros modelos, como el que ya hemos citado que se puede ver en Graz, al que se le añadió una cuarta figura femenina. Pocos años después el ingeniero Sancha impulsó la adquisición de una réplica de la fuente de Melun, ya incorporada al catálogo de Durenne como pieza seriada. De hecho, en la lámina que se utilizó para confirmar la compra se puede leer bajo una de las figuras el nombre del río Sena.
La bella fuente malagueña, al igual que su gemela francesa, tiene cartelas con el año de fabricación, 1878, y el taller de fundición, Durenne, situado en Sommevoire, también cerca de París. Con su colocación en espacios destacados de la ciudad, Málaga se mostraba como una urbe moderna e internacional, poniéndose a la altura de otras capitales con fuentes similares. Los rostros de las bellas jóvenes transmiten un mensaje de prosperidad propio de una época en la que se confiaba ciegamente en el progreso. Aunque es un monumento de difícil contemplación, la Fuente de las Tres Gracias es uno de los iconos malagueños desde hace casi 140 años.
Pero no todo el mundo comprendió su importancia en su momento, e incluso el municipio recibió críticas por el excesivo dispendio en un elemento de adorno, al fin y al cabo, cuando la ciudad afrontaba un periodo de crisis e incertidumbre económica y social a finales del siglo XIX. Un particular personaje de la época, José Pascual y Torres, denunció lo inoportuno del gasto en unos ripios de cuestionable valor literario pero de indudable interés social, titulados 'Ante la fuente de la plaza de la Constitución':
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